Filosofía en español 
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[ César Muñoz Arconada ]

Comentarios musicales

La música nueva


No deben asustarse los espíritus pobres que miran tanto hacia atrás, hacia lo tradicional, acaso por no poder resistir el deslumbramiento de lo futuro, de estos nuevos acrobatismos en la pista musical. Porque suele acontecer casi siempre que hay una desproporción considerable entre lo supuesto y lo real; es decir, entre el ideario teórico y el resultado técnico, hasta el punto de que mucha gente tiene un concepto tan desmedido de esta proporción, que en la realidad suelen ser perros de lanas los que en teoría les parecieron leones.

Y es que hay una propensión a exagerar, o a admitir las exageraciones, que perjudica siempre a aquellos que no tienen autoridad íntima suficiente para organizar la independencia de juicio. Así, en música, como en todo arte, han creado un fantasma, sin darse cuenta, de que, por demasiado entusiasmo o por demasiada indignación, han exagerado teóricamente al hablar de los nuevos aspectos estéticos. Y este fantasma no ejercerá influencia alguna, desde luego, sobre los espíritus fuertes con personalidad constituida y con orientación determinada; pero inevitablemente ha de infundir un gran pavor sobre aquellos otros cuya debilidad mental es ya propensa a toda clase de mitos.

Será preciso, poco a poco, ir destruyendo estos fantasmas. Ya habrán visto muchos de los auditores que han asistido a estos conciertos de música nueva que existe, en medio de todo, una corriente conciliadora y equilibradora que permite al auditor colocarse en un plano lógico y medio, sin tener necesidad de extremar su situación, agrupándose bajo el cobertizo de lo marcadamente tradicional o sobre el faro de lo estridentemente nuevo.

Es, pues, infantil adoptar esa postura cómoda de intransigencia contra la música nueva. Primero porque no suele tener ese desequilibrio que se le supone; y después, porque es necesario, preciso, si queremos acordar nuestros pasos al momento, abrir nuestra ventana a todas las inquietudes. Ya es tarde para encerrarse en los castillos viejos. Hoy hay que subir a la altura de las veletas y vigilar todos los horizontes si no queremos quedarnos atrás.

De esta situación avanzada y comprensiva en que va colocándose la gente, es buena prueba el éxito que el quinteto «Hispania» y el pianista Ember han obtenido interpretando música moderna española. Y aún es más halagador en promesas este éxito si se tiene en cuenta que en España generalmente el público se halla, con respecto a la música nueva, casi indocumentado y desconcertado por falta de conocimientos y de preparación.

Nunca serán pocos los esfuerzos que se hagan en pro de esta nueva cultura musical. Por una parte, es justo que luchemos por hacer comprender al público las nuevas expresiones. Por otra es no menos lógico que procuremos cultivar la sensibilidad de los ya iniciados. Y, sobre todo, por encima de esto, acaso, está el interés nacional de poseer nuestra música moderna que nos una, que nos fraternice con el desenvolvimiento musical de todos los países del mundo.

Los músicos nuevos

Tan poco corriente es que en España los compositores jóvenes sientan la nobleza y el valor de su trabajo, que este caso asombroso de Ernesto Halffter adquiere en el plano musical actual un relieve extraordinario. Lo general es que, por influencias u por mediocridad, los muchachos que hacen música dediquen sus actividades a la zarzuelería más o menos en grande, donde suele conseguirse el «éxito inmediato» y «el rico porvenir», máxima ambición de todos nuestros seudo-artistas. Pero esa elevación espiritual, ese apartamiento de la gente hacia uno mismo, buscando más que el éxito la satisfacción estética de la obra en sí, no es corriente, repetimos, entre nosotros.

Mas no sólo se da esta cualidad en Halffter, con ser ella, independientemente, de un gran valor moral. Es indudable que el caso de este muchacho, por donde se mire y como se mire, reviste caracteres extraordinarios, asombrosos, únicos. Y no es determinando la desproporción entre sus años y sus aciertos, ni su maestría técnica, ni su orientación, ni su originalidad constructiva. Lo extraordinario es la posesión de todas estas cualidades juntas, conseguidas cuando empieza a utilizarlas, diferencialmente de tantos otros que, o no las poseen nunca o, a lo sumo, llegan a conseguirlas después de un penoso aprendizaje, de mucho trabajo y de muchos años.

Esta perfección, tan prematura y tan segura al mismo tiempo, es decir, tan asentada ya, tan determinante, no podía menos de traer consigo el éxito y el aplauso unánime de todos cuantos han escuchado sus obras en estos recientes conciertos de música moderna española. Porque la música de Halffter, como habrán observado los enemigos de lo nuevo, no es localmente tendenciosa, no grita, no reclama un puesto en la plaza de los «ismos». Es música hecha; no ensayo, esto es, música que podríamos llamar de materia, y no de libro de texto en cualquier escuela de arte más o menos legítimo.

El calificativo de moderna, solamente, acaso le cuadra bien. Porque hoy –momentos múltiples– el adjetivo «moderno» es, hasta cierto punto, moderador. Tiene un significado histórico, y se da empaque de transcendental, persuadido, sin duda, de que sus substantivos han de quedar en los escalonamientos de la historia, con carácter inmortal y documental.

Las obras que de Ernesto Halffter se nos han dado a conocer, pertenecen a dos categorías: para piano y para cuarteto de cuerda. Verdaderamente esos tres trozos agrupados bajo la denominación de Crepúsculos, hechos, al parecer, en una época demasiado juvenil, ya revelan el sentido musical definido y orientado que poseía el compositor, afirmándose y ratificándose hasta llegar a la Marche joyeuse, más moderna en esencia y en tiempo, donde las notas ya no sueñan como en los Crepúsculos, sino que saltan y juegan en la pradera de sol de cualquier mañana primaveral.

Pero con ser muchos los aciertos de estos trozos para piano, creemos que son aún muchos más los contenidos en sus obras para cuarteto de cuerda. Así, qué cosa más deliciosa en contraste, en originalidad descriptiva, en simplicidad, la de esas dos pequeñas obras Paysage mort y La chanson du Lanternier. El paisaje, punzante, desolado, donde parece que lagrimean las notas humanizándole, y donde el ritmo continuado de la forma le da una extensión infinita, que no podríamos abarcar con la mirada, sino con el sentimiento. Y esa graciosa canción del farolero, tan movida, tan alegre, tan «afarolada» en la noche, o sea tan resonante, sin ser chillona, en el silencio de la calle.

Este mismo prodigio de novedad y de inspiración de los dos bocetos se advierte, más extensamente, en los cuatro tiempos del Cuarteto, donde Halffter ha tenido que sobreponerse a los límites de los moldes clásicos que marcan los tiempos. No de otro modo podría resultar tan portentoso y tan original el Minueto, bien difícil de conseguir teniendo en cuenta su estructura y su historia triunfante.

Otras características, dentro también de las nuevas tendencias, marcan las obras de Adolfo Salazar y Juan José Mantecón. Del primero, además de unos delicados preludios, para piano, nos ha ofrecido un boceto, para piano y cuarteto, titulado Arabia, inspirado en un poema de Walter de la Mare. Es una obra interesantísima, seriamente construida, donde se bordea ese orientalismo peligroso en música, sin caer en la tentación de las frases hechas y fáciles, sino, al contrario, apartándose de ellas para buscar la musicalidad con estructuras más modernas.

De J. J. Mantecón han tocado dos obras: El quinteto número I y Circo, para piano. A nuestro gusto preferimos esta última, llena de humorismo y de «pirueta», la cual se presta a algunas consideraciones y sugerencias de que hemos de hablar otro día, por no hacer hoy excesivamente largo este artículo.

M. Arconada