Filosofía en español 
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[ R. Sánchez Díaz ]

Las Juntas de Defensa

Es un deber opinar


Hay un asunto general en España importantísimo para todos. Aunque no es el de la carestía trágica ni el de las huelgas y cierres, es, sin embargo, fundamental igualmente, porque sabido es que no sólo de pan vive el hombre: vive también de un sentido de religiosidad ultraterrena y civil.

El Ayuntamiento de Santander es de los pocos organismos nacionales que han sentido el deber de intervenir en este pleito enojoso de la política, que se conoce con el nombre de Juntas de Defensa.

Una satisfacción y un pesar nos caben como montañeses que somos: la satisfacción de que el Ayuntamiento santanderino ha sentido en su conciencia política el deber de intervenir, el pesar de que no haya pedido justicia en vez de gracia.

También nosotros tenemos nuestra conciencia de escritor un poco perturbada por no intervenir. Nos parece que es un deber ineludible de todo español mezclarse en esto; y con toda modestia, naturalmente, vamos a exponer nuestras razones en contra de la existencia de las Juntas Militares.

 
Respeto, pero discusión

Rectitud de intenciones ante todo, pues la rectitud de intenciones salva siempre. Cuando hemos estado bajo presiones tan dolorosas para el espíritu como las leyes marciales rigiendo una ciudad revuelta, hemos dicho siempre: «Protestamos de que no se nos deje razonar; estos son unos momentos precisamente en que hay que pedir ayuda de razones a todo el que las pueda dar. Este atentado a nuestro indiscutible derecho a pensar, impuesto por la Creación entera, nos solivianta más que todos los otros atentados juntos. Nuestra cabeza nos la dio la Naturaleza para nosotros mismos y ningún hombre tiene derecho a parar nuestro pensamiento, ni puede tampoco, a no ser decapitándonos». Después, ante las razones dichas con rectitud de intenciones y respeto, nuestros modestos artículos eran publicados. Así publicamos uno, por ejemplo, lleno de razones, en agosto del 17, cuando la autoridad militar en Bilbao no tenía, a nuestro juicio, la bastante serenidad ni sabiduría políticas para ser autoridad en momentos tan graves; ser autoridad en cualquier caso –siempre lo decimos– es tener madera de santo y de artista de hombres…

Respeto, pero discusión. Siempre hemos insistido en la necesidad de que se plantee esa discusión. Que se defina bien y que se lleven las cosas de otro modo: «esto es lo civil y esto, solamente, lo militar; la soberanía está en lo civil, sin equívocos ni interpretaciones; todo equívoco en esto es una sublevación». Discusión de razones para que oigan todas las razones los que no oyen más que unas. Exceso de respeto y cortesía en la discusión y castigo severo al que faltase; pero discusión sin miedo. ¡Todos los políticos a discutir este grave asunto de lo militar! ¡Todos los escritores también! ¡Todos los militares también! Si hubiéramos sido diputados, por ejemplo, en la discusión planteada en el Parlamento, hubiéramos renunciado al acta inmediatamente, ante el equívoco de nuestra soberanía. Hay además la obligación de discutirlo en voz alta, esparciendo la opinión y la sabiduría y la buena voluntad, por todos los ámbitos de España para sembrar de ello el corazón creador que tiene el pueblo en conjunto.

 
La psicología militar

De la discusión rotunda, y todo lo larga que se quiera, habrían de surgir muchos beneficios políticos y sociales para la nación. La psicología del militar o de lo militar es necesario revolucionarla un poco para transformarla. Un militar, ¿tiene una psicología propicia al hacerle estudiar para militar, o bien se transforma su espíritu de civil en militar, mediante la profesión? El uso constante de las armas, ¿le acerca fácilmente al error de que son de él? Ese vivir tan en particular y tan en el espíritu de fuerza, ¿le hace menos sensible a todo lo general y menos adaptado para la discusión y la crítica? ¿O bien es una psicología dada la que lleva a lo particular para la fuerza, a cada uno de los individuos de esa fuerza reunida? El concepto tan excitado del honor que tiene cada individuo de esa fuerza reunida, ¿es producto natural en cada individuo y lo mismo se hubiera manifestado en otra profesión civil, o es resultado de la convivencia con las armas, de esa vida particular y de esa especie de religión que se atribuye? ¿Es un fanatismo lo militar o no?

Hay que discutirlo para esclarecerlo y suavizarlo. Por de pronto nosotros hemos observado siempre lo fácilmente que un militar evoca su profesión y lo fácilmente que se aparta de lo general; también lo fácilmente que le sale una evocación a las armas, en cualquiera discusión. Está reciente el ejemplo de Primo de Rivera, contestando a un artículo de Unamuno. Nos parecía de toda inoportunidad la evocación a las armas, y el ejemplo es fuertemente característico.

Sea, pues, de la naturaleza de los individuos que se inclinan a la profesión militar, o sea que esa profesión les va transformando la psicología de civiles, el hecho es que la psicología de los militares no es igual que la nuestra o por nacimiento o por educación –o por deseducación de lo civil, mejor dicho– el militar es otro individuo diferente al ciudadano. Por lo menos, su psicología le hace reaccionar hacia su grupo particular, casi absolutamente.

Y sea por nacimiento o por sistema de educación y de enseñanza para hacer el Ejército, creemos que sería de gran salud nacional estudiar la forma de modificar la psicología de los individuos que entren en lo militar.

 
Nueva educación militar

Estas ideas se nos ocurre apuntar a tal respecto:

Rotunda afirmación, en las leyes y en la divulgación nacional, de que lo civil es el origen y la soberanía. No significa ninguna superioridad la profesión militar: los sacerdotes, los médicos, los ingenieros, los labradores, los jueces, etc., son tanto para la civilización y la nación. Realmente ya no hay ejército, en el sentido clásico, sino toda la nación es ejército, y trabaja como tal en la paz y muere como tal en la guerra. Enseñanza de lo militar en las Universidades en vez de en Escuelas aparte. Ningún uso de las armas fuera de los días de ejercicio y en los campos de maniobras; es decir, nunca las armas en la vida civil de la calle y del hogar. Tal vez depósito de las armas bajo la custodia civil para estar dando siempre la sensación de la soberanía civil. Sobriedad en el uniforme que tienda a la sencillez y austeridad, en vez de al esplendor y lujo. Nuevo aforismo en vista de la última catástrofe guerrera: «Si quieres paz, prepárate para la paz». Nuevo espíritu por lo tanto en las enseñanzas del saber universal y del saber militar; es decir, educar de paso para que el fin del ejército no sea ir a la guerra, como lógica de su existir, sino para que se vaya eliminando a fuerza de espíritu civil. Escrupulosa selección en los maestros militares para que lo sean los de más fina idealidad y, estando en lo actual, siembren de futura paz el corazón de los jóvenes alumnos. Por lo tanto, dar mucha importancia a las lecciones civiles, para que cuando llegue el oficial a ser autoridad en un momento civil grave, le tiemble la conciencia de sabiduría y responsabilidad.

 
El hecho concreto

Nadie puede negar que existen esas Juntas de defensa. Los militares no lo pueden negar; y ya negado, si existen, es bastante acusación civil y de todas clases para ellos. Se ha dicho que son Juntas técnicas; pero si tienen otra misión, como parece, y no lo declaran así, creemos que no obran rectamente, dentro de esa estrecha religiosidad que se atribuyen. Es más, si no existen, según también se dice, el hecho de no poner todo el ánimo y fuerza en dejar bien clara la cuestión, es igualmente poco recto. El sentido religioso de la profesión obliga a decir: «Sí existen y son esto» «No existen, bajo palabra de todo nuestro honor». Y probar el no para evitar este grave peligro del dualismo de Poderes.

Cuanto más sacerdotal sea la profesión, mayor deber de sacrificio, naturalmente, y así nosotros creemos que ya no es bastante en una moral de cierta superioridad cumplir con nuestro deber, sino pasar el límite de nuestro deber y si se nos obliga un poco, casi no hablar de nuestros derechos, porque automáticamente se producen y de una manera más exquisita para la conciencia. En virtud de esto el deber de esas Juntas, formadas por individuos de una religión tan estrecha, según dicen, sería ponerse en una de estas dos resoluciones; o extralimitar el deber, arriesgando la vida, o extralimitar el deber, humillándose como colectividad y trabajando diaria y modestamente en su elevación como individuo. Nosotros creemos, con entera convicción y nobleza, que la primera resolución no deja de tomarse por falta de valor, sino por una cosa más profunda: por falta de unidad y sabiduría política. Porque cuando una nación está mal gobernada y no hay una rebelión, es evidente que el grupo tentado a rebelarse, sea civil o lo que sea, no tiene orientación tampoco, y es incoherente todavía.

Tampoco en buena moral política, un núcleo de cierto carácter sacerdotal y dependiente, además, de la nación, puede atribuirse derechos sobre las leyes fundamentales del país, escritas o no, y dictar sentencias de tal carácter inapelable y de tal gravedad para otros ciudadanos.

Eso no sería admisible ni aun tratándose de un núcleo social enteramente puritano, lleno de sabiduría y virtudes indiscutibles que además, hubiera dado cien pruebas de heroísmo cívico –más que guerrero– con la depuración minuciosa del núcleo, expulsando y castigando a todo sacerdote que tuviera el pecado de uno u otro deshonor: siempre sería de mayor garantía individual, el derecho de la nación a sentenciar en último extremo.

Igualmente nos parece injusto que el ejército crea tener el derecho de definir inapelablemente sobre el honor del ejército: definir y sentenciar. Cada individuo, lo mismo civil que militar, puede tener el derecho de definir sobre su propio honor; pero sobre el honor del ejército, entendemos que no. Ya hemos dicho que el ejército no lo es ahora al estilo clásico, sino que la responsabilidad, la sabiduría de la guerra y el riesgo de la vida, corresponden ya a todos los ciudadanos de la nación y no hay privilegio por sacrificio, porque ya nos sacrificamos todos. En virtud de ello, el ejército está diluido en la nación, en la soberanía nacional, no es un Poder particular ni un privilegio según acabamos de decir. El ejército somos todos ya, como la Iglesia es la reunión de todos los fieles y no solamente sus jerarquías, según se suelen también atribuir. Por lo tanto, es la soberanía nacional, el Gobierno de la nación, quien tiene derecho únicamente a definir y sentenciar sobre ese honor. En tal caso lo lógico es que el ejército tenga sólo derecho a proponer.

 
Para terminar

Nos parece honrado tomar parte en esta grave cuestión y hemos entrado en ella con la debida modestia y la mejor buena fe. Nos Parece bueno para todos trabajar insistentemente en la aclaración de que ni la Iglesia ni el Ejército, pueden ser ya soberanías aparte sino Nación, Pueblo, fusión, individualidades de la soberanía nacional.

Y no sabemos ni una palabra de leyes, ni hemos sistematizado estudio alguno de filosofía del derecho, ni de cosa que lo valga. Pero tampoco necesita el poeta saber preceptiva literaria para ser poeta, ni un jurado saber el Código para conmoverse de justicia: basta para todo ello, generalmente, tener la sabiduría de un buen corazón…

R. Sánchez Díaz