[ Rodolfo Gil Torres ]
Del oriente árabe
Noche
Hay un alma de las calles que en Oriente alcanza su máxima perfección.
Deliciosos pasillos de formas intrincadas, que durante el día ríen bajo un divino polvo de oro, adquieren un mágico hechizo a las horas en que la luna les envuelve en sus gasas haciéndoles temblar de misterio.
La ciudad, seductora virgen de piedra, cuyas carnes graníticas tuesta el sol implacable, muestra al llegar la noche sus encantos, y gozosa al verse libre de ojos europeos, os entrega fácilmente su secreto.
A la lucha feroz entre el sol abrasador y la espesa sombra; a la mezcla de lóbregas catacumbas y de espléndidos deslumbramientos, sucede un sutil claroscuro, impregnado de luz azulada.
La noche, tenebrosa y luminosa a un tiempo, nos atrae como una sirena envuelta en negro jaique. El gran cielo sombrío, recamado de joyas, es una fuente de ensueños. Nuestros espíritus se pierden en el éxtasis más profundo. Salimos.
Los negros y tortuosos callejones se persiguen, enredan y entrecruzan, y al fin desaparecen bajo sórdidas bóvedas en cuyas profundidades parece palpitar el crimen. A veces suben, trepan, escalan las alturas, corren a contemplar la luna.
En torno nuestro las casas se agolpan, y sus fachadas lisas, cubiertas de cal azulada, repelen la obscuridad. Allá en lo alto una tenue claridad salpicada de reflejos plateados deja entrever las calladas labores de los “muxara bieh”, divinos miradores del Islam, tras los cuales se oculta el misterio de tantas vidas; la furiosa pasión de tantas almas; el viejo hechizo femenino, sublimado aquí por el imponderable encanto de la Leyenda, que en este Oriente varias veces milenario os persigue, os envuelve, os aprieta entre sus redes impalpables y llega a fundirse en lo más íntimo de vuestra alma.
La profusión de callejones nos extravía, y ante el enigma del camino hacemos alto.
La paz del Islam reina en torno nuestro. Las desiertas calles se alejan perdiéndose en el silencio como bajo su más rica vestidura. En el aire flotan mil perfumes imprecisos y una calma infinita se extiende por la ciudad, que duerme voluptuosa. Allá en el fondo de un callejón las viviendas se inclinan y unen sus techos, cual si sus azoteas quisieran contarse algún secreto.
Continuamos nuestra marcha; los pasos resuenan tras de nosotros, como en las galerías de un viejo castillo, y a medida que avanzamos en este laberinto la impresión de encanto se afirma más y más.
Entramos en la sombra de una bóveda, síntesis enérgica del misterio que a cada instante se desprende de estos países enigmáticos, plenos de vida interior, palpitantes de energía, sobrepujándose a sí mismos en una perpetua renovación de valores y conservando al propio tiempo los eternos principios psíquicos que dieron origen a las civilizaciones más remotas.
Oriente indescriptible: tu singularidad sobrepuja a cuanto nuestras pobres imaginaciones pueden concebir; tierra extraña, más nueva cuanto más conocida, ¿se llegará algún día a penetrar en la intimidad de tu esencia?
Al salir de la bóveda acaricia nuestra frente un viento sutil y perfumado; viento suave que lleva entre sus pliegues el eco nostálgico de mil canciones y el musiteo de infinitas palabras de amor.
¿En cuál de estas puertecillas claveteadas surgió el deje quejumbroso de los cánticos llenos de pena imprecisa que el viento trajo a nuestros oídos juntamente con el cadencioso golpear de la “Darbuka” o el prolongado sollozo del laúd árabe? ¿Quién pudo vanagloriarse de saberlo? ¿Quién pudo afirmar que sabe algo en esta tierra de mil matices, vieja como el mundo?
Tomemos de estos países la enseñanza que generosamente nos ofrecen; aprendamos el ritmo que guía la vida de las sociedades que ya nada crean porque todo lo tienen creado. Olvidemos la carrera desenfrenada en pos de un ideal vagaroso, y fundándonos en las eternas normas de la belleza busquemos el secreto de la vida en el sabio aprovechamiento del instante, en el ritmo cadencioso de las horas, en la indefinida dilatación de nuestro espíritu.
¡Inxal lah!
Amor-Ben-Omar
Dibujo de Segrelles
[ No reproducimos, en solidaridad con los lectores invidentes, el dibujo que acompaña este texto. ]