Filosofía en español 
Filosofía en español


Edmundo González-Blanco

Génesis de la mentalidad alemana

Edmundo González-BlancoEdmundo González-Blanco

Con el título de La mentalidad alemana y el subtítulo de Ensayo de explicación genética del espíritu alemán contemporáneo ha publicado, en el presente año de 1914, la «Biblioteca científico-filosófica» (Daniel Jorro, editor) un extenso volumen (567 páginas en cuarto), de Eloy Luis André, catedrático de Filosofía del Instituto de Toledo. Antes lo había sido del de Orense, su país natal, y no ha mucho que libró reñidas oposiciones a la cátedra de Metafísica de la Universidad de Madrid con Ortega Gasset, espíritu más brillante y literario; pero menos profundo y técnico que André. Fue Ortega Gasset quien ganó la cátedra, yo no dudo que merecidamente; pero André parece dudarlo y a ello [debe] indudablemente referirse, cuando, respirando quizá por la herida, nos habla de «las horcas caudinas de la oposición a cátedras, horcas caudinas para unos y para otros, juicios sintéticos a priori, sobre todo tratándose de cátedras de Filosofía, donde cada cual puede decir lo que le da en gana, con tal que lo exponga con sintaxis musical, y tenga sindéresis abogacil, para captarse al tribunal jurado, cuando el juicio mismo no se convierte en comedia con desenlace previsto, y con víctimas tácitas, alentadas por falsos amigos, para que resulte algo animado el torneo...»

Dejo a un lado este flechazo de partho, este saetazo acerado y diamantino, con el cual nuestro autor pretende taladrar y romper la coraza de que los jueces de la Central invistieron a su excontrincante. Ortega Gasset estudió en Madrid, pero lo mejor de su sólida educación filosófica y lingüística lo recibió en Alemania. André cursó sus estudios en Salamanca... la Salamanca de ahora, y no podía decir a Ortega Gasset como el galán de una comedia de Calderón:

«Bien os acordáis de aquellas
dichosísimas edades
nuestras, en que los dos fuimos
en Salamanca estudiantes.»

Por dicha, André se resarció a posteriori de su deficiente preparación universitaria en la península. Su libro es el resultado de la labor de cuatro años sobre el problema fundamental que encierra su rótulo. En él van incluidas las primicias que, como profesor pensionado durante dos años en Alemania, envió a la Junta de pensiones e investigaciones científicas y algún otro estudio anticipado hecho para los volúmenes que tradujo para la antecitada «Biblioteca».

El asunto de la obra no puede ser más simpático. Se refiere a los aspectos de la mentalidad alemana, íntimamente enlazados con la vida espiritual del pueblo alemán (la educación, la filosofía y la cultura), y contiene varias críticas interesantes, animadas pinturas de la vida y costumbres universitarias en Alemania y algunas semblanzas, hábilmente trazadas, de sus grandes filósofos e historiadores. Bien venida sea a nuestro acervo intelectual, producción de tal empuje. El análisis y encomio de las letras y de la cultura alemana tiene algo de muy conveniente en España, por contraponerse a la casi exclusiva idolatría con que los españoles de la península y los hispano-americanos, miran todo cuanto es francés, aplaudiéndolo con no muy atinado criterio, remedándolo mal, y perdiendo, al remedarlo, no poco del carácter y del sello propio de la lengua y de la raza. En este sentido se expresó ya en 1902, Valera, en el elegante prólogo que puso a las Reminiscencias tudescas del colombiano Pérez Triana. André ve también en Alemania un excelente mentor para los pueblos viejos y falsamente educados, como es España, y para los pueblos jóvenes y en parte aún no educados, como son algunas (no todas) repúblicas hispanoamericanas. Al pasar éstas del período colonial a la instauración de su personalidad, al aspirar a consolidarla, si siguen amamantándose en el espíritu francés, forzosamente serán víctimas, como lo está siendo Francia, del elemento disolvente y destructor que en su propia entraña lleva. Todo lo que constituye hoy la cultura fundamental de Norteamérica, se debe a Alemania: esto no han de olvidarlo los hispano-americanos. Y si España, que desde hace dos siglos, por lo menos, está desenraizando todo su españolismo por imitar principalmente a Francia, que hizo para ella de tutora y maestra, no piensa seriamente en una renovación profundamente histórica, positivamente económica, científica y técnica, genuinamente espiritual y castizamente española, y no busca, como buscó el Japón, mentores que la eduquen, para caracterizarse en la humanidad y acrecentar con el acervo personal los valores del humanismo, al perder su razón de ser como pueblo, correrá el peligro de perderla también como nación. Así, pues, yo aplaudo y celebro como eficaz antídoto contra la galomanía, que André haya estado pensionado en Alemania, sepa tanto de la cultura de aquel país, y se complazca en recordar con amor las investigaciones que allí hizo, y en pintar con fácil y elegante estilo la vida del estudiante en aquellas Universidades y en exponer con arte, sistemas y orientaciones de filósofos que por allí conoció y trató con aprovechamiento. El más importante de ellos es Wundt, de quien André se declara discípulo y a cuya filosofía científica dedica 80 páginas de amena y jugosa lectura.

El gran interés que siempre, aun en la Edad Media, tuvo Alemania por esos problemas educativos, mientras los demás pueblos dormían en el analfabetismo (y algunos aún siguen durmiendo hoy), prueba la existencia en la mentalidad alemana de un gran caudal de vida espiritual, que se fue agrandando con el ejercicio y con la tradición. En los siglos XV y XVI, Alemania sufrió la influencia de Italia; en los siglos XVII y XVIII, la de Francia, y a mediados de este último se familiarizó con la filosofía empírica de Inglaterra. A partir de entonces, la teología fue generalmente reemplazada por la indagación racional en la dirección y sistematización de los estudios, y son, por común consentimiento, los alemanes, los más altos de los pensadores modernos. A diferencia de Italia, Francia e Inglaterra, asimiló Alemania el espíritu de la Edad Moderna, con criterio a la vez patriótico y mundial, moviéndose trabajosamente hacia el ideal, moviéndose despacio por llevar mucho lastre, que irá soltando, poco a poco, a medida que los tiempos corran. Italia politiquea y sectariza, Francia maquina y sueña, Inglaterra domina y absorbe, Alemania piensa y trabaja, no sólo para ella, sino que también para la humanidad. Ningún pueblo de Europa tuvo un desarrollo espiritual tan tardío, ninguno sintió la pesadumbre de extrañas influencias con tanta tiranía y tenacidad; pero al fin supo libertarse y pasar de la servidumbre al señorío.

El Aufklärung alemán concomitante con el enciclopedismo francés y el deísmo inglés, fue un neohumanismo que sufrió el contacto directo del espíritu helénico. Alemania, puesta en comunicación inmediata con la naturaleza, creó las primeras bases de un edificio científico nacional. Después de orear el alma con brisas muy distintas y orientar su rosa de los vientos hacia rumbos muy opuestos, libre ya de tutela en los siglos XIX y XX, que son los siglos de la cultura y que son sus siglos, emancipó su personalidad, dio carácter y originalidad a su espíritu y caminó por la propia senda con el propio esfuerzo. El imperativo categórico con que se impone este nuevo ideal educativo, reza así:

«Alemania, forma tu juventud como el pueblo griego, al menos en su vida interior, si es que en tus actos exteriores no es posible; imbúyele espíritu helénico, es decir, valor y fuerza para la investigación de la verdad; dale a su voluntad suficiente libertad íntima, para afirmarse a sí misma con heroísmo ante las extrañas influencias y los individuales obstáculos, con un amor lleno de alegría para todo lo que es hermoso y perfecto.» Esto significa la emancipación de la tutela francesa, antinacional, histórica, convencional y exclusivista. ¿Cuándo sonará la misma voz para la juventud de España? Cuando esta juventud se deje guiar por otros pastores que aquellos que en nombre de una Europa abstracta, que es Francia disfrazada, descastizan su espíritu y merman su soberanía.

La parte un tanto débil del libro de André es, a mi juicio, la que concierne al cuadro variadísimo de hombres y doctrinas de la filosofía contemporánea en Alemania. No abarca ni mucho menos el libro, por la extensión, todo lo que un lector inteligente pudiera reclamar apoyándose en el título. El mismo autor lo reconoce al declarar que lo que principalmente le interesa es la psicología social del pueblo alemán, manifestada en su educación cíclica, en su vida universitaria, en el carácter del estudiante y en la condición del profesorado. En este orden de observaciones, André es admirable. No lo es tanto al descender al detalle de la crítica filosófica, donde aparece defectuoso e incompleto. Pondré algún ejemplo en comprobación de este modo de sentir.

Nietzsche, verbigracia, es para André, el filósofo (?) que más influencia ha ejercido en Alemania por su concepción histórica, estética y naturalista de la vida. Su filosofía tiene una alta significación y una fundamentación teórica, formuladas en su disparatada distinción del dionisismo y del apolinismo griegos. El crítico español está tan satisfecho de este hallazgo, que siente que la índole de su trabajo no le permita desarrollar convenientemente «semejante explicación del nietzschianismo». Ningún pensador alemán, sin embargo, ha tomado en serio las locuras de Nietzsche, y sus atrabiliarias opiniones no se enseñan en ningún centro universitario, que se respete. Ni hace falta que se enseñen, porque lo que allí se enseña es más positivo y a la vez más elevado.

En cambio de las muchas e inmerecidas páginas que a Nietzsche dedica André, no hace sino leves y pobrísimas referencias a filósofos de tan encumbrada alcurnia y tan vasto influjo en Alemania y fuera de ella como Hegel, Strauss, Feuerbach, Fechner y Lotze, para no citar más que unos pocos. Cáese el alma a los pies viendo los escasos e insatisfactorios párrafos que a estos grandes pensadores dedica con muestras evidentes de erudición de segunda o tercera mano, como si se tratase de filósofos para la galería al modo de Nietzsche. Estudiando el pensamiento de un pueblo que posee a Hegel, Strauss y Feuerbach, es de lamentar que celebre éxitos y consagre prestigios filosóficos tan superficiales como el de un poeta vesánico y desesperado. Por sobre Fechner pasa a la ligera: ¡Fechner, el maestro de su maestro Wundt, de quien tan prolijamente habla! No gusta tampoco Lotze a André: no le haré un cargo por ello; pero ¿qué le echa en cara? Primeramente, que «no hizo objeto de un estudio especial, la teoría del conocimiento» y además, que «no ha constituido un sistema propio». Estas afirmaciones sólo demuestran que André, no conoce la labor del filósofo que juzga. Y esto lo comprueban hasta menudos detalles de la exposición. Así por ejemplo, André traduce el título de una obra de Fechner: Ueber die Seelenfrage (Sobre la cuestión del alma), por Cuestiones sobre el espíritu y el de otra de Lotze: Medicinische Psycologie (Psicología médica), por Fisiología del espíritu. Se ve que en algunos puntos escribió sobre lecturas rápidas y con cierto apremio de redacción, amontonando grosso modo todos los materiales que le parecían convenir a la elaboración de su obra. De aquí también provengan quizá muchos descuidos de estilo que en ella se advierten, a poco que el lector pare en ello la atención.

Por lo demás, ni un lector habrá que no eche de ver ni deje de apreciar en las páginas de André, lo mesurado de la crítica, lo abundante de la información, lo selecto de las fuentes, siempre exquisitas y numerosas, aun en los atragantamientos más apremiantes de los afanes literarios; y bien se puede dispensar este defecto en las clavijas, cuando con impecable y nunca desmentida afinación vibra el instrumento. La mentalidad alemana hará época en la historia de nuestra cultura filosófica.

Edmundo González-Blanco