Sr. Director de Las Dominicales.{1}
Mi querido amigo y distinguido compañero: El progreso del pensamiento libre, en esta culta y cosmopolita población, no se conoce por constantes señales exteriores. Diríase que no existe. Y sin embargo, nunca como ahora, ha sido más profundo e intencional. Quizá, exagerado su carácter, va más allá de los límites debidos. Dase, aquí, en estos momentos, una importancia casi exclusiva a los estudios de carácter positivo, y se mira, sino con desdén, con escasa afición al menos, toda indagación de carácter especulativo.
Es esto tan cierto que, no ha muchos días, en una iglesia del boulevard Voltaire, subía al púlpito un erudito predicador y pretendía probar la divinidad de Jesucristo con argumentos, no de teología, sino importados de las mismas ciencias naturales. Por vez primera en mi vida, he oído hablar de la célula, del protoplasma, de los aparatos orgánicos, de la sustancia gris del cerebro y de la evolución natural, desde la cátedra del Espíritu Santo, en cuyo sitio acostumbrase comúnmente a utilizar los textos de los Santos Padres, las máximas del Evangelio y las citas de los doctores teológicos, como únicos argumentos de probanza concluyente y definitiva.
Pero si no hay signos exteriores de carácter constante, por donde se venga a concluir que está aquí, en la patria de los enciclopedistas inmortales, viva y enérgica la idea de la emancipación del humano entendimiento, a más del apuntado, hay otros no menos elocuentes signos, que prueban a qué punto ha llegado en Francia la idea redentora de la inteligencia. No ha trascurrido mucho tiempo desde el día en que se conducían al cementerio los restos mortales de Edmundo About. Este ilustre escritor republicano no quiso tomar asiento en la Academia francesa, aunque estaba elegido vocal suyo, y había dispuesto en su testamento, que su entierro fuese puramente civil. Entre los asistentes a la ceremonia se encontraba E. Caro, director de dicha Academia y hombre por muchos conceptos semejante a nuestro compatriota Sr. Moreno Nieto, cuya memoria conservará el que esto escribe, no obstante la discrepancia radical de ideas, como un culto. Mr. Caro, que anda, como el ilustre español a que aludo anduvo toda su vida, a caza de imposibles componendas entre lo pasado y lo presente, entre la revelación y la ciencia, entre la teología y la libertad, pronunció al borde de la tumba del ilustre periodista About, una oración sentida como todas las suyas, y como todas las suyas elocuente. En ella elogió con justicia las raras dotes del difunto escritor, pero a la vez, hubo de dirigirle con cariñoso respeto, no exento de excesiva severidad, ¡amargos reproches, porque no había querido que bendijese sus restos mortales la Iglesia! Mr. Caro encontraba esto doloroso y triste. Yo creo que Mr. Caro, al expresarse así, decía en realidad su pensamiento, sin buscar ocasión por donde zaherir al racionalismo, convirtiendo en tribuna académica la losa de un sepulcro. Mr. Caro creía que la muerte nunca parece tan desoladora, como cuando no deja entrever el alba de la esperanza católica, en el oscuro fondo de la fosa. El elocuente orador de la Sorbona tuvo acentos de verdadera elocuencia y se expresó con sentimiento verdadero.
Pocos días después asistía a su cátedra y daba una de sus acostumbradas conferencias, honradas y embellecidas todas por lo más hermoso, lo más selecto y lo más elegante del bello sexo de París. Es, en verdad, espectáculo curioso, asistir a la cátedra de Mr. Caro. Los estudiantes se encuentran en ella en una minoría casi imperceptible. El auditorio característico del ilustre orador se compone casi todo, como queda dicho, de hermosas damas. Por donde quiera que se dirige la vista solo se ven rostros femeninos de una perfección adorable, lazos de seda y raso de los más extraños colores, ojos de escrutadora mirada, discípulas, en fin, de la más encantadora condición. La espaciosa sala diríase perfumada con los aromas que han divinizado en sus cantos todos los líricos poetas que dedicaron su inspiración a ponderar y a encomiar las perfecciones de la constante compañera del hombre, a quien como madre, como esposa, o como prometida todos amamos. El día siguiente al del entierro de Mr. About no ocurrió esto. El bello sexo que yo, sin temor a incurrir en pecado de lesa galantería, creo que escucha a Mr. Caro por el encanto que halla en su elocuencia maravillosa, antes que por buscar (lo cual sería ardua empresa), alimento a su inteligencia y fortaleza y vigor a su fe, se encontraba en minoría. La mayoría se componía de estudiantes, en cuyos rostros se veía esculpida la cólera más viva contra el estéril pensador y orador correctísimo de la Sorbona. Y en efecto: aquellos estudiantes que llenan las aulas de Mr. Pasteur y de Mr. Laboulaye, silbaron a Caro.
Nada más lejos de mí que aprobar esta clase de manifestaciones. Pero ¿no es verdad que, así y todo, prueban que el espíritu de la presente generación de la Francia republicana está muy lejos del clericalismo y de la aprobación incondicional de las doctrinas del oscurantismo ortodoxo? La causa ocasional de tan ruidosa silba, no fue otra que los reproches de Caro a las convicciones anticatólicas de About.
Como esta carta va siendo extensa en demasía, dejo para la inmediata el referir a usted, querido amigo, otros hechos que entiendo yo, prueban hasta qué punto ha llegado en este país la emancipación de la humana inteligencia.
Queda suyo afectísimo,
J. Miralles y González.
{1} Damos las más expresivas gracias a nuestro querido amigo y correligionario Sr. Miralles y González, a quien su valerosa campaña como director de El Porvenir ha llevado al destierro, por su concurso generoso y espontáneo a la obra regeneradora del pensamiento nacional, que tratamos de esbozar en Las Dominicales.