Diario de Córdoba
Córdoba, jueves 23 de agosto de 1923
 
año LXXIV, nº 32.326
página 1

La victoria de Tifarauin

Abramos el pecho a la esperanza y correspondamos con nuestra emoción sentida al entusiasmo vivísimo con que ha sido roto el asedio de Tifarauin. Se ha vitoreado a España a la entrada de los soldados de Salcedo en la posición sitiada y en los restantes campamentos de Melilla la noticia del triunfo ha sido recibida a los acordes de la Marcha Real.

Sediento de lucha, el Ejército del Rif ha disfrutado al cabo del placer de una victoria total. Sedienta España también de compensaciones a los dolores e incertidumbres que la afligían y desesperaban, muéstrase consolada y satisfecha del glorioso resultado de la jornada última.

Esta acción de guerra vale por muchas determinaciones del Protectorado civil.

Solacémonos, pues. Alegrémonos de la victoria de Tifarauin, porque ella nos ha librado de las amarguras de un nuevo Igueriben.

Mas, ¿y luego? La incertidumbre del mañana priva de disfrutar del todo el dulzor de la victoria.

¿Qué ha de hacerse después?

He aquí que los sesenta mil soldados españoles del Ejército de Melilla se muestran capaces de meritorias empresas contra los diez mil rebeldes organizados contra el Protectorado nuestro y, esto no obstante, el Gobierno insiste en el desistimiento de la operación fundamental sobre la bahía de Alhucemas.

La Nación que tantos nidos de piratas deshiciera en Berbería, ha evidenciado que también puede aniquilar las guaridas de Beni Urriaguel. Lo ha demostrado con el hecho hermoso de Tifarauin. No obstante esto, el Gobierno declara, a compás de la victoria, que la resolución depende de la conducta que el enemigo observe al retirarse a sus posiciones primeras las columnas vencedoras.

Es decir que si durante el repliegue los rebeldes hostilizan y acusan su pujanza, se volverá a repeler la agresión, Contrariamente, si dejan en paz al Ejército, este habrá de retirarse y el Gobierno decretará no haber ocurrido nada.

Más claro aún: si el enemigo se siente quebrantado, nos retiraremos de él para que sin molestia de nuestra vecindad pueda atender a su reorganización. Si no parece dispuesto a ello, se le castigará para obligarle a aceptar el propósito.

Todavía más precisamente: no será aprovechada la victoria.

La utilización del triunfo, en toda época practicada por el mundo entero, no reza ahora con nosotros.

Esta no es la finalidad perseguida, sino otra: convencer al adversario de que debe aceptar nuestra amistad y protección.

Así, pues, para citar un ejemplo reciente y grande, cuando Francia, inspiradora nuestra a la que para su bien seguimos en la empresa de Marruecos, acertó a contener en el Marne la invasión germánica, debió pararse a su vez con el objeto de llevar al ánimo de los alemanes la convicción de que por las buenas debían aceptarla y regalarle la victoria, porque ella había asumido la representación de la Libertad, de la Justicia, del Derecho. No fue así, como todos recordamos. Francia siguió realizando por todas partes la propaganda de su encarnación de la Libertad, la Justicia y el Derecho, consiguió la ayuda de medio mundo y, así que obtuvo la victoria, se ha quedado sola contra Alemania, resuelta a no dejar de ella ni el nombre.

Sola asimismo desea quedarse en Marruecos, pero en este caso especial con ánimo de rehacerlo a su imagen y semejanza, porque también ella se siente creadora.

Aquel anuncio de que la victoria de Francia representaba para el mundo el triunfo de la Libertad, la Justicia y el Derecho, ha producido en Marruecos la conclusión de que este es un Imperio sobre cuyo territorio total ejerce la soberanía un Sultán protegido de Francia. Luego Tánger cae bajo esta jurisdicción y también la zona española de Marruecos, puesto que esta no ha sido apartada de la soberanía del Sultán, sino que, a nombre y en representación de éste, la ejerce el Jalifa.

Esta complicada exposición se reduce a una traducción muy sencilla: Marruecos para Marruecos... protegido de Francia.

Esta suerte de monroísmo no es nueva. Ha sido practicada en toda ocasión y momento y Francia, desde su punto de vista imperialista, hace bien.

Es España la que hace mal, cuando no opone hispanidad al afrancesamiento.

De acuerdo con Francia, algunos españoles abogan por el abandono del Marruecos mediterráneo, porque no vale nada: no tiene más que piedras, piedras y piedras.

Es cierto: no tiene más que piedras, piedras y piedras... de minerales valiosísimos, particularmente en Bani Urriáguel, cuya salida al mar la vigilante protección de Francia aprovecharía para construir en la bahía de Alhucemas un puerto magnífico, el primero del Marruecos mediterráneo, al que los franceses desean asomarse.

Ya no es atrevido decir que la exigua zona de Marruecos asignada al protectorado de España está llamada a ser un emporio. Si así no fuera, ¿por qué había de sernos tan disputada?

Celebremos, pues el triunfo de Tifarauin y aboguemos porque otras victorias positivamente le sucedan.

Volvamos también en este trance la victoria a nuestro Quijote inmortal, en este y otros puntos profético, y recordemos cómo, al volver de Orán el Cautivo con el amor alcanzado en Berbería, son los corsarios franceses quienes le privan de las joyas y prendas valiosas que poseían y, empobrecidos y con la vida sólo por regalo, les dejan seguir el camino de retorno a la vieja Patria española. Salvo la belleza del suceso cervantino, porque la realidad presente es negra y fea, fundamentalmente, la historia aquella puede repetirse ahora, si de veras no estamos sobre aviso y usamos de la experiencia amarga que muchos siglos de desventuras no han concedido a título de compensación salvadora, de aviso del pasado que no tiene remedio acerca de un presente que puede ser corregido.

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Eugenio García Nielfa
1920-1929
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