Eustaquio Pellicer
Sinfonía

Aunque se tenga por caso rarísimo, puede aquí darse el de que uno se acueste algún día con dos o tres pesos en el bolsillo; pero sin una noticia emocionante, jamás.
Y como el lunes no había ocurrido ningún suceso notable en el mundo, ni aun en el campo de la lucha angloboer, fue el príncipe Odescalchi y ¡zas! interpeló al Senado de su país pidiéndole que trate de obtener de nuestro gobierno la adopción del idioma italiano como segunda lengua oficial.
Sólo al príncipe Odescalchi podía ocurrírsele una tan lenguaraz y peregrina idea.
Pues qué ¿no tuvo ocasión de observar mientras radicó en la Argentina que con la lengua que tenemos nos basta y nos sobra para hablar hasta por los codos?
Hubiera dirigido su petición al objeto de que el gobierno argentino redujese a media lengua el idioma oficial, y nadie lo habría extrañado, porque no es la abundancia de palabras lo que constituye la prosperidad de un país; pero ¿que se agregue otra lengua más? Eso, es simplemente ganas de tirarnos de la lengua, pues habiendo visto el príncipe Odescalchi que con una sola apenas nos entendemos, podía figurarse que menos nos íbamos a entender con dos.
¿No se os ocurre pensar en el galimatías que el proyecto de ese príncipe traería a nuestro lenguaje?
El primer libro de texto que era necesario imponer, adoptado que fuese el doble idioma, es Giacumina, verdadera obra clásica de jerga italo española. Tendríamos en ella el mejor de los métodos fraseológicos, y en tanto que las gramáticas bilingües hechas ad-hoc vinieran a perfeccionarnos en la novísima lengua oficial, podríamos ir expresándonos al gusto de Odescalchi, sin más que unir en caprichosa amalgama el spagnuolo con el italiano.
–Buon giorno, don Tesifonte, ¿come dice que le va?
–Me encuentro cosi, cosi.
–¿De la testa?
–No, mi sono guastato lo stomaco.
–¿Comió troppa frutta?
–Altre que frutta: un piatto di menestra; una costeletta de maiale; un pedazo barbari de arrosto de ternera; media pata de montone con riso y cavolofiore; una tortilla con prosciutto; insalata de pepinos; formaggio di Carcarañá y un pezzo di melón.
–¡La gran sette! Lei deve apurarse a prendere el olio de castor.
La municipalidad, por su parte, algo podía contribuir al pronto arraigo del léxico de Cherubini, adaptándole a la nomenclatura urbana para que nos acostumbrásemos a decir: Piazza venticinque de Maggio, palazzo di governo, chiesa Catedral, albergo de inmigrantes, y llamar strada di Santa Fede a la calle de Santa Fe; y a la de Moreno, de Bruno u Oscuro di pelle; y a la de Florida, Fiorita; y a la de Belgrano, Bel-bruffolo; y a la de Caseros, Padroni di casa; y a la de Entre Ríos, Fra Fiumi; y a la de Rodríguez Peña, Rodríguez Sasso; y a la de Callao, Zitto; y a la de Pavón, Tacchino grosso; y a la de Paraná, Per-niente.
En justa reciprocidad, el gobierno del Rey Umberto debía también incorporar el habla criolla a su idioma nacional, italianizando por lo menos las frases y los vocablos más característicos: macanini, chanchi rengui, chi nasce pancione e al ñodo che lo fajen, ¡la gran puccini che ti tiró per le gambe! &c., &c.
El idioma italiano nos es, puede decirse, familiar desde que el general Mitre tradujo al Dante, y en Italia sucedería lo propio con nuestro idioma si el Dante hubiera podido traducir al general Mitre.
A quienes el proyecto de Odelscalchi viene a favorecer en primer término, si llega a realizarse, es a los maestros de escuela, pues a cartilla doble, sueldo doble, aunque la mitad fuese cobrada en pesos y la otra mitad en liras.
Y algo de esto deben prometerse cuando han concebido la idea de realizar anualmente un pic-nic en verano y un banquete en invierno, porque esto demuestra que están ya seguros de poder comer dos veces por lo menos durante el año, cosa que hasta aquí tuvieron muchos por gástrica quimera.
¿Se relacionará también con el proyecto del príncipe Odelscalchi la noticia de esos indios que, entre Rivadavia y Resistencia, acaban de comerse al padre franciscano Miguel Barboni?
Porque bien pudieran haberlo hecho con el solo propósito de averiguar a qué sabía el italiano, para aceptarle o no.
Aunque el proyecto del príncipe no sea estimable en cuanto a lo que facilita el recrudecimiento de nuestra locuacidad, nos obliga a la gratitud por el sentimiento de acendrado cariño que lo ha inspirado y por lo que arguye en favor de la confraternidad reinante entre los dos países.
¿Qué otra prueba de afecto se le puede exigir a una nación que, encima de darnos sus hijos a millares, nos quiere dar la lengua?
Dibujos de Giménez