Filosofía en español 
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Funestos efectos físicos de la embriaguez

Aunque debían bastar los santos preceptos de la moral evangélica para que el hombre no abusara de las bebidas alcohólicas, que como sucede con todas las cosas creadas, usadas con moderación pueden ser hasta elementos favorable a la salud, pero que usadas con exceso constituyen la muerte del alma y un mal físico, la muerte del cuerpo, es tal el olvido de los deberes cristianos, y tal la pasión por el vino y otras bebidas alcohólicas, que cada día son mayores los estragos que hace la incontinencia, cada día mayores y más escandalosos los efectos de la embriaguez.

El abuso de la bebida, ha causado siempre estragos, en unos, por incontinencia indeliberada, en otros, por vicio y por gula, y siempre y en todo lugar era mal mirado el que sucumbía por falta de previsión, y rechazado y ridiculizado como miembro podrido, el que tenía el hábito funesto de embriagarse. El menosprecio público era el castigo de todos, y el aislamiento, el estado a que quedaba reducido aun después que recobraba el uso de la razón. Como en todos los vicios, y como en todos los crímenes, apenas hay pueblos que no ofrezcan ejemplos de la degradación del hombre, por los excesos y la incontinencia; pero en todos los pueblos y en todos siglos la execración pública caía sobre el más abominable de los vicios, porque priva al hombre de su voluntad y de su razón, por que le arrebata la dignidad con que marcha sobre la tierra, porque le predispone para toda acción indecente y criminal, porque le imposibilita para toda obra meritoria, porque le reduce [145] en fin, o a el estado de fiera, que todo lo destroza o al de criminal, hasta sin instintos, excitando con sus grotescas maneras, mal combinadas, peor pronunciadas e impremeditadas palabras el escarnio público, y concluyendo por el adormecimiento inerte, que le deja reducido a la insensibilidad de la materia. Ese es el hombre corona de la creación, ese es aquel en quien Dios infundió su aliento y su espíritu de vida.

No ha bastado los preceptos morales, ni las penas civiles, ni las disposiciones preventivas de la administración para extinguir la embriaguez. Lejos de disminuirse va en aumento, y ya no es la clase proletaria y menesterosa, ni el trabajador del campo los que nos ofrecen tantos ejemplos del mal que deploramos; hoy son muy frecuentes los casos de embriaguez en todas las clases sociales. Personas de elevada posición social, funcionarios públicos, jóvenes y hombres de edad adulta, se dan a ese espectáculo horrible de la más abominable degradación, no ya en lugares reservados, sino en los más públicos, en convites y en saraos, produciendo escándalos y delitos, y obligando a las señoras a retirarse de las reuniones a que concurrían para recreo, y vieron convertidos en tabernas los lugares del buen tono.

Ya es moda comer mucho y beber más, ya es moda ponerse alegre, ya es moda la gula, es decir, que se ha erigido en virtud social, lo que es en religión un pecado capital.

La perturbación de las ideas y de las costumbres ha llegado a un grado que nadie puede presumir, y sin embargo es un hecho que nadie puede negar.

Si en esta materia fuera lícito designar personas ¡qué catálogo tan extenso y tan escandaloso, atendida la calidad de los que se embriagan! Pero no hay necesidad, en cada ciudad, en cada pueblo, están bien marcados los infelices dominados por tan asqueroso vicio. [146]

Urge reprimir este mal, y con este fin recogiendo cuantos datos nos suministran escritores contemporáneos, vamos a exponer los males físicos que causa la embriaguez, con el fin de que asociando estos hechos a la doctrina de la predicación Evangélica se acometa la empresa de disminuir vicio tan vergonzoso.