Filosofía en español 
Filosofía en español


Refutación de los que afirman que el hombre no es mas que un mono perfeccionado

Se ha tenido la desfachatez de decirlo con seriedad, y ciertos estudiantes en medicina de no muy buena vida aseguran bajo palabra de honor que es verdad. «Es evidente, dicen, según los enciclopedistas y según un tal Lamark, un tal Paschal Grousset y un tal Darwin, que los seres van [56] perfeccionándose físicamente; en estos imitan la ley moral que es el progreso humanitario continuo. El pólipo se convirtió en ostra; la ostra se convirtió en piobro; el piobro se convirtió en pez; el pez, en foca; la foca en castor; el castor, en didelfo; el didelfo se convirtió en mono de segunda clase; el mono de segunda clase en orangután, en fin, a fuerza de tiempo, de esfuerzos de la naturaleza, a fuerza de progreso y de virtudes, el orangután perdió su rabo y se convirtió en negro; el negro en chino; el chino, en hombre perfecto que lee el francés y lee El Siglo

Si, todo esto se ha dicho, y lo mejor de todo es que se ha creído y se ha aclamado. He visto algunos hombres que sin pestañear afirmaban esta genealogía y que se apellidaban pura y simplemente bestias (lo que eran ciertamente mucho más de lo que creían).

Viajeros ingleses llegaron a decir que aun existían en Abisinia hombres con rabo llamados Niams-Niams, o sea un medio entre negro y mono. Este descubrimiento era importante. El sabio Mr. Mariette, del Instituto, se dirigió al fondo de esta cuestión y descubrió que los tales negros rabudos no eran sino negros vestidos de pieles de animales que mataban y cuyo rabo pendía por detrás. Así es como la verdadera ciencia ha hecho una vez más que la farsa sucumba.

Los naturalistas justifican, bajo el punto de vista puramente físico, entre el mono más humano y el hombre más bestia, no grados, sino diferencias esenciales; entre otras, ese famoso rabo que nuestros libre-pensadores quisieran volver a hallar; además la forma de las manos, sin contar la cabeza y algunos otros detalles que sería pueril enumerar.

No, la ciencia no ha descubierto nada contra la grandeza divina de la inteligencia y de la vocación del hombre. Está muy de acuerdo con el buen sentido, con la ciencia, con la fe, para descubrir en el hombre lo que no puede hallarse más que en él: quiero decir, un alma, puro espíritu, capaz de [57] conocer a Dios, de amarle, de servirle, de poseerle en la tierra por la gracia, en el cielo del mismo modo, y de gozar de su vida santa y eterna. Por esta razón, hay más diferencia entre el menos instruido de los cafres o de los hotentotes, y el mono o el perro más inteligente, de mejor instinto, que entre este último y la ostra, y la planta, y aun el mineral. Y después de todo, ¿qué es esa vida orgánica del animal, que acaba con él, porque en los designios del Criador no tiene otro objeto que apetitos, instintos, y todo un conjunto de funciones que se limitan a la tierra? En cuanto al hombre, rey del mundo, fue hecho para la eternidad, y su objeto en la vida es la verdad, el bien, el amor, la santidad.

Una palabra más acerca de la pretendida perfectibilidad de los animales. Es una asombrosa burla desmentida por la experiencia, por la evidencia misma. Todo animal, todo pescado, todo pájaro, toda serpiente, todo moscardón nace en un estado del que no sale, porque no le es dado salir del estado físico, constitución orgánica; estado instintivo, constitución pasional, como ellos dicen (no los animales, sino sus apóstoles), todo se conserva invariable en el animal, y cada generación se mueve necesariamente en la misma órbita que la generación precedente. Los ruiseñores de hoy cantan como los del tiempo de Abraham y de Matusalén; los perros ladran a los ladrones en el siglo XIX de la era cristiana, del mismo modo que ladraban mil, dos mil y tres mil años antes. Los castores construían sus casas con la misma perfección antes que después del diluvio; y lo mismo sucede con las hormigas, las abejas, las arañas, los gatos, los caballos y todos los animales. Los padres de estas honorables bestias nada les han enseñado, y ellas mismas, a pesar de las excitaciones de sus sabios amigos, no enseñarán nada a su progenitura. Hasta el fin del mundo harán su nido los pajarillos con la misma perfección; los perros seguirán al hombre con la misma fidelidad; los gatos mirarán al ratón con igual cariño, y los asnos tendrán la misma perspicacia. [58]

Yo deseada saber hasta qué punto puede llegar a creer el hombre que no es más que un mono. Yo creo que todos los que lo dicen se parecen a aquel profesor del Museo de Turín, Mr. de Filippi, que había enseñado públicamente el más asqueroso materialismo, y aun había consagrado muchas sesiones de sus cursos a demostrar que el hombre descendía del mono en línea recta. Acaba de morir como cristiano, arrepentido, detestando esas locas impiedades, y recibiendo dichoso por dos veces el Viático, el Cuerpo adorable de Nuestro Señor Jesucristo.

Ante la muerte cae la máscara, queda el hombre… el mono se evapora…

M. Segur.