Filosofía en español 
Filosofía en español


León Carbonero y Sol

Pretensiones de los judíos para su establecimiento en España

Hace ya algunos días que varios periódicos de la corte, dieron la noticia que los judíos de Prusia, iban a presentar una petición a la asamblea constituyente para que se derogaran las leyes patrias sobre su expulsión.

No extrañamos en verdad que en esta época en que la España parece un cadáver en putrefacción, salgan a la luz pública esos gusanos hediondos, esa raza maldita, que por más que se afane, no podrá borrar de su frente el execrable anatema que la redujo a vivir errante, sin templo, sin ministros, sin patria, ni hogar y siempre perseguida, y siempre odiada donde quiera que ponga su planta inmunda.

Mucho se engañan los judíos si creen que los españoles hemos olvidado sus antiguas traiciones y alevosías, sus insurrecciones y sus engaños, sus estafas y sus latrocinios, sus iniquidades y su ferocidad salvaje. Mucho se engañan si creen puede ser compatible con el pueblo católico español, la raza que robaba los niños, y después de atormentarlos bárbaramente, los mutilaba y crucificaba, si es que no ponían fin a su existencia con suplicios que horrorizan en la historia de esos mártires de la inocencia, que veneramos en nuestros altares.

La raza judía que desprecia y vilipendia a Jesucristo, que con palabras sacrílegas ultraja a su Santísima Madre, a la Madre de los [624] españoles, no puede jamás tener existencia legal en el pueblo eminente y exclusivamente católico.

La venida de los judíos a España, sería el principio de nuevos males... y a sus provocaciones, y a sus manejos, se debería ver reproducidas aquellas tristes noches del Alcalá de Toledo y de las juderías de Sevilla, de Córdoba y otras ciudades.

En el orden político fueron siempre fomentadores de todo tumulto, de toda insurrección, en el orden moral fueron urdidores de tramas y de calumnias, falaces en su trato, faltos de buena fe y nada cuidadosos de la honra; en el orden religioso son los crucificadores de Nuestro Señor Jesucristo, son los despreciadores de su Santísima Madre; en el orden comercial, son usureros, estafadores y piratas de los pueblos,

La raza judía no aumenta el comercio ni la riqueza de las naciones que los acogen... porque es como los chalanes y rateros que ven a las ferias donde hay movimiento comercial, para aprovecharse de la sencillez de los incautos.

¡Cuál será el estado de nuestro país, cuando lo más despreciable y vil que hay en el universo, más que los salvajes de América, más que los antiguos ilotas, más que los esclavos y eunucos de Turquía, más que los parias del Asia, se atreven a levantar su voz aquí en España, en la nación de Isabel la Católica, aquí donde tantos recuerdos conservamos aun de las iniquidades que cometieron!... ¿Habrá quien se interese por esa raza de maldición? ¿Habrá quien olvide lo que fueron? ¿Habrá quien desconozca lo que son? ¡Ah! no, no es posible, pero si tal sucediera... si llegara por desgracia el día en que se atrevieran a vivir entre nosotros como en los siglos medios, de temer es que a tal día, sucediera una noche toledana, y responsables serían ante Dios, los que contribuyeran con su imprudencia a despertar en el pueblo español aquellos odios que produjeron escenas tan lamentables.

Los hombres de la materia, los que solo fijan su consideración en el principio utilitario, podían considerar también que si imposible es el establecimiento de los judíos, en España bajo el aspecto religioso, si inconveniente y perjudicial lo es bajo el comercial [625] y político, es enteramente inútil en el artístico y científico.

El fuego de su horrible crimen y ceguedad, ha secado su inteligencia y nada han sido capaces de crear. ¿Qué les deben las ciencias, qué las artes y la industria?

El pueblo católico español ha recibido con indignación esa noticia... El pueblo católico español maldice a esa raza despreciable, el pueblo católico español protesta contra sus osadas pretensiones.

Sin perjuicio de ocuparnos con más extensión de esta materia, insertamos a continuación los artículos publicados por la Esperanza:

León Carbonero y Sol

Nuestro apreciable colega La Época, refiriéndose a un periódico extranjero, ha publicado la noticia de que los israelitas prusianos, con la cooperación del Consistorio de París, y bajo la dirección del rabino de Magdeburgo, están haciendo gestiones para alcanzar la revocación del edicto dado en 1492 por los Reyes Católicos, desterrando de España a sus correligionarios. Si La Época no añadiese pormenor alguno a esta noticia, la dejaríamos en la clase de las probables; porque realmente no sería extraño que pensaran los judíos haber escogido la coyuntura más a propósito para pedir la derogación de una pragmática de los Reyes, Católicos por antonomasia, D. Fernando y doña Isabel; pero las explicaciones que nuestro colega añade, tomadas de la Gaceta de Augsburgo, hacen muy inverosímil este paso de los judíos prusianos, a no ser que lleven una segunda intención, que a ser cierta; podría costarnos cara.

Dice La Época que tienen dispuesta una Memoria para presentarla a las Cortes, la cual, después de probar que las colonias israelitas existían en España mucho antes de que fuera habitado el país por cristianos, concluye de este modo:

«No venimos a reclamar las propiedades arrebatadas a nuestros padres: no solicitamos tampoco nuestros antiguos templos: lo único que deseamos es que no prohiba la residencia en España a aquellos de nuestros hermanos que la desearen.»

Nosotros preguntaríamos a estos cándidos judíos, si creen de verdad que se les prohibiría la residencia en España, caso de [626] querer fijarla. ¿No residen otros tan israelitas como los israelitas prusianos? ¿Se mete nadie con ellos? Luego esa Memoria, o es una ficción de los periódicos, o lleva un objeto eminentemente farisaico.

Suponemos que será una ficción, o, cuando más, una de esas especies que se echan a volar para ver si encuentran donde posarse. El motivo que tenemos para suponerlo así, es que la situación actual de España, por la confusión y la inseguridad que reinan, por los peligros que amenazan, es bien poco apetecible para venir a aumentar la población y nuestros capitales, como se prometen algunos de nuestros colegas incautos. Pero si, contra nuestro dictamen, la pretensión de los judíos fuese cierta, no podríamos dejar de ver tras ella un designio desleal, y en alto grado opuesto a la tranquilidad de los españoles.

¿A qué viene, en cuanto a lo primero, el probar la prioridad en la Península de las colinas hebreas sobre los cristianos? Pues qué, ¿se disputa acaso a la religión judaica su antigüedad sobre la cristiana? Luego lo que los duodécimos nietos de los judíos expulsados de la Península pretenden, es disputar a los cristianos españoles el derecho de que usaron 360 años hace para hacerlos salir de ella. Luego lo que se proponen es que, una vez admitido la antigüedad de la residencia de los hebreos en España como mayor que la de los cristianos, según la admiten ya nuestros colegas, al repetir sin inconveniente que en la tal antigüedad no puede caber duda, siendo el judaísmo muy anterior al advenimiento de Jesucristo; una vez, decíamos, admitida esta prioridad de los hebreos, tenga que confesarse injusta y atentatoria a sus derechos la ley que los expulsó del reino, ya que esa ley se fundaba en motivos puramente religiosos.

Pero muy pobre idea deben de tener de los españoles los buenos judíos prusianos, si han llegado a persuadirse que vamos a tragarnos ese malicioso sofisma de ellos. Concediéndoles que las colonias israelitas existiesen en el territorio español antes de que los cristianos lo habitasen, les negamos que tengan mayores derechos sobre él que los cristianos. Si formaron colonias [627] al establecerse en el país, no pudieron ser dueños de todo él; al contrario: la historia nos asegura que fue tolerado su establecimiento, como el de otras muchas. Por otra parte, ellos, separados como siempre del pueblo gentil, no pertenecieron nunca al pueblo español, aunque fuesen españoles por su nacimiento. Pues bien: aquel pueblo gentil, convertido luego en pueblo cristiano, fue el que, como pueblo español, dueño de su territorio, no quiso tolerar en él a otro pueblo que le incomodaba. De manera que los Reyes Católicos, representantes legítimos de los derechos de España, los expulsaron, no en, virtud de facultades que les diera el cristianismo, sino usando de las que van anejas a una posesión inmemorial.

Que no vendrán, dicen, a reclamar las propiedades arrebatadas a sus padres. Esa reclamación, si pensaran en hacerla, sería lo que menos cuidado podría darnos. ¡Buenos somos nosotros para que nos reclamen lo que hemos adquirido de clases expulsadas! Que llamen a esta adquisición despojo o arrebato, ¿qué nos importa? Sería de ver que nos apurasen los judíos reclamando lo que dejaron sus abuelos hace tres centurias y media, cuando nos hemos reído de las reclamaciones de los cristianos por bienes que a ellos mismos se les había hecho dejar.

Que no soliciten tampoco sus antiguos templos... Lo que nosotros respondemos a todas estas seguridades es que si las Cortes, como parece se les aconseja, decretaran la renovación de la pragmática de los Reyes Católicos contra los judíos, ya podríamos los católicos coger nuestro equipaje y abandonar a España. Si hay quien no adivine el por qué, que nos lo pregunte.