[ Juan Antonio Bourdieu Jammes ]
Ni renunciar a la verdad ni compartir el error
El Papa no sabe contemporizar. Un día felicita a los fascistas por lo que contiene de orden su doctrina; pero les advierte que el fundamento de su estatismo no es católico.
Luego agradece al Gobierno de Italia los amables empeños de acercamiento; pero no permite que se dude sobre la protesta subsistente de la triple corona contra el despojo que la privó de sus dominios.
Ahora –en su novísima encíclica “Mortalium Animos”, del 6 de enero– acaba de dar el golpe de gracia a los intentos pancristianos.
Sabido es que las sectas disidentes –es decir los que rompieron la unidad– vienen reiteradamente invitándonos a la unión de las Iglesias. No han pensado quizás lo que va de la unidad incorruptible –“Unam, Sanctam, Catholicam et Apostolicam!”– a la unión de lo diverso. ¿Cómo no ver, si no, que “unión de Iglesias” implica un absurdo in terminis? Tomada la Iglesia en el sentido de total que tiene para el caso, unión de Iglesias equivaldría a junta de doctrinas, es decir, a transacción entre dogmas, acomodamiento de verdades, cada una de las cuales, para ser admitida, por muchos, abdicase en algo de su propia esencia, renunciase al ser por el parecer.
Y así, el Papa, después de recordar que la religión no es cosa humana sino divina; que sus dogmas no son cualesquiera sino sólo aquellos que Dios expresamente reveló; que sus verdades no son, por tanto, relativas sino absolutas –les pregunta cómo podrán unirse, por ejemplo, el que afirma que en la sagrada Tradición está el acervo de la Revelación, y el que lo niega; el que adora en la Eucaristía la Transubstanciación real y el que no ve en aquélla más que un recuerdo o símbolo; el que admite la jerarquía eclesiástica y el que la cree invención de los hombres; el que invoca a la Santísima Virgen y a los santos como intercesores valiosísimos, y el que ve en ello la adoración de un fetiche, contraria al honor debido al Cristo como único mediador.
En efecto, ¿cómo podrán unirse opiniones contradictorias sin declarar la bancarrota de toda verdad sustancial, el fracaso de toda revelación divina, y la negación de la inteligencia?
¡Por eso el Papa no ha concurrido a esas reuniones de acatólicos!
Todos nuestros dogmas son absolutos, y no lo es más el de la Trinidad, enseñado por el mismo Jesucristo, que el de la infalibilidad pontificia definido infaliblemente por el Concilio Vaticano. Esas definiciones, dice el Papa, no inventan nada que no estuviera implícito en el tesoro de la Revelación.
Después de recordar gráficamente que la Iglesia es Cuerpo y que no es concebible un cuerpo con los miembros separados, Pío XI, concluida su enseñanza de Pontífice Máximo, se muestra Padre común, y llama a los hijos que se fueron de la casa tras los errores de Focio y de los protestantes, recordándoles que la casa no se ha derrumbado y que la familia los espera con los brazos abiertos, para estrecharlos sobre el corazón y no para renunciar a la verdad ni para compartir el error.
J. A. B.