Hacia 1960 ó 1961, hacía Julián Marías en su artículo «El ensayo en España» (recogido en su libro Los españoles, Revista de Occidente, 1963), una serie de consideraciones interesantes sobre la suerte del ensayo español después de la guerra civil. Tras afirmar que para la opinión crítica común los dos géneros principales en la España de la posguerra son la poesía y la novela, propendiéndose a «olvidar o desatender el ensayo, que aparece resueltamente en segundo plano y con imagen borrosa», Marías replicaba que en su opinión «el ensayo es, de veinte años a esta parte, el género cultivado con más dedicación, calidad y acierto en nuestro país» y que «si dentro de cincuenta años se hace el balance de la producción total de ese periodo, se verá con sorpresa que en él han aparecido unas cuantas docenas de libros excelentes, que –al menos en su conjunto, e individualmente sólo de manera precaria– no constan. ¿A qué se debe esto?, se pregunta Marías. La culpa es, según él, de los críticos y de las publicaciones periódicas. Al contrario que la novela o la poesía, el ensayo «atrae ojos inquisitivos y con frecuencia inquisitoriales. El crítico siente una fuerte tentación: no enterarse, no ser en ningún sentido "cómplice" de aquellos decires que afirman o niegan algo, que pretenden decir "verdad" –no simplemente belleza, pasión o interés dramático. La consecuencia natural es el silencio o sus aproximaciones.» Según nuestro autor, esos libros de ensayos «silenciados» «prueban que hay en España… vida intelectual. Lo que falta –y esto explica que esa vida sea relativamente desconocida o esté soterrada– es "convivencia" intelectual.» (Las cursivas son mías. F.-S.). En consecuencia, «hay que volver a hacer pública la vida intelectual»: que los escritores se reconozcan y se lean unos a otros, que se acaben las discriminaciones y los silencios. Y Marías concluye, con palabras que merecen toda clase de beneplácitos y loas: «¿No será la hora de desechar todo temor servil e instaurar el reinado de la generosidad, la veracidad, la libertad?»
No es cuestión de discutir aquí si Marías tiene razón en cuanto al «olvido» en que los críticos han tenido a la producción ensayística española de 1940 a 1960. Me parece que exagera mucho en cuanto al valor de esa producción y un poco en cuanto al silenciamiento. (Dicho sea entre paréntesis, el género más afectado por la dictadura político-intelectual franquista tenía que ser necesariamente el ensayo.) Marías, con ligeros tonos de vanidad y despecho, hace un verdadero alegato pro domo: ¿no es él uno de los más destacados ensayistas, por lo menos en cuanto a producción, del periodo considerado? Pero dejemos al margen esta cuestión: lo que aquí debemos retener es la indudable nobleza de intenciones, el claro «temple liberal», con que Marías enfoca el tema de la vida intelectual española, en particular del ensayo, en la posguerra: nada de discriminaciones, nada de silenciamientos; «generosidad, veracidad, libertad» –palabras que deberían grabarse en el frontispicio del Templo de la Inteligencia, como diría un humanista clásico.
Retengamos pues cuidadosamente estas nobles afirmaciones liberales y pasemos a otra música –me temo, mucho menos liberal. A fines de 1964 aparece en Madrid la tercera edición, «corregida y aumentada» del Diccionario de literatura española, editado por la Revista de Occidente y dirigido por Germán Bleiberg y… Julián Marías. Bleiberg se encarga especialmente de la literatura de creación. Marías, de literatura ideológica o conceptual, es decir, del ensayo, la filosofía, la sociología, la crítica cultural… las «ciencias humanas» en general. La edición anterior data de 1953; han pasado once años y en esos años han surgido nuevos ensayistas (y poetas y novelistas), se han editado muchos libros de jóvenes intelectuales –la quinta generación española de este siglo–, han penetrado en el pensamiento español, a veces con gran empuje, nuevas corrientes europeas y mundiales (como el marxismo, el neopositivismo y el existencialismo sartriano); en fin, se ha diversificado y enriquecido [64] considerablemente la cultura española –aunque siga siendo, comparada con la europea, bastante pobretona y provinciana, diga lo que diga, pro domo suo, Julián Marías. Bien. Ha habido, decimos, novedades en la producción ensayística española, durante el último decenio. Un instrumento neutro y objetivo como debe ser un diccionario no dejará de registrarlas, piensa el lector de buena fe. Con mayor razón si el director de la publicación es Julián Marías, especie de Quijote «generoso, veraz y libre», que ha roto más de una lanza en favor del ensayo español contra quienes pretendían mantenerlo cautivo, oculto o silenciado. Tranquilizado por tamaña garantía, el lector de buena fe, que, supongamos, se interesa por los nuevos valores del ensayismo español, abre el bonito diccionario de la Revista de Occidente y busca el artículo «Ensayistas españoles actuales». Helo aquí, página 254. Aunque no lleva firma, el lector piensa que el artículo ha sido redactado por Marías mismo, o al menos bajo su dirección y supervisión. Bien, pero que muy bien. Leamos. Nombres, muchos nombres. Aparentemente, todos. ¿Todos? Veamos. Desde 1953 han aparecido muchos libros de nuevos ensayistas. Por ejemplo… ¿Cómo? ¿No está Enrique Tierno Galván, conocidísimo profesor y ensayista? Sin duda se trata de una errata de imprenta. ¿Cómo podía desconocer Julián Marías a un colega suyo, casi de su generación, que cuenta ya con una producción ensayística importante en volumen y calidad? De todos modos, es raro…{1}
Pero sigamos adelante. ¿Posteriores a 1953? Ramón Xirau y Marichal en el extranjero, José María Castellet en España. Nombres importantes sin duda: el diccionario de Julián Marías no los silencia. ¿Y los más jóvenes? «Entre los ensayistas más jóvenes hay que citar a Javier Muguerza, que se interesa por la filosofía, y a José Ramón Marra-López, que ha cultivado el cuento y empieza a destacarse como crítico literario… Puede citarse entre los ensayistas a Marino Gómez Santos; destacan entre sus libros sus conversaciones con Pío Baroja y la historia y crónica del Café Gijón de Madrid». ¿Esto es todo ? Esto es todo. Entonces, el lector de buena fe, un poco desconcertado, piensa que el nuevo ensayo español es muy pobre, casi inexistente. ¿Todo se reduce a alguien que «se interesa por la filosofía, –y de quien yo no sé que haya publicado un libro o, al menos, ensayos importantes–, a un crítico literario autor, éste sí, de un libro importante sobre la novela española en el exilio -y a un periodista que ha escrito un libro de conversaciones con Pío Baroja y… la historia del Café Gijón? iFlojo panorama el del joven ensayo español! Y es en ese momento cuando el lector de buena fe empieza a dudar de la «generosidad, la veracidad y la libertad» del director de la publicación, señor Julián Marías. Hace sus cuentas, consulta a los amigos, relee el artículo, apunta las omisiones y he aquí el resultado a que llega.
De los tres ensayistas jóvenes citados, el único que merece tal nombre –aunque sea sobre todo crítico literario– y el único realmente conocido como tal es Marra-López. Veamos ahora algunos ensayistas omitidos, casi todos ellos autores de uno, dos o más libros: Alberto Gil Novales, G. Ferraté, Sergio Vilar, Raúl Morodo, Elías Díaz, José Luis Abellán, Xavier Rubert de Ventós, Luis Rodríguez Aranda, Antonio Jutglar, Juan Goytisolo (que no es sólo novelista), Enrique Ruiz García, E. Pinilla de las Heras, Manuel Sacristán Luzón (profesor de la Universidad de Barcelona), Ignacio Sotelo, José Aumente Baena, Ramón Tamames, Francisco Fernández-Santos; J. A. Valente y J. Gil de Biedma (ensayistas además de poetas); Ignacio Fernández de Castro, Manuel Tuñón de Lara, Alfonso Sastre (no sólo dramaturgo), Luis Martín Santos (que, además de novelista, ha escrito ensayos importantes), Juan Fuster (que, además de escribir en catalán, ha publicado bastantes libros en español), Vicente Aguilera Cerni, M. Sánchez Mazas, Eloy Terrón… Tate, tate, demasiadas omisiones para que sean todas «erratas de imprenta». El lector de buena fe se resiste todavía: ¿es posible que un ilustre liberal como Julián Marías, digno defensor del ensayo de su generación contra los que, según él, lo han silenciado en favor de otros géneros, silencie ahora a tantos ensayistas nuevos…? ¿Es el Marías del artículo de Los españoles el mismo que dirige y redacta el diccionario de la [65] Revista de Occidente? ¿Cómo explicar tan flagrante contradicción?
Remontemos el hilo del tiempo, a ver si llegamos al ovillo de la cuestión. ¿Cómo? ¿Tampoco está Luis Araquistain? Inexplicable omisión, porque el escritor socialista vasco era conocidísimo y había publicado decenas de libros, la mayoría de contextura y estilo típicamente ensayísticos. ¿No será que…? El lector tiene una súbita sospecha: recuerda que Araquistain, escritor de tendencia marxista aunque moderada, publicó allá por el año 1934, en su revista Leviatán, unos artículos de crítica radical, muy dura, contra Ortega y su ideología aristocraticista, crítica que después ha repetido, muy suavizada, en su libro El pensamiento español contemporáneo, de 1962. ¿Será éste el ovillo o uno de los ovillos, a que nos conduce el hilo de las exclusiones? Así se explicaría la omisión de bastantes de los ensayistas anteriormente citados –desde Tierno Galván y Tuñón de Lara hasta Aumente, F. Fernández-Santos, Juan Goytisolo y Martín Santos–, que sostienen posiciones intelectuales más o menos radicalmente antiorteguianas o han criticado aspectos diversos del pensamiento del filósofo madrileño. Pero aún hay más: la mayoría de los ensayistas y escritores mencionados sostienen posiciones marxistas o influidas por el marxismo y, en todo caso, claramente socialistas; algunos son cristianos de tendencia crítica y revolucionaria. Ahora bien, para el señor Marías, todo lo que en el terreno del pensamiento huela a marxismo o, simplemente, a socialismo, no es más que… «extremismo». Veamos sus propias palabras en otro artículo del citado libro Los españoles: «En estos últimos años, especialmente en los tres o cuatro más inmediatos a esta fecha, lo más valioso de la cultura española, la tradición de sesenta años de esplendor, esforzadamente sostenida y conservada en los últimos decenios, vuelve a encontrarse asediada por dos extremismos opuestos, que por motivos distintos tratan de anularla. Si se leen con atención los escritos de los tiempos más recientes, se advierte que para muchos esa tradición intelectual que va de la generación del 98 a la fecha actual es el enemigo que hay que destruir, negar, desprestigiar, minimizar. Se dice que todo eso es "impiedad" o que es "reaccionarismo"… Los ataques a Ortega son representativos; pero no hay que engañarse: no se trata sólo de Ortega.» (Las cursivas son mías). Luego insistiré en la deshonesta amalgama{2} y en el increíble tartufismo patentes en este párrafo, muestra y señal de la pobreza ideológica y del provincianismo en que aún vive parte de la inteligentsia española, incluso la que se cree más europea y liberal. Observemos simplemente por ahora que en estas palabras de Marías se cifran los dos criterios o claves principales para descalificar a los nuevos intelectuales españoles no ortodoxos –según la ortodoxia de Marías y de la Revista de Occidente: la crítica ideológica a Ortega (Marías dice «ataques») y el marxismo o corrientes afines (Marías dice, graciosamente, «extremismo»). El intelectual español que «peque» por cualquiera de estos lados, y más si peca por ambos, puede estar seguro: no entrará en el cielo «liberal» del Diccionario de literatura. Así haya escrito diez libros de ensayos.
Pero continuemos con el tema de las exclusiones. El lector curioso, que ha perdido ya toda fe en la «generosidad, veracidad», &c., del director del diccionario, observa ahora que en al artículo sobre los ensayistas y fuera de él no hay lugar para ningún escritor socialista, vivo o muerto. Veamos unos ejemplos: Jaime Vera, Tomás Meabe, Besteiro, Jiménez de Asúa, Fernando de los Ríos, Carmona Nenclares, A. Nin, Maurín, Ramos Oliveira… Y ya citamos antes el caso más curioso: el de Araquistain, culpable sin duda del «pecado mortal» de antiorteguismo. (No se diga que aquí suele tratarse de escritores políticos, porque el diccionario incluye a otros escritores puramente políticos como… J. A. Primo de Rivera y R. Ledesma Ramos.) [66]
¿Otras exclusiones? Carranque de Ríos, Joaquín Arderíus, Manuel Andújar, Clemente Cimorra, María, Teresa León, Ricardo Bastid, José Ramón Arana, Jesús Izcaray, José Herrera Petere, Clemente Airó, V. Botella Pastor, Manuel Lamana, Julián Gorkín, Agustín Bartra, Eduardo Ortega y Gasset (¡también él!), Bosch Gimpera, Recaséns Siches, Nicolás Sánchez-Albornoz, Juan Rejano, Juan Andrade, Pablo de Azcárate… Escritores todos que ofrecen la particularidad de ser… exilados antifranquistas o bien hombres de… izquierda («extremistas», quizá diría Marías). Señalemos de todos modos que la responsabilidad por las exclusiones recae aquí tanto en G. Bleiberg como en Marías: se trata frecuentemente de novelistas y poetas. Y son demasiados «olvidos», todos del mismo lado, para suponer que se trata de ignorancia (lo que ya sería de por sí grave en los redactores y directores de un diccionario){3}.
Pero veamos todavía otras exclusiones. Artículo «Novelistas españoles actuales». ¿Están, entre los novelistas jóvenes, todos los que cuentan? Reconozcamos que el diccionario se muestra mucho más justo y ecuánime con la novela (y la poesía) que con el ensayo –lo que representa un vivo reproche a Marías, que, como hemos visto, se queja precisamente de ese trato de desfavor para con el ensayo, pero, ya se ve, sólo en lo que afecta a él mismo y a sus próximos. De todos modos, entre los novelistas jóvenes faltan nombres. ¿Cuáles? Por ejemplo, Francisco Candel, Daniel Sueiro, Juan Marsé, Alfonso Grosso, Antonio Ferres y… Luis Martín Santos. Exclusiones significativas de novelistas que a veces cuentan con cuatro o cinco libros: todos se sitúan, si no me equivoco, a la izquierda. ¿Serán, como dice Marías, «extremistas» y, por tanto, no «diccionariables»? El caso de Martín Santos es el más grave y significativo de todos: su novela Tiempo de silencio es, en opinión general, posiblemente la más interesante, original e inteligente de toda la posguerra española –algunos críticos europeos la sitúan entre las obras de creación más importantes aparecidas en los últimos años en todo el mundo. Pero, he aquí el quid de la cuestión: Luis Martín Santos, además de ser «extremista» se permite en su novela ironizar sarcásticamente en torno a Ortega. ¡Doble pecado mortal! Sentencia: condenado a las tinieblas exteriores, a la inexistencia literaria. Aún después de muerto…
Otro botón –y ya más que suficiente para la muestra. Artículo «Hispanistas franceses». Más o menos están todos, salvo dos excepciones notorias: Pierre Vilar y Noël Salomon. Ambos –iqué curioso!– de tendencia definidamente marxista. (Entre los hispanistas italianos, otra exclusión significativa: Dario Puccini, también «extremista».){4}.
Enumeradas todas estas omisiones, más o menos importantes pero en conjunto gravísimas, añadamos que el diccionario de Marías y Bleiberg muestra una «generosidad» inagotable para con centenares de escritores secundarios o insignificantes, a menudo completamente desconocidos, cuya obra se reduce a algún que otro artículo o cuento publicado en revistas. Basta con que un escritor o escritorcillo no sea «extremista» ni antiorteguiano para que se le abran las puertas del diccionario de la R. de O. ¿Qué juicio merece este procedimiento discriminatorio? Imagínese que, en Italia, un crítico crociano escribiera un diccionario de literatura excluyendo a todos los pensadores marxistas o afines (Labriola, Turati, Gramsci, Argan, Della Volpe, Pacci, &c … ) y a todos los que han criticado a Croce desde la izquierda intelectual, calificara a unos y otros de «extremistas» ansiosos de destruir «lo más valioso de la cultura» italiana y, por último, tratara de amalgamarlos con los ideólogos fascistas como «dos extremismos opuestos» que «suelen parecerse demasiado» (todos los entrecomillados son de Marías). ¿Qué pasaría? Sencillamente, que el crítico en cuestión haría soberanamente el ridículo, [67] desataría un torbellino de carcajadas en toda la comunidad intelectual italiana. Imagínese el mismo caso en Alemania (con Heidegger y los antiheideggerianos) o en Francia (con Valery y sus adversarios). Resultado: el mismo. Pues bien, salvadas las considerables distancias –las que, en el primer caso, van de la rica tradición marxista italiana a la española, pobre, y de Croce a Ortega–, el caso de Julián Marías y de su grotesca querella contra los «extremistas» y los anti-orteguianos de izquierda es perfectamente análogo. Y si, a pesar de todo, Marías no hace públicamente el ridículo en España –algo debe hacerlo–, eso se debe a que en nuestro bendito país apenas existe auténtica crítica intelectual, es decir, apenas existe cultura en el sentido orgánico y sociológico de la palabra. Existen, eso sí, grupitos, capillas, cabilas. ¿Convivencia intelectual? Poca, muy poca. En ello, la vida intelectual española no hace más que reflejar inexorablemente la atomización y el cabileñismo de la sociedad española, tras medio siglo pasado de dictadura franquista. Que Marías pueda acusar a quienes libremente critican, desde sus propias posiciones marxistas, neomarxistas, existencialistas, hegelianas o lo que sea, las ideas de Ortega, Unamuno y otros escritores del 98, que les acuse, digo, de querer destruir la tradición intelectual española, es un ejemplo escandaloso de ese cabileñismo intelectual o, más exactamente aún, de una beatería y un provincianismo increíbles en quien hace profesión de europeidad y de europeísmo. Hace ya siete u ocho años, respondiendo a una especie de «denuncia» política de que Marías hacía objeto a Juan Goytisolo por el simple hecho de criticar las ideas estéticas de Ortega, quien firma estas líneas escribía en la revista Índice que, si Marías se empeñaba en seguir siendo «alumno» de Ortega, allá él; por su parte, los jóvenes preferían ser sus «discípulos». El alumno imita y repite al maestro. El discípulo asimila la aportación del maestro para pensar después por propia cuenta, para, si es necesario, «superarle» y negarle. «Mis discípulos –decía corajudamente Wagner– son los que me niegan.» Y Rubén Darío: «Lo primero, no imitar a nadie, menos a mí.» Todo verdadero magisterio es una invitación enérgica a transcenderlo. Noción elemental del mecanismo de una cultura que se desarrolla orgánicamente. Pero Marías, en su infantil beatería orteguiana, no parece dispuesto a aceptarla. De ahí su actitud, no ya «inquisitiva» sino «inquisitorial» frente a todo aquel que critique o «niegue» a Ortega, frecuentemente a partir de ideas y doctrinas aprendidas en los libros y las universidades de esa misma Europa tan cara a Marías. Nadie que sea intelectualmente responsable puede afirmar que considerar a Ortega como un pensador antidemocrático{5}, negar valor operatorio en historia a la teoría de las generaciones o rechazar lo mucho que hay de idealismo en el pensamiento de Ortega, equivalga a querer «destruir la tradición intelectual española».
Si Marías viviera intelectualmente en Europa, sometido a los modos de convivencia, a la riqueza y variedad de determinaciones de la cultura europea, no se le ocurriría despachar con el desdeñoso calificativo de «extremismo» a las diversas corrientes marxistas o conexas con el marxismo: sería un liberal (sin comillas) como Raymond Aron, Croce, Jaspers o Toynbee –salvadas las enormes distancias de talento. Pero, como no vive intelectualmente en Europa, sino en una de esas «cabilas», «reinos de Taifas» o, incluso, «mafias» tan abundantes en la vida intelectual y social de España, Marías es un… «««liberal»»» con muchas comillas, por mucho que blasone de liberalismo y de europeísmo. (Porque no se es aquello de que se blasona, sino aquello que se hace.)
Después de todo esto, ¿a qué queda reducida la noble invitación a «instaurar el reinado de la generosidad, la veracidad y la libertad» que Marías hacía en 1960 ó 1961 a los intelectuales españoles? A puro tartufismo, a mera farsa.
Luego, que vengan Marías y otros «liberales» de la misma cepa acusando a los marxistas de emplear procedimientos discriminatorios y silenciadores respeto de quienes no piensan como ellos o piensan contra ellos. No seré yo quien niegue que tal acusación puede hacerse con todo derecho, no al marxismo{6}, sino al comunismo stalinizado: los ejemplos son [68] múltiples y no sólo, por desgracia, del pasado. Nada hay más irritante y estúpido que las exclusiones dogmáticas y sectarias, y todavía tengo vivo el escozor que me produjo un caso reciente: el de una revista comunista francesa que, al trazar un panorama de la actual cultura española, excluía a numerosos escritores conocidos pero «no afectos» (entre ellos Marías), mientras reseñaba a otros mucho menos conocidos pero más cercanos a la ideología de la revista. (Añado, para mayor claridad, que quien firma esta nota no fue excluido, aunque lo hubiese preferido, porque sólo se está a gusto donde reina la verdad.) No y mil veces no: nada de discriminaciones ni silenciamientos, vengan de donde vengan, de la izquierda o de la derecha, de Démocratie nouvelle o de la Revista de Occidente. Criticar honestamente, no desconocer: he ahí la regla de toda convivencia intelectual. Guerra ideológica, sí, franca y noble, pero no guerrilla cabileña, no procedimientos «inquisitoriales», no stalinismo de izquierda o de derecha. Para superar el vacío de estos veinticinco años últimos, los intelectuales españoles pueden empezar por implantar entre ellos, en espera de que se establezca entre todos los españoles, una convivencia basada en la «generosidad, la veracidad, la libertad».
Julián Marías, cabileño de derecha, no parece haber aprendido aún los modos elementales de la convivencia intelectual. ¿Sería demasiada osadía pensar en darle una beca para que fuera a estudiarlos en la Sorbona, en Heidelberg o en Roma ? Pero quizá fuese dinero perdido…
Francisco Fernández-Santos
P.S. Después de escrita la nota anterior, leo en el nº 18 de Cuadernos para el diálogo un interesante artículo, «Los comisarios secretos» en el que Alfonso Sastre examina algunos aspectos particulares de ese «cabileñismo intelectual» a que me he referido y subraya la falta de auténtica crítica cultural en muestro país. Entre otros ejemplos, Sastre cita el caso de la Historia de la Filosofía de Julián Marías, en la que, «sin deterioro del "prestigio" intelectual de su autor» se dedican exactamente diez líneas a exponer el pensamiento de… Marx, Engels y Lasalle, mientras Ortega vale… más de dieciocho páginas. La cosa no resulta demasiado sorprendente si se estima, como hay razones para estimar, que Marías y ciertos «liberales» españoles de su temple llevan cincuenta años de retraso respecto del pensamiento europeo moderno. Hace cincuenta, hace setenta años, en Alemania, Francia, Italia, prestigiosos historiadores liberales de la filosofía reservaban también en sus manuales o tratados un rinconcito insignificante al pensamiento dialéctico-materialista. (Véanse los casos que circunstanciadamente expone Karl Korsch en su obra Marxisme et philosophie, ahora, por fin, traducida al francés.) Los historiadores liberales de esta segunda mitad del siglo, más avisados y alerta, difícilmente cometerán semejante pifia. Están sin duda más, mucho más, «a la altura de los tiempos» (Ortega) que el orteguiano Marías. Aunque sólo sea por temor a hacer el ridículo…
Y si Marías reserva tal tratamiento a Marx y Engels, ¿cómo extrañarse de que ignore olímpicamente a los marxistas o marxistizantes españoles?, ¿cómo extrañarse de que los fulmine con la inexistencia desde su puesto de mando del Diccionario de literatura o desde sus libros? Comisario general, nada secreto, de la verdad orteguiana, Marías ejerce sus poderes excluyentes con el mismo aplomo y fanatismo que los comisarios «jdanovistas» de triste memoria.
El artículo de Sastre viene pues a punto: es ya más que hora de combatir sin miramientos personales ni consideraciones de oportunidad a todos los «comisarios» culturales, secretos o no, de derecha o de izquierda. La cultura exige libertad y universalismo: terminen las discriminaciones, acaben los silenciamientos. El toque de atención de Sastre es saludable y merece aplauso. Un ligero reparo tengo, sin embargo, que hacer a su artículo: después de expresar su «radical repugnancia» por toda «presión burocrática sobre la cultura allí donde se produzca» en Oriente como en Occidente, añade Sastre que le interesa sobre todo lo que ocurre aquí, en Occidente, y que, respecto de los «modos viciosos» del mundo socialista, «los [69] combatiría –desde dentro– si, viviendo en aquél, [se] topara con ellos». Reserva y distinción, a mi juicio, poco felices. Porque ¿qué significa, para un intelectual, esa distinción entre Oriente y Occidente ?
Por lo pronto, no sé cierto que vivamos simplemente en Occidente; vivimos –además de en el mundo, claro es– en Europa. Y de Europa forma parte… el mundo socialista, Oriente. Por lo menos para mí, y sin duda también para Sastre. Lo que les ocurre a los intelectuales en Moscú, Varsovia o Belgrado nos ocurre también a todos nosotros, exactamente igual que lo que les ocurre a los intelectuales de París, Londres o Roma. La «presión burocrática» sobre la cultura en Moscú me hace a mí, intelectual español, tanto daño como la presión tecnocrática o censorial en París o la presión dictatorial en Madrid (sin perjuicio de que sea ésta la que, materialmente, me cree mayores inconvenientes). La cultura está suficientemente universalizada para que la presión anticultural en un lado repercuta más o menos inmediata y profundamente en todos los demás. ¿Qué daños incalculables no habrá causado el «jdanovismo» no ya sólo a la cultura soviética, sino también a la cultura de Occidente?
Por otra parte, no olvidemos que aquí, en el Oeste, además de las corrientes intelectuales liberales o reaccionarias, hay fuertes corrientes marxistas, de tendencia variada. Y, por desgracia, también entre los marxistas de Occidente se han cometido y aún se cometen atentados sectarios y discriminatorios contra la cultura, contra su integridad y su universalidad. En mi nota cito un ejemplo concreto: podría citar otros, sobre todo si me refiero al pasado, aún reciente, del stalinismo. No hagamos, pues, distinciones ni reservas: combatamos sin discriminaciones toda discriminación, todo sectarismo, todo «comisarismo» intelectual. Quien cree en los principios socialistas, debe tener presente que el internacionalismo de la crítica es corolario inexcusable del internacionalismo proletario. He aquí un ejemplo de conducta intelectual que los marxistas pueden dar, seguros de que no han de perder nada, sino al contrario. Estoy convencido de que esto es exactamente lo que piensa Sastre. Pero quizá lo poco feliz de su expresión, en este caso, ha podido crear cierta sombra de ambigüedad en lo que para él, creo, como para mí, está perfectamente claro.
F.-S.
——
{1} La «errata de imprenta» se corrige luego en ficha alfabética dedicada a Tierno. Pero firmada por Germán Bleiberg, que rectifica así la «errata» de Marías.
{2} Sin duda, para dar mayor consistencia e esta amalgama de los «dos extremismos opuestos» que «se parecen» el diccionario de la R. de O. excluye, además de a los ensayistas marxistas, marxistizantes o socialistas, a algunos, pocos, del otro «extremo», como el Padre Ramírez o Gonzalo Fernández de la Mora. Pero cabe preguntarse si ello no se debe, más que a sus posiciones integristas, a sus notorios ataques contra Ortega y Unamuno. Porque otros muchos escritores no menos integristas tienen cabida en el diccionario. En todo caso, ya se ve que éste cuida, aunque tímidamente, su respetabilidad «liberal», centrista.
{3} En su libro Los españoles (p. 215), Marías afirma, en tono quejoso, que los escritores españoles del interior se ocupan más de los del exilio que éstos de aquéllos. Y esto lo escribía años después de salir la segunda edición del Diccionario en que ya se excluía a decenas de escritores exilados. Curiosa ley del embudo.
{4} Hay otras muchas omisiones que un examen más atento pondría al descubierto. Algunas parecen deberse a puro y simple descuido, por muy garrafal que sea. Por ejemplo, en el artículo «Literatura mexicana actual» se olvidan tres nombres fundamentales: Juan Rulfo, Carlos Fuentes y Juan José Arreola, que son en opinión general los tres más importantes narradores mexicanos vivos y se cuentan entre los más altos valores de la literatura hispánica en general.
{5} Como acaba de demostrar cumplidamente José Luis Abellán, uno de los ensayistas jóvenes no «diccionariables», en el número 32 del Boletín Informativo del Seminario de Derecho Político de Salamanca, que dirige otro semi-«excluído», el profesor Tierno Galván.
{6} Un marxista auténtico hace exactamente como Marx: criticar a sus adversarios ideológicos, no desconocerlos o despreciarlos.