Cristiandad
Revista quincenal
año II, nº 22, páginas 92-93
Barcelona-Madrid, 15 de febrero de 1945

A guisa de tertulia

Manuel Montoliu

La civilización materialista
a la luz de la ciencia

Actualidad renovada del libro de Alexis Carrel

La muerte reciente del sabio biólogo francés Alexis Carrel ha vuelto a dar actualidad a su libro «La incógnita del hombre» que propagó la fama de su autor por todo el mundo. Sobre todo a los católicos interesa poner en valor cuanto en este notable libro significa un reconocimiento de grandes verdades religiosas y del valor e importancia que para la ciencia tienen ciertas creencias dogmáticas. El hecho de que haya sido posible en nuestro siglo que un biólogo de fama universal haya hablado con criterio rigurosamente científico, y sin salirse del terreno estrictamente técnico, de los fenómenos de la Mística y de los Milagros como de realidades que, aun dentro de su misterio, reclaman la atención o siquiera el respeto de los hombres de ciencia, porque entran de lleno en el orden de los hechos positivos e innegables, constituye una victoria del pensamiento católico que merece ser subrayada como un paso adelante en el camino, hasta ahora tan arduo y espinoso, que este pensamiento está siguiendo siglos hace para conseguir el reconocimiento universal de la conciliación entre la ciencia y la fe.

Uno de los defectos del libro de Carrel es su carácter mixto, indefinido en el terreno científico. ¿Es la obra de un filósofo? ¿Es la obra de un biólogo? El error está en que ha pretendido dar una filosofía del hombre (otra cosa no significa la expresión «Ciencia del hombre» usada por el autor) sin salirse del campo de la Biología. Y esta confusión ya aparece en las primeras páginas, especialmente en aquella observación preliminar que hace al escribir que «la conquista del mundo material que ha absorbido incesantemente, la atención y la voluntad de los hombres, hizo que el mundo orgánico y espiritual cayese en un olvido casi absoluto». Afirmación totalmente gratuita, porque ya desde los tiempos de la antigua Grecia y sobre todo desde la fundación del Cristianismo, el mundo espiritual –sino el orgánico– ha sido objeto de un tan incesante como profundo estudio por parte de la filosofía. Quien tenga presente la evolución de la historia de la Cultura ha de admitir que nunca fue estudiado el hombre en su parte más noble y superior con tanta intensidad y con tan grandes y positivos resultados como por los filósofos y teólogos católicos. Toda ciencia del hombre es vana si no está concebida bajo el lema de aquel sublime versículo del salmo: est super nos lumen vultus tui, Domine». La ciencia del hombre ha sido incesantemente explorada en algunos de sus misterios mucho antes de que Carrel hubiese concebido su libro, y esta exploración puramente filosófica ha dado grandes, positivos y definitivos resultados, a pesar de que estos exploradores no poseían «ninguna técnica capaz de penetrar los misterios del cerebro y de la armoniosa asociación de sus células»; técnica, por otra parte, que, según confesión del propio autor, no poseen tampoco los sabios modernos. No cabe duda, pues, que la ciencia del hombre, aun reconociendo que «es la más difícil de todas las ciencias», es la ciencia de más venerable antigüedad de la humanidad civilizada.

El aspecto negativo del libro de Carrel está constituido por la crítica, tan implacable como rigurosamente objetiva, de la Civilización tecnológica y materialista del hombre moderno. Pocas veces hemos visto reunidos en un libro, tan ingente multitud de datos concretos y cifras estadísticas de las espantosas lacras que aquejan a la degenerada civilización del mundo descristianizado de nuestros días, como la que nos despliega la pluma del autor en algunos capítulos de su obra. Después de reconocer y enumerar ampliamente los maravillosos progresos materiales de la humanidad moderna, entra Carrel a analizar la contrapartida espantosa en la que descorre el velo de los temibles males que aquejan al mundo moderno, «resultado paradójico» de aquellos mismos progresos. «Esta civilización, dice el autor, resumiendo, ha dado a los hombres el privilegio de no estar nunca solos... de no pensar nunca». «Aquellos que son capaces de pensar se tornan descontentos». «El individuo moderno se caracteriza por una gran actividad dirigida enteramente hacia el lado práctico de la vida, por mucha ignorancia, por una cierta sagacidad y por una especie de debilidad mental que le deja a merced del ambiente en que por casualidad se encuentra. Parece que la misma inteligencia retroceda, cuando el carácter se debilita». Es particularmente elocuente el capítulo en que examina los espantosos datos estadísticos de las enfermedades degenerativas (sobre todo mentales) que azotan la humanidad moderna, cuyo tratamiento y curación se encuentran en un extraordinario atraso en relación con la de las enfermedades infecciosas. «La sociedad moderna ignora casi por completo el sentido moral». «La civilización científica moderna ha destruido el mundo del alma». «La mujer que tiene varios hijos, que se consagra a su educación en lugar de consagrarse a su propia carrera, es considerada tonta». «En nuestros días la situación del proletario es tan inferior como lo era la del siervo feudal». ¡Qué grandes, qué tristes verdades!

Entre los aspectos afirmativos de la obra de Alexis Carrel merece ser destacada su actitud franca y decidida en defensa de la objetiva realidad de lo espiritual, de lo religioso, de lo sobrenatural en la vida del hombre. Este testimonio a favor del contenido ideológico y moral de la Iglesia Católica sube aún de valor si se tiene en cuenta que procede de una gran autoridad en las ciencias naturales y técnicas, insigne en la especialidad de los estudios biológicos. Y no solamente esto; hay que tener presente que esta plena admisión suya de lo espiritual en el cuadro del conocimiento científico de la vida humana la propugna Carrel no ya como pensador y cultivador de ideas generales, sino desde su mismo campo profesional de técnico especializado en el estudio de la biología humana; es decir, que estas verdades las ha visto brotar espontáneamente, irresistiblemente de la observación concienzuda de los mismos fenómenos del organismo físico del hombre, los cuales exigen el reconocimiento de un mundo invisible, superior al que nos descubren los datos puramente fisiológicos. He aquí algunos de los luminosos conceptos formulados por Carrel a este respecto: «Las formas de la actividad humana consideradas por Platón son tan específicas de nuestra naturaleza como el hambre, la sed, el apetito sexual y la gula». «La certeza que se deriva de la Ciencia es muy diferente de la que se deriva de la Fe. La última es más profunda. No puede ser movida por los argumentos. Se parece a la certeza que da [93] la clarividencia. Pero... no es completamente extraña a la Ciencia». «La Iglesia Católica, con su profundo conocimiento de la psicología humana, ha dado a las actividades morales un lugar mucho más elevado que a las intelectuales... El sentido moral es más importante que la inteligencia». «El misticismo cristiano constituye la más elevada forma de actividad religiosa». He aquí cómo Carrel define científicamente la oración: «Hay que entender por oración no un recitado mecánico de fórmulas, sino una elevación mística, una absorción de la conciencia en la contemplación de un principio inmanente y trascendente a la vez a nuestro mundo». Sobre los milagros escribe: «Son hechos innegables, irreducibles, que es preciso tener en cuenta»; «durante el siglo XIX... fue generalmente admitida que no sólo no existían los milagros, sino que no podían existir... Sin embargo, en vista de los hechos observados durante los últimos cincuenta años (se refiere especialmente a Lourdes), no puede sostenerse esta actitud... Estos hechos (los milagros) son profundamente significativos... Prueba la importancia objetiva de las actividades espirituales... Abren al hombre un mundo nuevo». «La vida interior... se les antoja a muchos educadores... un pecado mortal. Sin embargo, sigue siendo la fuente de toda originalidad, de todas las grandes acciones».

Carrel ha escrito sobre la grandeza del hombre y la realidad del mundo espiritual y sobrenatural en la vida humana unas palabras que por su ardor y su elocuencia pueden ponerse al lado de textos clásicos de otros tiempos: «El hombre es a la vez un objeto material, un ser viviente, un foco de actividades mentales. Su presencia en el prodigioso vacío de los espacios intersiderales es totalmente despreciable. Pero no es un extraño en la región de la materia inanimada. Con ayuda de las abstracciones matemáticas su espíritu capta lo mismo los electrones que las estrellas. Está hecho a la escala de las montañas terrestres, los océanos y los ríos. Pertenece a la superficie de la Tierra, igual que las plantas y los animales. Se siente a gusto en su compañía. Está más íntimamente unido a las obras de arte, a los monumentos, a las maravillas mecánicas de la nueva ciudad, al pequeño grupo de sus amigos, a aquellos a quien ama. Pero también pertenece a otro mundo. Un mundo que, aunque se halla dentro del mismo hombre, se extiende más allá del espacio y del tiempo. Y desde este mundo, si su voluntad es indomable, puede viajar por cielos infinitos. El ciclo de la Belleza, contemplado por los sabios, los artistas y los poetas. El ciclo del Amor, que inspira el heroísmo y la renunciación. El ciclo de la Gracia suprema, que recompensa a aquellos que buscan apasionadamente el principio de todas las cosas. Este es nuestro Universo».

El libro de Carrel es la obra de un sabio especialista que se quiere superar reconociendo verdades superiores a las que brotan visiblemente de su estricto campo de investigación. Se ha liberado del culto de lo cuantitativo, del fetichismo de las cosas sujetas a peso y medida, que ha caracterizado a la ciencia desde el Renacimiento. «En el hombre, dice, las cosas que no pueden medirse son más importantes que las mesurables». Pero la ambición de Carrel va aún más allá del ideal de incorporar a la ciencia los hechos del mundo invisible, espiritual y sobrenatural, y de revolucionar la valoración de los fenómenos de la vida humana. Carrel traza un ambicioso plan de restauración del degenerado hombre moderno a base de una élite de sabio que en aras de la ciencia habrían de resignarse a vivir con la austeridad de los ascetas. El autor, al final de su libro, entra de lleno en el campo de la utopía. No nos interesa; simplemente porque, en contradicción con la posición adoptada por él en páginas anteriores respecto al mundo espiritual superior, en este plan restaurador de la humanidad parte de la idea de la posible transformación del mundo terrenal en un paraíso. Quizá si Carrel hubiese escrito estos últimos años un apéndice a su libro, hubiera reconocido que el hombre moderno tiene más facilidad para convertir la tierra en un infierno que en un paraíso.

El libro de Carrel a la aparición de su primera y segunda edición en lengua española, fue objeto, en periódicos y revistas, por parte de los intelectuales católicos, de un trato sumamente benévolo. Nosotros, con todo, creemos que nunca será excesiva la precaución y la desconfianza de los católicos frente a este sentimiento de gratitud que nos impulsa a acoger con peligrosa indulgencia el respeto hacia la doctrina católica manifestada por hombres de ciencia no totalmente identificados con nuestra fe, olvidándonos que ésta no necesita en absoluto, para subsistir en su carácter de verdad revelada por Dios, del reconocimiento y la aprobación de la ciencia fundada exclusivamente en la fuerza puramente humana de la razón. En el caso concreto del libro de Carrel, no hemos de olvidar que el autor en muchas de sus páginas usa un lenguaje ambiguo y mezcla lamentablemente la verdad con el error. No ponemos en duda la buena fe científica de Carrel; pero como si intentase hacer aceptables, o siquiera viables sus ideas sobre el hombre entre sus colegas materialistas o escépticos, lo cierto es que niega en diversos pasajes de su libro la verdad fundamental del dualismo de espíritu y materia, alma y cuerpo, y sostiene un monismo en el fondo materialista, al afirmar, por ejemplo, que el cuerpo y el alma «son abstracciones obtenidas por nuestra razón de la unidad concreta de nuestro ser»; que «la antítesis de materia y espíritu representa únicamente la oposición de dos clases de técnica»; que es puramente arbitraria la división de nuestras actividades en fisiológicas y mentales. Cierto que al hacer estas atrevidas afirmaciones, se pone en contradicción consigo mismo, pues innumerables veces habla del elemento espiritual del ser humano como de algo substantivo y de naturaleza específicamente distinta de lo puramente fisiológico; pero aún reconociéndolo así, no podemos menos de censurar que en muchos pasajes ponga el elemento espiritual del hombre, al que suele dar el nombre de «conciencia», como un simple eslabón en la serie de fenómenos vitales (así habla repetidas veces del hombre como de un compuesto de órganos, tejidos, células, humores y conciencia) y que habla a veces de las cosas del mundo sobrenatural con expresiones tomadas del mundo de la materia, como cuando quiere dar a entender la acción de la Gracia en nosotros con esta grosera comparación: «La gracia de Dios penetra en el cuerpo y en el alma como el oxígeno atmosférico o como el nitrógeno de los alimentos se difunde en nuestros tejidos».

Libro es el de Carrel muy significativo del grave peligro que representa la ambición de los que, basándose exclusivamente en los progresos innegables de la biología humana en su aspecto material, pretenden elevarse al terreno de la especulación filosófica. El resultado de tal ambición es fatalmente el confusionismo, la mezcla perniciosa de la verdad con el error, mezcla cuya única víctima es la verdad, porque, por el mismo hecho de ser mezcla, es un error, y un error aún más peligroso que el que se presenta escuetamente limpio de toda verdad. En este sentido creemos sinceramente que el libro de Alexis Carrel ha de resultar forzosamente desorientador, y, en último término, dañino para todo lector que no tenga muy arraigadas, muy fundamentadas y muy ejercitadas en la alta cultura católica, sus creencias religiosas.

Manuel Montoliu


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