Filosofía en español 
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Alberto I. Diehl

Setenta días en Rusia, por Ángel Pestaña

Angel Pestaña hace un viaje a Rusia, y durante los setenta días de su permanencia en el país soviético recoge impresiones para dos libros que intitula: “Lo que yo vi”, “Lo que yo pienso”.

En realidad, los errores consignados por Pestaña referentes a la revolución rusa, son los pequeños tropiezos constitucionales a todo nuevo organismo social,

Los hechos no se realizan con la premura y perfección que nuestra impaciencia los hace desear, y es por ello, aparte de algunas observaciones de carácter secundario, la obra de Pestaña adolece de superficialidad, doblemente grave en estudios de esa clase.

Pestaña achaca todos los errores de la revolución rusa a la desviación partidaria de los bolcheviques, aunque en repetidas ocasiones nos dice “que sólo los bolcheviques quedaban en condiciones de gobernar”, contando, eso sí, “con la tolerancia y ayuda de los anarquistas, y de los revolucionarios verdaderos”, lo que prueba palmariamente que si los bolcheviques asumen en Rusia el poder durante la revolución de Octubre, ello se debe a motivos de orden determinantemente político y social.

Después de señalar una serie interminable de yerros de la política bolchevique, “justificables si se tiene en cuenta que sus jefes han de extender su acción sobre una población que excede de un centenar de millones de habitantes, y en un país donde escasean las vías de comunicación, y que ha sufrido durante tres años el azote de la guerra y de otros tres largos el de la revolución”, y “que los hombres puestos al frente de la institución son nuevos en esas lides, y no tienen para empezar ningún elemento que les sirva de base ni guía”, termina por manifestar en las páginas finales “ha de reconocerse que en el orden evolutivo de la política de los Estados actuales, la seguida en Rusia par los bocheviques representa una fase superior de esa política”... En la página siguiente “la revolución rusa se debate entre las incongruencias del régimen bolchevique”.

¿Cómo interpretar, pues, estos juicios tan movedizos y contradictorios?

Ciertamente que no compartimos las ideas que Pestaña tiene acerca de las modernas instituciones políticas, pero, al menos, esperábamos una labor más cuidadosa, más serena, exenta de los equívocos de todo género de que está plagada: verdaderos tembladerales que ponen en serio trance el prestigio, y la tan decantada imparcialidad con que Pestaña ve la actuación de los bolcheviques en Rusia.

Si aplicamos un criterio determinista para juzgar la revolución rusa, debemos necesariamente convenir en que son infundadas las lamentaciones de los anarquistas por no haber asumido el poder. Ello se ha debido a su elocuente incapacidad. “Torpezas, errores y, sobre todo, quisquillosidades y minucias doctrinarias elevadas a la categoría de principios, sobre las que toda transgresión, aun en momentos como aquellos, en que la acción era más precisa que la discusión, se consideraron transgresión gravísima, los puso al margen de le actividad desplegada. (Sigue refiriéndose a los anarquistas). El pueblo, viéndolos entretenidos en discutir, si debían o no hacer lo que él estimaba indispensable en aquella hora única, pasó de largo y continuó su camino”.

¿Se quiere todavía mayor elocuencia acerca de la impotencia doctrinaria de un conjunto de hombres destinados a encauzar la vida de un nuevo organismo social?

Pestaña, reconociendo los defectos graves que caracterizó el movimiento anarquista en Rusia (y que lo siguen caracterizando en los demás países) se deja llevar por su pasión ideológica, y aunque nos habla en forma desinteresada (¡cómo sería si fuera desde un punto de vista puramente doctrinario!) no cesa de acumular invectivas contra la política de los líderes de la revolución.

Por su actuación, por sus antecedentes sindicales, por el criterio que le merecen las luchas de clases, Pestaña está lejos de ser considerado como un sujeto candoroso. Pero he aquí que se nos aparece en el máximo de su candor.

Nos habla –mal naturalmente– del tratado de paz de Brest-Litowsk, y aquel acierto de Lenin, reconocido de genial, le merece las burlas más hirientes. ¿Qué creen ustedes que debía haberse hecho? “Si Alemania invadía Rusia, lo que era probable, retirarse sin combatir, mientras se mostraba al pueblo la obra de los invasores. Es más que seguro que el pueblo, al ver peligrar su revolución, se hubiese opuesto, habría arrollado a los ejércitos imperiales. Entonces hubiera sido el momento de firmar la paz”. Notable, ¿eh?

Es necesario convenir en que la situación en Rusia dista muy mucho de ser una Jauja, pero de ahí a proclamar francamente que de las formas de Estado “la democracia burguesa nos parece aceptable a la dictadura del proletariado”, va una declaración que termina por echar en tierra con el resto de solvencia intelectual e ideológica que generosamente dejábamos subsistir en Pestaña.

Pero vamos a terminar. La revolución rusa, fenómeno netamente popular, que se inicia con el derrocamiento del zarismo, los opresores seculares del pueblo ruso, se consolida merced a las directivas del cuerpo político que mejor interpreta sus necesidades y aspiraciones.

Decididamente, en sus primeros pasos los bolcheviques, al igual que otros jefes, tropiezan con dificultades insalvables. Pero el tiempo, las experiencias, y sobre todo un notable progreso en el nivel cultural del pueblo, hace que sus decisiones sean, hoy por hoy, las más armónicas y ajustadas a la realidad del momento ruso.

Así y todo –no hacemos humorismo– entre el concepto dictatorial y centralista de la política de los Lenin y Trotzky, y el anarquista y libertario de Makhno y los suyos, nos quedamos decididamente, resueltamente con los primeros.