Anatolio Lunacharsky
Don Quijote Libertado
(Escena del tercer cuadro de la admirable obra del Comisario de Instrucción Pública de la Rusia de los Soviets, que publicará íntegra nuestra Editorial traducida especialmente por el compañero Benjamín Abramson.)
Don Quijote. (Entra, parándose en la puerta). Ya al entrar mi oído lastima una máxima inmoral.
Don Baltasar. – Y, querido Don Quijote, las cosas marchan. El Gran Rodrigo (indicando a Pazz) ha creado un ejército más poderoso que el ejército real. El orden, el nuevo orden, se establece por todas partes. Sobre los escombros y la tierra saturada de sangre brotará algún día una óptima cosecha. (Dirigiéndose a Pazz). Sois magnífico, amigo mío. ¡Sois cual una tormenta avasalladora; sois un verdadero hijo del pueblo!
Rodrigo. – Calla, estudiante.
Don Quijote. – Habéis prometido dedicarme una hora. Y bien, llegó mi hora... ¡Escuchad!
Rodrigo. – Perdonad: un cuarto de hora. Así hemos convenido.
Don Quijote. – (Se sienta. Pausa). Debo advertiros que he meditado mucho... Confieso que me es difícil concentrar mis ideas... ¿Qué hacer? Ya sé que no sois unos asesinos, ni unos perversos. Creo, sí, que sois criminales a causa de vuestra verdad. Y merecéis respeto por ello. Y será difícil enderezaros, pues un corazón acorazado de una fe falsa no es accesible a un sermón…
Rodrigo. – Le advierto que estoy ocupadísimo y si atiendo su charla, es cediendo a los deseos de Baltasar.
Don Quijote. – Peor para vos, si mis palabras os parecen mera charla… En verdad, os digo que ante vosotros se halla un mensajero de la verdad…
Don Baltasar. – …a quien escuchamos con la atención debida. Os amamos, Don Quijote, y sabemos que estáis con nosotros.
Don Quijote. – Con vosotros y contra vosotros. Creeréis, quizás, que soy un defensor del Duque y su tiranía, o uno de los que creen que el reinado da los ricos es una sagrada e inconmovible institución… Testigo es Dios que no es así. ¡No! No puedo más que regocijarme y sentirme feliz al ver derribado este orden injusto e inhumano, digno de un purgatorio tal, como lo es la tierra. Mas, a condición de que este orden ceda su lugar a algo más hermoso, a un paraíso. Quisiera yo ser muy justo, muy razonable con vosotros. Pero, ¿qué es lo que vemos en derredor nuestro? Ininterrumpidos cuadros de miseria, de maldad y de discordia… ¿Podría yo acusaros como los únicos culpables de todo eso! ¡No! Hacéis lo que podéis. Pero, ¿por qué comenzásteis vuestra labor con un material inservible? Esta gente no puedo convertirse por obra de magia en un elemento noble….
Don Baltasar. – Oh, sí, esta vez Don Quijote es muy justo y muy razonable. ¡Y pensar que se os había proclamado como un “iluso” y un “demente”!… Y eso sois vos, el que ha salido de La Mancha para realizar sus hazañas, para enderezar entuertos, armado de sable y lanza! Oh, Don Quijote, si tuvierais razón en vuestra acusación de haber comenzado nuestra obra con un material inservible, ¿sabéis cómo nos motejarán en el futuro? “Eran unos Quijotes”, dirán irónicamente.
Don Quijote. – Jm… Jm… Sí, sí… Vuestra ironía me traspasa el corazón. Más, comprended que yo me propuse sólo reparar algunas injusticias; vosotros, en cambio, tenéis por objeto reconstruirlo todo, y aquí estou yo para contener a los locos, a los ilusos, ya que sois unos… Quijotes…
Rodrigo. – ¿Quijotes?, decís. Oh, no. Nosotros somos el instrumento del pueblo que se ha sublevado contra la opresión y que aspira a una vida que bien la merece, de este pueblo cuya copa de paciencia ya rebasó sus bordes. Nosotros le servimos a medida de nuestras fuerzas. O, ¿sería acaso mejor que el pueblo pereciera en el caos de la anarquía o bajo la bota de los “nobles” vueltos al poder?
Don Quijote. – ¡Oh, eso no! Terminad la obra comenzada. Mas, llevadla con paz y realizadla con justicia; oponed la misericordia del nuevo mundo a la violencia del viejo. Pero vemos vuestras cárceles repletas de presos por sus ideas, condenados por sus convicciones… Cada uno de nosotros se cree con el santo derecho de derramar sangre ajena. Por todas partes ejecuciones, la muerte por doquier… Y yo, viejo caballero, me veo obligado a luchar contra vosotros, pues considero que vosotros sois los opresores, y aquellos son los oprimidos.
Rodrigo. – (Levantándose bruscamente) Basta, no dispongo de tiempo para escuchar necedades. Hay que vencer, es preciso aplastar al enemigo; de lo contrario él nos pisoteará a nosotros y a nuestras esperanzas. ¡Todo por el triunfo| Los reblandecidos… que se vayan al diablo… o a Dios… No hay, ni puede haber piedad entre el pueblo y la nobleza. O el agua o el fuego. Nosotros o ellos… ¡Basta!
Don Baltasar. – Habéis dicho la verdad, Don Quijote. Haciendo el bien al detalle, no habéis trepidado en usar la violencia, pero ante los amplios horizontes sentísteis el vértigo. ¡Sois un miope, caballero!
Don Quijote. – (Levantándose). Suplícoos meditar un poco. Aunque vuestros fines son elevados, no lograréis realizarlos. Os ahogaréis en el Mar Rojo, sin haber conseguido llevar al pueblo a la tierra de promisión…
Don Baltasar. – Sois un descreído, Don Quijote. Sois muy razonable. Será porque vos también sois un noble saturado de tradiciones románticas y empapado en prejuicios feudales…