Discursos y poesías pronunciadas en la solemne reinstalación de la Universidad de Quito, el 18 de febrero de 1883
El Dr. D. Carlos Casares profesor de Derecho Civil, dijo:
Señores:
«Volvía de mi cuarto destierro, dice Víctor Hugo, al cantar la batalla de Sedán, (un destierro belga, poca cosa)… Yo estaba en la media luz del sueño interrumpido: las ideas indecisas y difusas flotaban aún soñolientas entre la realidad y yo; sentía el vago deslumbramiento del despertar…. De pronto un viajero preguntó: ¿Qué sitio es éste? Otro contestó: Sedán. Yo me estremecí… Aquel paraíso era un sepulcro.»
Privilegio de los grandes genios: expresan lo que sienten y quizá más de lo que sienten. De sentir, sentimos todos, aun los más pequeñuelos; pero la expresión, dote es de esos hombres extraordinarios que pasman y dominan las inteligencias y los corazones. Portento admirable, sus palabras se prestan aun a la expresión de afecciones contrapuestas: cuando hablan, la humanidad habla; y yo, gusanillo imperceptible, tomo las palabras de ese hombre luz, de ese que con su inteligencia y corazón ha fijado los dos polos del mundo de la verdad y de lo bello.
Vuelvo de mi destierro, digo también yo, de un destierro de la Universidad, suplicio atroz. Paréceme que el tiempo detiene su carrera en medio de este augusto recinto; lucho con la verdad; siento el vago deslumbramiento del despertar, y me pregunto: ¿En dónde me hallo?; ¿qué sitio es éste? La imponente y majestuosa voz del Diez de Enero, de este como viajero de los siglos, me responde «la Universidad». Me estremezco. Aquí donde era un sepulcro, contemplo ahora un paraíso.
La Universidad es mi Patria, mi cara, mi adorada Patria. [24] Proscrito, sí, señores, proscrito de este santuario, he cruzado tierra extraña largos, pesados siglos: tales me parecen los días trascurridos. La juventud es para mí el grato recuerdo del pasado, el delirio entusiasta del presente, la fundada esperanza del porvenir. En mis discípulos encuentro sabios, y paréceme que soy sabio, admiro héroes, y paréceme que soy héroe: cual jardinero que se aromatiza con el perfume de la flor que ha cultivado, así mi espíritu absorbe la ciencia y el heroísmo de mis alumnos. Estas ilusiones vivifican, fortalecen mi ser; y los tiranos que me han arrebatado el magisterio de la enseñanza, me han arrebatado estas ilusiones que son el encanto de mi vida, me han herido de muerte. En la enseñanza hay algo de la creación; se eleva el espíritu, se ennoblece el corazón: inefables son las delicias que se sienten al recoger los frutos del trabajo intelectual.
¿Habéis, señores, hallado palabras para explicar los violentos latidos del corazón, los convulsivos movimientos del espíritu, cuando se divisan las playas del patrio suelo después de un ostracismo? ¡Ah! señores, vosotros si las habréis hallado; mas yo no las hallé. Así, en este instante, siento embargada la voz, embarazadas mis facultades: el gozo, el sumo gozo como que paraliza las mismas afecciones, que conmueve y exalta.
Pero ¡ay! señores, no ocultemos un justo sentimiento. Hay vacíos que deplorar; algunos de nuestros coprofesores nos han dejado; sí ellos, ellos nos han dejado. Abdicaron su propiedad por el hecho de prestar sus honorables servicios después de que se les intimó que la Voluntad del Sátrapa era la de reducirnos a la condición de colonos; ellos nos han dejado; justicia se ha hecho, pero justicia dolorosa. No los juzgo como juez, siento su falta como compañero. Uno, sobre todo, me angustia el corazón, casi enluta mi espíritu. Profesor eminente, antiguo decano de la Facultad de Medicina, su aspecto solo revela al hombre de ciencia, al hombre de universidad, al sacerdote de Minerva. Está lejos de su templo, y me parece como que escucho estas sentidas quejas:
Nos, patriae fines et dulcia linquimus arva;
Nos, patriam fúgimus.
Ved, señores, los estragos de la arbitrariedad y despotismo, y apercibíos para el combate . La Patria no está aún libre; y mirad, el Supremo Gobierno ha consagrado su atención preferente a la reinstalación de la Universidad. La Justicia no ve aún terminada la decoración de su templo; pero la Ciencia esta ya restituida a su soberbio alcázar. Con mano vigorosa ha clavado en el corazón de la juventud un pendón inamovible. Que la Universidad sea nuestra santa arca de salvación, llevémosla adelante en nuestros corazones adonde nos llame el peligro, y seremos invencibles como el pueblo escogido; muramos en su guarda si es preciso: nuestra sangre será manantial de bendición para las generaciones venideras.