Discursos y poesías pronunciadas en la solemne reinstalación de la Universidad de Quito, el 18 de febrero de 1883
El Señor Don Manuel María Casares, cursante de la Facultad de Medicina, leyó:
Excelentísimos Señores, Señores Profesores, Señores:
Confuso, casi anonadado me encuentro al dirigirme hacia vosotros como alumno de la Facultad de Medicina; ante varones ilustres, cuál por el saber, cuál por la pluma o la espada, apenas me atrevo a levantar mi débil voz. Productos de inteligencia no hallaréis en mí, tan solo vais a escuchar las sensaciones de mi corazón. No dudo que entre las prendas que os adornan descuella majestuosa la clemencia: ella perdonara mis faltas.
En la solemne reorganización de la Universidad, de ésta debo ocuparme; permitidme haga una dolorosa excursión, triste, pero obligado recuerdo de funestos y tenebrosos acontecimientos.
Reuniéronse un día los genios eminentes del Derecho, de la Medicina y de las Ciencias: iban a luchar con el arma divina de la palabra: lidiaron y el éxito fue brillante. Este establecimiento vio entonces sus cátedras honradas por sabios profesores; despertóse el entusiasmo de los estudiantes al oír las fecundas doctrinas de sus maestros. Sí, señores; estudiábamos con ahínco, con amor, con entusiasmo; nuestro orgullo se cifraba en corresponder a tan benéfica instrucción. El porvenir de la Patria era nuestro y segura estaba ya la más sólida base del progreso, de la libertad y de la religión. Mas el genio del mal, la satánica ignorancia dio un bramido de furor al contemplar la terrible guerra que le preparábamos, e inspiró a Veintemilla su rencor contra este santuario. El horizonte principió a oscurecerse, las rentas universitarias fueron suprimidas; mortal habría sido el golpe, si hubiera chocado en el interés y no en el patriotismo y amor a la juventud que escudaban el pecho de los catedráticos, quienes, despreciando este insulto, continuaron con la misma laboriosidad y ardor.
Empero el congreso de 1880 que por sarcasmo se decía representante de la nación, no tembló al ultrajar la parte más noble de ella, la Universidad. En efecto faculta a Veintemilla para [11] despojar de la propiedad a los profesores. La violencia no se hace esperar y pronto se pone en práctica la injusta ley del congreso. Esta vez más nuestros maestros probaron que el honor era su principal y seguro baluarte, al rechazar enérgicamente la condición de interinos. Y entonces desastrosas fueron las consecuencias para los estudiantes: llevados del reconocimiento y gratitud protestan contra el injusto atropellamiento; la contestación fue el Panóptico. A guisa de escarnio vísteseles de soldados y, al chasquido del látigo, aprenden la corneta. Veintemilla azotando a la juventud es el cuervo que devora el corazón de la Patria. La ciudad entera se estremece en presencia del inaudito atentado; una matrona respetable cae herida como de un rayo al saber que azotan a un pariente suyo. Apaciguada un poco la cólera del déspota, propone a los jóvenes presos firmen una contraprotesta para obtener la libertad; proposición tan baja fue rechazada con indignación.
Los que se libraron del Panóptico se vieron en seguida colocados ante un horroroso dilema: o suscribir su ignominia, o verse excluidos de los exámenes. ¡Ah! Veintemilla, ¿cómo queríais corromper a los estudiantes; enseñarles a ser apocados, ruines y cobardes? ¿qué es sino asesinar su alma? Desesperante era la situación: entreveían un porvenir siniestro, sentían evaporarse sus más halagadoras esperanzas; sin profesión, ¿qué iba a ser de ellos? Dos años han permanecido en tan lamentable estado; lo perdido en este tiempo, ¿quién sería capaz de restituir? Responsabilidad, y responsabilidad atroz pesa sobre los que tanto daño hicieron. La Universidad de entonces había perdido su antiguo esplendor y los estudiantes con el corazón oprimido apenas podían dedicarse a sus tareas. La esperanza, esa vida del alma, fue el único sostén de sus angustias. Un nuevo y fuerte ataque habían de sufrir, la Dictadura, es decir, la prolongación de su desgracia. Considerad, señores, cuál sería su entusiasmo al saber que los bravos del Norte preferían la muerte a la esclavitud. Todos deseábamos volar a morir por la libertad; los más felices así lo hicieron.
No me detendré en referir las alternativas de dolor y placer en que hemos vivido, durante la santa guerra de la República contra la infamante Dictadura. El Diez de Enero, señores, nos ha devuelto la vida. ¡Oh glorioso día, tu memoria permanecerá eterna en el corazón de la juventud! El Diez de Enero representa al pueblo rompiendo sus cadenas y destronando a tiranuelos y ruines; es la reivindicación de los derechos, del honor y del deber. La Patria, esa majestad de gran porte, aparece llena de gloria, ha salido del cieno en que malhadados hijos la sepultaran, y ahora extasiada en su propia dicha bendice en nombre de la libertad a los héroes de la República. Podemos ya llamarnos hombres, ciudadanos de honra y pro; la fea mancha que ennegrecía la Nación está lavada con sangre y con la mejor sangre, la del martirio. Sangre y lágrimas han sido necesarias para nuestra redención; jóvenes en la aurora de su vida han muerto por ella. Verdaderamente, señores, nuestros anales casi [12] no registran una revolución más justa ni más grande, justa por los principios que sostiene, grande por el heroísmo.
Si nos limitamos a la Universidad, puede decirse que el Diez de Enero es su glorioso timbre. De hoy más ya no será la burla de los gobernantes sino aquel suntuario adonde entran reyes con sombrero en mano.
El Supremo Gobierno Provisional, al abrir inmediatamente este recinto de la sabiduría, dando está muestras de que su principal anhelo es la felicidad del pueblo. Pueblo que se instruye cerca va de ser gran pueblo; sacrilegio y horrendo crimen es reventarle los ojos y despenarle en la ignorancia, matarle el alma, imagen del mismo Dios. Instruyámonos, conozcamos los sagrados deberes del ciudadano en su más pura fuente, elevemos la Universidad a su respectivo sitio en la escala social y... que se nos encaren tiranos y que nos arremetan traidores. Las bayonetas so rompen en mil pedazos ante hombres cuya fuerza es la inteligencia, cuya armadura son pundonor, justicia y libertad. Precisamente porque los perversos vislumbran su ruina en el cultivo del talento, siempre han procurado endiosar a la ignorancia. El tirano de conciencia negra teme la crítica, las lecciones de bien que se le dirigen; la conciencia limpia, el corazón puro nada temen, y tranquilos labran la felicidad de un pueblo.
Hubo un oscuro tiempo en que se prohibió hablar de política en esta tribuna; ¿era pavor? ¿tan negra tenían el alma que se avergonzaban al descubrirla? Sin periódicos, sin asambleas políticas, ¿dónde habíamos do expresar nuestras necesidades y sufrimientos escolares sino en la Universidad? Querían esclavos mudos, viles aduladores; he ahí el motivo.
Las grandes universidades siempre han terciado en la cosa pública: la de Francia castigaba malos reyes, entendía en los conflictos del Estado y más de una vez le dio la salvación. En lo antiguo, en la culta Atenas, era conminado con la infamia el más oscuro de los griegos que prescindiese de la política. En el Ecuador, reinando la barbarie, se excluyó de ella a la más grande de las instituciones sociales, la Universidad. Felices serán los pueblos cuando sean gobernados por filósofos, por hombres de saber y entender; Veintemilla no lo creyó así, y la Universidad debía ser indiferente a sus desafueros. Extendamos la vista por Europa y veremos que la nación más poderosa, la Alemania, es al mismo tiempo la más sabia e instruida. Ella multiplica universidades, no las destruye; venera a sus estudiantes, no los persigue; establece la instrucción gratuita, no usurpa las rentas.
Grande es el día en que exhala el último aliento la ignorancia y principia el reinado de Minerva. La Universidad de Quito será otra vez aquella que siempre ha tenido puestos en sí los ojos de Sudamérica. Hombres ilustres han salido de ella, y si alguna consideración tiene el Ecuador ante el mundo es por sus escritores y celebres ingenios. Las Leyes, la Medicina, las Ciencias están de pláceme: [13] tendrán adictos cultivadores y una juventud entusiasta que aprenderá a mejorar los destinos de la Patria. El Gobierno protegiéndola con decisión acarreara las bendiciones del porvenir. Ya no existirá ese rompimiento tan funesto entre la fuerza y la inteligencia.
Jóvenes, vais a entrar en la vía del progreso, no deslustréis el renombre que habéis adquirido, ved que las demás naciones os contemplan con asombro. Nuestros enemigos aun rugen en su desesperación; si no los exterminamos pueden rehacerse y entonces ¡ay de nosotros! Si el último suspiro de nuestros labios, si el postrer latido de nuestro pecho son necesarios, entreguémoslos: ¿consentiremos en nuestra ignominia, aceptaremos la esclavitud? Unámonos y seremos invencibles. La muerte antes que la ignorancia. Recordad la desgracia pasada y convertíos en campeones de la República, que no están reñidas las letras con las armas. Sócrates peleó en Mantinea, Cervantes en Lepanto, y desdichado del enemigo cuando tiene que medírselas con los héroes del saber. Siempre, siempre han vencido los grandes hombres; los libertadores nunca han sido ignorantes. Conmovedor es el ejemplo que una gran porción de la juventud ecuatoriana nos ha dado ya; imitémoslos, aumentemos el número de héroes niños que son el orgullo de la nación.
No sería fiel intérprete de mis compañeros si, al terminar, no expresara al Supremo Gobierno Provisional nuestro profundo reconocimiento y gratitud. EI bien que hemos recibido con la apertura de la Universidad es una segunda vida, un segundo bautismo. Aceptad, Señores, la sangre que os ofrecemos para coronar la obra que lleváis a cima con tan prósperos augurios; y tiranuelos viles ya no despedazaran el corazón de la Patria, la juventud.
He dicho.