La Alhambra
Granada, domingo 5 de septiembre de 1841
tomo 4, número 36
páginas 421-423

[ Alberto Lista ]

De la Poesía, considerada como ciencia

...Neque enim concludere versum
dixeris esse satis...

Horat.

Hasta ahora los que mas honor han hecho a la poesía, la han considerado como un arte: y todos conocen la secta nueva de poetas, que ni aun como arte quiere considerarla, pues niega la existencia de las reglas, y no reconoce mas principio de escribir en verso, que lo que sus adeptos llaman inspiración, genio, entusiasmo, y algunos misión, no sabemos de quien. Dejémosles pues, la libertad de delirar a todo su sabor: y convencidos nosotros de que nada bueno pueden hacer los hombres en ninguna línea, sino sometiéndose a ciertos y determinados métodos, examinemos si las reglas del arte de la poesía pueden deducirse de algún principio general que la eleve a la dignidad de ciencia.

Mas para emprender esta investigación se necesita subir a un punto de vista más general y elevado, y dar a la palabra poesía una significación más lata que la que generalmente se le atribuye. Es necesario prescindir del instrumento de que se vale el poeta propiamente dicho, que es el lenguaje, y considerar su profesión como el arte en general de describir lo bello y lo sublime, y de halagar y elevar el alma con sus descripciones, ya sean hechas con la voz hablada y escrita, ya con los sonidos de la música, ya con el buril, ya con los pinceles, ya en fin con las simetrías geométricas.

Consideradas las bellas artes bajo este aspecto, y no reconociendo entre ellas más diferencia que la del instrumento con que describen, es claro que para profesar dignamente cada una, ha de combinarse el conocimiento del objeto que se proponen todas, a saber, la belleza y la sublimidad con el conocimiento de los medios peculiares de descripción propios de aquella arte.

Y existiendo reglas y principios ciertos para la construcción de las frases en el lenguaje, para la combinación de los sonidos en la música, para las proporciones de la geometría; para la mezcla de los colores; y para la representación de las perspectivas en la pintura, nadie podrá negar que el instrumento de cada arte supone una ciencia particular para su conocimiento, y un arte respectivo y reglas competentes para la práctica.

Acaso no tendrán dificultad en confesar esto los que quieren introducir la anarquía en la república de las bellas artes: acaso concederán que el pintor necesita de la geometría descripta; el poeta de la gramática, y el músico de la acústica; esto es, que tienen necesidad de conocer, no estas ciencias [422] en toda su profundidad y extensión sino los principios generales que suministran a las artes. Pero lo que ellos quieren que sea mirado como un dogma inconcuso, es que el sentimiento y expresión de lo bello y de lo sublime en cualquier arte es obra exclusiva del genio y de la inspiración: en una palabra, que la belleza no está sometida a reglas y que no hay ciencia de la belleza.

Ambas aserciones son inexactas; la primera, porque si bien las reglas no pueden servir para crear los pensamientos de una composición, ayudan infinito a expresarlos debidamente mostrando los escollos que deben evitarse: y la segunda, porque no hay sentimiento alguno del corazón humano, que no pueda y deba ser objeto de las investigaciones de la filosofía racional, y por consiguiente, que no produzca un ramo de esta vastísima ciencia.

¿Existe en el hombre el sentimiento de la belleza y de la sublimidad? ¿Hay en los objetos de la naturaleza, sometidos a nuestra contemplación, cualidades en virtud de las cuales existen en nosotros las impresiones de lo bello y de lo sublime? ¿Posee el hombre la facultad de trasmitir a sus semejantes, por diversos medios y con distintos instrumentos, las impresiones que los objetos de la naturaleza han producido en él? ¿Puede su imaginación, eligiendo diversas rasgos y cualidades del variado espectáculo del universo, crear seres ideales, que produzcan en el ánimo impresiones de la misma especie que los objetos bellos y sublimes de la naturaleza? Pues si no puede negarse que existe este sentimiento y estas facultades, forzoso será también confesar, que debe ser estudiado y reducido a principios el sistema de hechos y fenómenos psicológicos a que da motivo la propiedad que tiene nuestra alma de sentir y de reproducir la belleza y la sublimidad. Este sistema constituye la ciencia de la poesía, considerada en su generalidad: ciencia, que se semeja mucho a la ideología, con la diferencia de que esta se versa acerca de ideas, y aquella acerca de sentimientos e imágenes: ciencia más difícil, porque el criterio de la belleza no se fija por raciocinio como el de la verdad, y es más delicado y fugitivo: pero ciencia no menos cierta y exacta, porque se funda en hechos, que pasan en nuestro interior, y de los cuales todos tenemos conciencia.

Todos, sí: porque ¿dónde está el hombre tan semejante a la fiera, que no se haya complacido algunas veces en observar la beldad que el Hacedor ha prodigado tan generosamente en los diversos seres de la creación? ¿Qué alma que no se eleve tendiendo la vista a la inmensidad del firmamento? Aún más diremos: ese genio poético, esa facultad de reproducir las impresiones agradables o enérgicas; ese entusiasmo, esa inspiración, a la cual quieren algunos atribuir exclusivamente todo lo bueno que se haga en las artes, ese don del cielo en fin, es más común y general de lo que se cree. Existen muy pocos hombres que no hayan sentido nunca hervir un su pecho el fuego de la inspiración. Cuando algún afecto poderoso se apodera del alma, se expresan los labios con todo el calor de la elocuencia, y tal vez con todo el estro de la poesía. Y además, ¿no sabemos que el lenguaje de los pueblos en su infancia, es más animado, es más figurado, es más poético, precisamente, porque siendo en aquel periodo más ignorantes, tiene más acción sobre ellos el sentimiento y la fantasía?

Existe pues, la ciencia poética: pues es universal en el género humano el sentimiento de lo bello y de lo sublime y la facultad de reproducir sus impresiones. Responder que sin esta ciencia ha habido grandes poetas, es no decir nada. También se ha raciocinado en el mundo, y se ha raciocinado bien, antes de que fuese conocido ni aun el nombre de la lógica. También se han medido terrenos y levantado edificios antes de que se escribiesen elementos de geometría. ¿Diremos por eso que la geometría y la lógica son ciencias inútiles? ¿No es este el caso de clamar con el anciano de Terencio: homo sum; humani nil a me alienum puto? ¿Cómo puede dejar de ser importante para el hombre nada de lo que pasa en lo interior del hombre?

Si existe una ciencia de la poesía existe también un arte de ella, y las correspondientes reglas; porque es imposible que de los principios de una ciencia no se deduzcan métodos prácticos y legítimos para hacer bien lo que puede hacerse bien o mal. Estas reglas son la mismas que se deducen de la naturaleza de los sentimientos humanos y [423] de la del instrumento con que se expresan: estas reglas son las que siguieron por instinto, aunque todavía no existiese el arte, los Homeros, los Pilpay, y los Vates y Bardos primitivos de los pueblos. Pero el instinto es una norma muy poco segura en las naciones cultas que están ya excesivamente lejanas del candor e ingenuidad de la naturaleza. Además, los pueblos civilizados quieren filosofarlo todo: ¿por qué pues, se les ha de impedir el derecho de raciocinar acerca de las fuentes de sus placeres intelectuales?

Horacio, que no creía suficiente para la bondad de una composición algunos versos o descripciones felices, reasumió toda esta doctrina cuando dijo:

«Rem tibi socraticae poterunt ostendere chartae.»

En efecto el estudio del hombre, objeto principal de la filosofía de Sócrates, es el grande auxiliar del genio poético. Sin aquel estudio la inspiración ruda, como la llama el mismo Horacio, no podrá dar a luz bellezas del primer orden.

Ya es tiempo pues, de que cese esa nueva preocupación, nacida en nuestros días, que supone inútil el estudio y las reglas para sobresalir en la poesía: y si semejante delirio no podría ni aún decirse de un pintor, de un músico, de un arquitecto, ¿cómo se tolera que se diga de los que se ejercitan en pintar y en describir por medio del lenguaje? Porque el objeto de todas las bellas artes es el mismo; y ¿por qué no ha de ser necesario para la más noble de todas el estudio que lo es para las demás?

A. L.


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