La Alhambra
Granada, domingo 19 de mayo de 1839
número 5
páginas 69-73

[ José de Castro y Orozco ]

Apuntes históricos sobre la inquisición de Granada

Auto de fe en ella a 30 de mayo de 1672

Por artículo expreso de las capitulaciones hechas por los moros, al entregar la ciudad de Granada, se pactó entre vencedores y vencidos que ningún moro ni mora serían apremiados a ser cristianos contra su voluntad; y que si alguna doncella, o casada, o viuda, por razón de algunos amores, se quisiese tornar cristiana, tampoco sería recibida hasta ser interrogada; y si hubiese sacado alguna ropa o joyas de casa de sus padres, se restituirían a su dueño y serían castigados los culpados por justicia.

Los reyes Católicos cumplieron por su parte estos prudentes contratos; y su célebre edicto sobre la expulsión de los judíos, dado en Granada dos meses después de la conquista, bien que revelase el espíritu de intolerancia que iba cundiendo en la corte vencedora, no puede decirse que fuese un ataque directo a las capitulaciones firmadas pocos días antes.

Varios prelados pidieron muchas veces con ahínco a los mismos soberanos que se ampliase aquel decreto a los moros del reino, o se les obligase a abjurar de su fe; alegando que esto no era quebrantar los tratados, sino mejorarlos en beneficio de sus almas. La piadosa Isabel, a pesar de su ardiente celo por la propagación de la fe católica, creyó siempre que debía cumplir exactamente su palabra, y, en vez de acceder a tales consejos, mandó en distintas ocasiones que se tratase con dulzura a sus nuevos súbditos. A poco tiempo vino a Granada el cardenal Jiménez de Cisneros, ocupado entonces en la fábrica de su colegio de Alcalá de Henares, para [70] ayudar principalmente en sus trabajos apostólicos al primer arzobispo de la misma iglesia don Fr. Hernando Talavera.

Publicáronse entonces catecismos en árabe y en castellano para la instrucción de los infieles, y quemáronse más adelante multitud de libros y escrituras orientales con el objeto de que desapareciesen estos vivos testimonios de la existencia de la secta mahometana. Entre los libros entregados a las llamas dicen Echavarría y otros escritores que pereció el original del Corán que poseían los descendientes de los reyes de Granada. Nosotros no hacemos más que indicar simplemente sus noticias. Tal vez al respeto religioso que los reyes católicos conservaron e infundieron en su corte hacia los tratados con los vencidos, deberían los moros de Granada el beneficio de que no residiese en un principio dentro de la misma capital el Tribunal de la fe, que desde antes de su conquista se extendía rápidamente por todas las provincias de la corona de Castilla. Lo cierto es que aquel se estableció primeramente en Jaén, y de allí pasó a Granada por orden de Carlos V en 5 de Noviembre de 1526. Sus primeros ministros fueron el licenciado Hernando de Montoya, inquisidor mayor; el licenciado Juan Ibáñez, inquisidor; el licenciado Hernando Duque de Estrada, fiscal; Hernando de Soto, alguacil mayor; y el licenciado Guerrero, secretario del secreto.

La política, y acaso la necesidad, aconsejaron en estos tiempos medidas de severa represión contra los moriscos. Celebráronse pues varias juntas de prelados y consejeros para ordenar pragmáticas que refrenasen su carácter turbulento; y cuando entró en Granada el santo Oficio, Carlos V presidía una de aquellas notables reuniones convocada en la real capilla que acababa de edificarse. Entre las disposiciones aprobadas para convertir y civilizar a los pertinaces moriscos, fue una la erección de la universidad literaria, proyecto que sin duda hace mucho honor a los políticos que le concibieron.

Difícil es seguir siglo por siglo la marcha de un tribunal que envolvía sus procedimientos en un misterio impenetrable. Puede, con todo, presumirse que el santo Oficio de Granada procesaría un número más considerable de mahometizantes que cualquiera otro del reino. Granada conservó por mucho tiempo con más vigor que las restantes provincias, las semillas de una secta que había sido durante ocho siglos su religión dominante; y en Granada más que en ninguna parte se prolongó la lucha material y encarnizada entre el cristianismo y el mahometismo. Santo Toribio de Mogrovejo fue ministro de este mismo tribunal, antes de ser elegido arzobispo de Lima.

El señor Llorente en su Historia de la inquisición de España refiere algunas causas célebres seguidas en la subalterna de Granada. Nosotros remitimos al lector a sus obras, porque no es posible hacer otra cosa en el ligerísimo apunte que nos hemos propuesto ofrecerle. Daremos sin embargo noticia antes de concluir este artículo de un auto público y general de fe, cuya memoria nos han transmitido las Gacetillas curiosas de Granada, papel interesantísimo [71] y poco conocido que se escribía en ella a mediados del siglo XVIII.

Dice así el Padre Chica, redactor de la insinuada obra, hablando del convento de santa Cruz, conocido vulgarmente por el de santo Domingo. –«Ni tampoco es de olvidar otra especialidad de estos religiosos, sucedida en el año 1672, en el auto publicó, y general de los judíos, y otros reos, celebrado en la plaza Viva-Rambla en 30 de Mayo de dicho año. Eran inquisidores de este reino y su partido los señores don Juan Martín Rodezno, colegial mayor en el de Cuenca; don Balthasar de Loarte y Heredia, del mismo colegio; don Pedro de Herrera y Soto; y fiscal don Juan Bautista Arzamendi, colegial del mayor de santa Cruz de Valladolid. Comenzose a publicar esta función desde el día 2 del expresado mes. Convidáronse con toda solemnidad a los señores presidente, y oidores, que en forma de acuerdo recibieron a el referido señor fiscal, que hizo el convite: convidose en el misma día a el ilustrísimo señor don Diego Escolano de Ledesma, arzobispo de Granada. A el siguiente se dieron públicos pregones con algún lucido aparato en los sitios acostumbrados del pueblo. Decía el pregón: Hago saber a todos los vecinos, residente, y habitantes de esta ciudad de Granada, como los señores inquisidores apostólicos de ella, y su distrito, han determinado celebrar auto público de fe, a honor y reverencia de Jesucristo nuestro señor, exaltación de la santa fe católica, y ley Evangélica, y extirpación de las herejías, el lunes, que se contarán 30 de Mayo de este presente año, día del glorioso rey don Fernando el santo; y se conceden las gracias, e indulgencias por los sumos pontífices dadas a todos las que acompañen y sirvan a dicho auto. En el inmediato día se convidó a el ilustrísimo cabildo de esta santa metropolitana y apostólica iglesia, aceptando aquella urbanidad en nombre de este cuerpo, el doctor don Juan Benítez Montoro, colegial en el referido de Cuenca, predicador de S. M., electo obispo de Gaeta y deán de esta santa iglesia. Convidose también a esta M. N. y M. L. ciudad, y a otros cuerpos distinguidos de esta república. Formose delante de los Miradores de esta ciudad un capacísimo cadahalso, cuyo testero se elevó hasta ocultar los referidos Miradores, por medio de un tarimón de treinta y seis varas de largo, y cinco de ancho. Era la altura de aquel cadahalso de cuatro varas y media: tenía de longitud cuarenta y ocho varas, y de latitud cuarenta. Adornose este con el altar, que estaba en el centro de él, donde se había de colocar el sacrosanto árbol de la Cruz; disponiendo en sus lugares correspondientes los asientos de los tribunales; y en su preciso sitio se puso el aparador, o asiento de los reos. Fabricáronse también las correspondientes oficinas, así para ministrar la vianda, como para otros menesteres que ocurriesen en la laboriosa tarea de aquel día; y para dar audiencia a los reos, que la pidiesen, se adornó un sitio separado dentro de los Miradores. Convidose, para llevar el estandarte de la Fe en la solemne procesión de la santa Cruz, a don Antonio Domingo Fernández de Córdoba [72] Ayala y Castilla, marques de Valenzuela y señor del estado de Orjiva. Concurrieron a esta novedad, rara vez observada, mucho número de personas de ambas Andalucías, y pareció Granada en aquellos días una Babilonia. En la tarde del domingo 29 del mismo mes se formó la vistosa procesión de la santa Cruz, estando ricamente adornada toda la estación, y celebrado con un general repique de campanas, y tiros de artillería de la real fortaleza de la Alhambra. Asistieron a ella las comunidades que acostumbran ir en las generales procesiones, y a mas la de los padres Carmelitas descalzos, y de san Juan de Dios.

Colocada la santa Cruz en su altar, que tenía tres frentes, quedose aquella noche a velarla esta sagrada dominicana familia. A la mitad de las sombras cantaron solemnemente los maitines, y habiéndolos concluido, celebraron mucho número de misas en hora de prima, y después de tercia la misa conventual. Celebrose el auto, comenzándose la misa; y acabado el introito, predicó el P. M. Fr. Antonio Vergara de esta misma familia, y prior del convento de Cádiz; leyéronse las causas de noventa reos; los veinte de ellos fueron relajados en estatuas, y algunas con sus huesos, unos por muertos, y otros por fugitivos, declarando asimismo a dos de ellos por admitidos a reconciliación, y que debían gozar de las oraciones de los fieles, y otros sufragios. Sin embargo de haberse visto la noche antecedente en el trágico teatro del Beiro quince asientos para otras tantas personas relajadas, amanecieron once, y de estos quedaron dos desocupados visiblemente, y de los nueve restantes sólo se ocuparon seis por las súbitas conversiones de los cinco, estando en el auto. A las cuatro de la tarde se entregaron a la justicia real diez y ocho estatuas, y seis personas, que fueron conducidas a las llamas. Arrepintiéronse los cinco, a quienes dieron garrote, quedando solo Rafael Gómez Salceda, a quien llama todavía el vulgo Rafaelillo, en edad de diez y nueve años, al que vivo consumió aquel terrible fuego. Absolviéronse los restantes cerca de las once de la noche; prosiguiose la misa, que se acabó cerca de las doce, siendo de notar que los señores presidente y el inquisidor más antiguo no dejaron en todo el día su asiento. Aquella noche repitió el cuidado de velar la santísima Cruz esta religiosísima comunidad, con los mismos ejercicios en que se había ocupado la noche y mañana antecedente, hasta que con no menos lucimiento fue conducida a las casas del santo oficio.»

Después de la horrorosa escena que acabamos recordar a nuestros lectores, solo podemos hablarles de la ejecución de Nicolao Bernardini o Bernardino, de nación italiano, y soldado al servicio de España: verificose antes de mediar el siglo XVIII, y este infeliz extranjero fue la última víctima que pereció en el quemadero del Beiro. Personas que han visto su causa, nos aseguran que tuvo principio por haberse negado a quitarse el sombrero al salir el Viático de la parroquia de la Magdalena, descubriendo a seguida el presunto hereje sacramentario en sus declaraciones ante el santo Oficio, una convicción íntima de inesperado [] materialismo. ¿Donde había aprendido en aquella época este hombre rústico y tenaz tan perniciosas máximas? Fuera de España sin duda, porque a pocos años escribía el erudito Feijoo en sus cartas, que existían en nuestro país prelados instruidos y respetables que ignoraban absolutamente el preciso sentido de las palabras naturalista y materialista. ¡Feliz ignorancia que revela la homogénea creencia de un pueblo, y su dulce esperanza en los consuelos de la religión! «Habéis abierto un hoyo profundo (decía Clemente XIV a los filósofos del siglo XVIII.) ¿Con qué podréis rellenarle?

Nuestro vulgo conserva todavía la memoria del desgraciado Bernardino, y muy particularmente la del celo evangélico con que un jesuita su compatricio, le exhortaba al arrepentimiento al mismo pie de la hoguera encendida ya para devorarle. «Nicolao Bernardino, conviértete a Dios, y me quemaré contigo» son palabras que nuestros abuelos repetían aterrados durante nuestra infancia, y que alguno de nosotros mismos ha podido oírles con estremecimiento.

El archivo de la inquisición de Granada fue entregado a las llamas en el año de 1823 por temor de que un cambio político reprodujese sus persecuciones. Unas cuantas causas se salvaron de su voracidad, y hemos oído decir que existen actualmente en poder de personas particulares. El mismo edificio, situado en la plazeta de Santiago, fue también demolido en aquella época, y hoy es solo un montón de ruinas perteneciente al dominio privado. El santo Oficio de Granada es el supuesto teatro de las caprichosas aventuras del compadre Mateo: su ministros sostuvieron porfiadas contiendas sobre puntos de jurisdicción y precedencia con la extinguida Chancillería o antiguo tribunal superior del distrito, y dieron margen con ellas a varias resoluciones soberanas que aparecen todavía insertas en nuestros códigos.

J. de C. y O.


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José Castro Orozco
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1830-1839
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