Melchor Fernández Almagro
La influencia de Donoso Cortés
Sobre el quebrado paisaje de nuestro siglo XIX pasó Donoso Cortés, en una nube –más sombría que irisada–, deparándole un tan alto punto de vista, que le permitió contemplar lo que en modo alguno podían percibir los hombres apegados a la tierra. Donoso Cortés veía todo lo de su siglo en abierta perspectiva hacia el siguiente, la empecatada centuria nuestra. En el siglo XX se han realizado, al extremar el marxismo todas sus consecuencias, los males, de tipo social y político, que Donoso Cortés presentía cuando dijo en uno de sus discursos, reciente todavía el «Manifiesto comunista», lo siguiente: «El mundo camina con pasos rapidísimos a la constitución de un despotismo, el más gigantesco y asolador de que hay memoria en los hombres. A esto camina la civilización y a esto camina el mundo. Para anunciar estas cosas, no necesito ser profeta. Me basta considerar el conjunto pavoroso de los acontecimientos humanos desde su único punto de vista verdadero: desde las alturas católicas.»
No necesitó Donoso Cortés, en efecto, ser profeta, y sólo cabe tenerle por tal en lenguaje figurado. Le bastó con su clarividencia, y ésta fue la prenda característica de los pensadores –o sentidores, al modo que lo fue nuestro marqués de Valdegamas– que, dentro o fuera de España, remaron contra la corriente de la Revolución francesa. Nada aclara tanto el proceso histórico como la relación de causalidad y no pocas de las cosas que se abonan en la cuenta de Donoso Cortés como vaticinador estaban ya lógicamente previstas, y así, en las páginas y párrafos más citados a ese respecto, no se trata, en general, de cosas que fuesen a ocurrir, sino que estaban ocurriendo ya. Por ejemplo: el juego de la política internacional en relación con el destino de España, referido, por lo pronto, a lo que ya representaban, por distintas razones en cada caso, los Estados Unidos y Rusia, ¿no estaba montado en aquellos años del siglo XIX de una manera que descubre su continuidad en el XX? Decimos esto pensando concretamente en el discurso de 4 de noviembre de 1847. Como podríamos citar el de 4 de enero de 1849 para hallar la justificación de los poderes personales –«la dictadura del sable»– contra el desbordamiento de las masas revolucionarias –«la dictadura del puñal»– peligro cierto en que se debate el mundo actual, pero que ya sufrió la sociedad misma que había conocido en el transcurso de pocos años la dolencia y el remedio: el «Terror» y Napoleón. Donoso Cortés acertaba mirando hacia adelante, porque sabía mirar hacia atrás. La nube en que le conducía su inflamado numen planeaba sobre la Historia, recibiendo luces de la verdad religiosa.
Donoso Cortés creía en Dios y en la Iglesia, con la fe robusta y diamantina, costosamente adquirida, del converso, pero recelaba de los hombres, de las precarias obras humanas, dando por supuesto que en este mundo el «triunfo natural» corresponde al mal sobre el bien. De ahí su reacción contra el progresismo, pero también el mantenerse totalmente ajeno al carlismo y quedar dentro del ámbito de la Monarquía constitucional. Tan absoluto y tan categórico como fue Donoso Cortés y, sin embargo, lo vemos con los moderados, y comprendiendo el papel intermedio que tocaba a Narváez representar: «Narváez –escribía al conde Raczinski– es la columna que sostiene al edificio: el día que la columna caiga, el edificio entero se desplomará.» Como ocurrió, llegado el dramatismo de la prueba. En mucha mayor escala la prueba se repitió dos o tres generaciones después, cuando sobrevino la segunda República española. Resultaban ya muy lejos los sucesos de que Donoso fuese coetáneo y juez. Pero su alto miradero no había sufrido desviación ni descenso. Desde la nube se contempla el conjunto de las cosas, las causas y los efectos, la íntima relación en que estriba el secreto de la Historia. Y a Donoso Cortés volvieron los ojos quienes sentían la tragedia de España, no sólo mal gobernada por el Frente Popular, sino sustraída a su propio e indeclinable destino. Para esa reintegración en lo religioso y nacional, Donoso Cortés suministraba fórmulas preciosas.
Se ha hablado mucho de las fuentes extranjeras del pensamiento de Donoso, tan español, por otra parte. Caso quizá paradójico que ayuda a explicar la resonancia universal de su nombre para honor de nuestro espíritu, llamado a la expansión. Reelaborado por su auge en Europa, volvió Donoso a España muy oportunamente, por lo que hace a la cronología: en los años inmediatamente anteriores a nuestro Movimiento. Por la índole de sus ideas e inequívoco matiz sentimental, por la naturaleza de sus desencarnadas e incorpóreas soluciones, a fuerza de espirituales. Donoso Cortés ha ejercido una influencia decisiva –más que en políticos propiamente dichos y en hombres de acción– en los elementos cultos y letrados que preludiaron, invocando la buena doctrina, la lucha de España contra el comunismo y fuerzas afines. Llegó el «Diluvio» presentido, y en el arca donde la Patria hubo de refugiarse para salvarse, bien se nota el nombre de Donoso Cortés campeando en uno de sus costados.
M. Fernández Almagro
de la Real Academia de la Historia