José Francos Rodríguez
Patriotismo práctico
Una de las personalidades más interesantes del actual Buenos Aires es el Dr. D. Avelino Gutiérrez, formado en tierra argentina, pero nacido en la provincia de Santander, en Cabezón de la Sal, donde también vio la luz un médico apellidado de la misma manera, el insigne conde de San Diego, quien, gracias a su talento, a sus esfuerzos, conquistó fama, honores, elevada posición, ventajas deshechas de improviso, inopinadamente, por golpe de la fortuna, que a veces procede como si se complaciese con la injusticia. El Dr. Avelino Gutiérrez fue a la gran ciudad bonaerense siendo chicuelo, requerido desde el suelo americano por uno de los suyos, quien consideraba que la mayor protección se alcanza, no mediante riquezas conseguidas sin esfuerzo, sino con medios donde se prueban las propias aptitudes, y se logra coyuntura de lucir con esfuerzos de la voluntad cuanto es el poder del hombre, no cifrado en la incierta aventura, sino en el inteligente y decidido trabajo. Encontrar desde el principio de la vida estímulos de la actividad, ver cómo se multiplican fuerzas incitantes de noble ambición, realizar un sueño, es el que anima a cuantos cruzan el Océano, instigados por afanes legítimos. Quienes se sientan empujados por la quimera; quienes deliren, seguramente sufrirán un desengaño, pues los tiempos actuales no son propicios para empresas acaloradas.
El Dr. Gutiérrez, que desde el primer instante resaltó por su talento, por el amor al estudio, por la fe en la disciplina mental objeto de sus preferencias, pudo ver sus afanes justamente compensados, envaneciéndose con ello la escuela de Buenos Aires, que le tiene por gala, ha dicho a un redactor de La Razón las siguientes palabras: «Entre practicante, director, jefe de clínica y profesor, he cumplido treinta años en las aulas y clínicas de esta Facultad de Medicina.» Enseñó, en efecto, a varias generaciones de escolares; su cátedra de Anatomía topográfica se cita como ejemplo, pues ha difundido sus enseñanzas por distintas partes del mundo y creado discípulos que, con razón, le enorgullecen, pues el verdadero maestro se siente reproducido mediante las doctrinas que supo sostener.
Además de sabio profesor, es Gutiérrez eminente cirujano. Su dispensario de Buenos Aires figura entre los principales de la ciudad; ha logrado quién le dirige justa nombradía, y ocioso es asegurar que un operador célebre en ciudad como la primera de la América del Sur, no sólo consigue notoriedad, sino efectivos rendimientos; siente que le acarician consideraciones sociales, además de dones del bienestar, concedidos de buena gana por todo el mundo. Así, pues, el Dr. Avelino Gutiérrez, médico ilustre, catedrático enaltecido, hombre de posición independiente, codiciaba el descanso; pero un grupo de consejeros, a cuyo frente ha sonado el nombre de Bernardo Houssay, fisiólogo esclarecido, a quien conocimos en España cuando se celebró el Congreso Iberoamericano de Sevilla; ha solicitado del Consejo directivo de la Facultad de Ciencias médicas que se prorrogue por cinco años la permanencia de nuestro insigne compatriota en el claustro que honra con su presencia desde hace mucho tiempo. El profesorado se elige en la República Argentina mediante compromisos, que ante las circunstancias se dilatan o se estiman conclusos, si así conviniera, sistema usado también, por cierto, en varias Universidades europeas, preferible al que priva en nuestras costumbres docentes. Pues licitado del Consejo directivo de la Facultad de Buenos Aires, seguirá dictando Anatomía topográfica el promotor de este movimiento científico, hondo, personal, alabado por cuantos le conocen y tienen autoridad indiscutible para juzgarle. Se ha recibido con júbilo la noticia, y los españoles debemos congratularnos de ella, pues al Dr. Gutiérrez nos unen otros lazos tan dignos de aprecio como los apuntados. El catedrático de Buenos Aires estará de por vida ligado a la tierra que conoció siendo muchacho, unido a ella por vínculo inquebrantable; pero ha tenido, tiene y tendrá por el pueblo donde nació, donde pasaron los años de la niñez, lazos que sujetan gratamente. Por obedecerlos, sin duda, ha procedido el Dr. Gutiérrez como lo ha hecho, rindiendo a la madre Patria culto, traducido en ofrendas eficaces, mucho más estimables que el ruido pomposo, preferido por los enamorados del valor de las palabras.
Don Avelino Gutiérrez mantiene constante relación con nuestros Centros intelectuales. La Cultural Española, institución honrosísima, merece nuestra acendrada gratitud. Su historia es crecida; varias personas significadas cruzaron el mar, para su bien y honor, por las gestiones de quienes viven fuera de la Patria, pero adorándola de veras, rindiéndola positiva estimación, sin egoísmos ni ventajas, como el amor merecido por las madres, cuando lo son de verdad.
Es larga la lista de conferenciantes invitados, desde hace años, a visitar, como lo han hecho, Buenos Aires, La Plata, Córdoba, realizando una excursión al Uruguay y deteniéndose en Montevideo. A la memoria confío algunos apellidos, lamentando de antemano, omisiones, ajenas a mi voluntad. Menéndez Pidal, José Ortega Gasset, Pi y Suñer, Adolfo Posada, Américo Castro, Turró, Altamira, Gómez Moreno, Rey Pastor, Blas Cabrera, José Casares, Jiménez Asúa, D'Ors, Olariaga, personalidades ilustres, que, al asomarse al Nuevo Continente, practicaron hispanoamericanismo, en consonancia con las necesidades actuales, hartas de huero palabreo y de promesas líricas.
Precisamente en estos días viaja hacia la gran población del Plata, para dar en la Cultural Española un curso de lecciones, la distinguida señorita María de Maeztu, directora de la Residencia Femenina, de Madrid. Su nombre, resplandeciente en empresas pedagógicas de fama, como el Instituto-Escuela; su larga práctica y vasta preparación, aseguran éxito felicísimo al empeño acometido. La base principal de los elogios tributados a D. Avelino Gutiérrez descansa en sus esfuerzos perseverantes, porfiados, inteligentísimos, en pro del intercambio universitario establecido con la Argentina, para brillo de España. A él conviene corresponder de parte nuestra con visitas de eminentes profesores, prestigiosas personalidades, capaces de garantizar con la reciprocidad que la aproximación entre pueblos unidos por la raza, es efectiva y fecunda. Conocerse bien, mutuamente, es el mejor medio para dejar establecida comunidad de intereses intelectuales, de carácter moral, y de ventajas materiales, también logradas en este género de relaciones.
Los médicos españoles iniciaron sus visitas a escuelas argentinas; los doctores Recaséns, decano de la Facultad de San Carlos; Slocker y Blanc y Fortacin, del hospital de la Princesa, han realizado excursiones, de las cuales se hallan satisfechísimos. Es necesario ir dentro de un año al Congreso de Buenos Aires, donde figurarán, como estuvieron en Sevilla, gran número de médicos; recordemos aquella falange de argentinos bien preparados, dispuestos, activos, que lucieron su ciencia, y demostraron decidida inclinación a España.
Pues bien nos ofrece Avelino Gutiérrez ejemplo vivo de cómo y por qué debemos consagrarnos al hispanoamericanismo sin otras alteraciones perturbadoras de su genuina condición. Sigamos sus enseñanzas; imitemos su conducta; sin residir en la Patria, se la puede servir y engrandecer. Por eso alabamos con efusión la obra del hijo de Santander y en la actualidad ilustre ciudadano argentino. Cuando pone el pensamiento en la tierra primera que pisó, tiene cariños imborrables, ternuras infinitas, cuya voz percibirá perennemente; cuando la pone en el territorio argentino, contemplando sus esfuerzos, sus triunfos y los goces de su hogar, ha de sentirse dulcemente aprisionado.
Trabajar por la nación, por su gloria, contribuir a sus prosperidades, es sentirse de veras suyo. Si todos los españoles presentes o en la ausencia cumpliesen tales obligaciones, la victoria sería cierta, pues al resultado total pueden concurrir circunstancias tan decisivas, que el más obcecado pesimismo se declarará vencido. Nos parece el doctor Avelino Gutiérrez un buen hijo de la Península Ibérica y un excelente ciudadano de la Argentina. Elogiarle lo consideramos obra justa y además patriótica para los hijos de esta tierra, orgullosos por su pasado, pero, asimismo, por su porvenir. Quienes ciframos nuestras esperanzas en la unión firme de los que hablan la lengua castellana, nos sentimos satisfechos por los trabajos de cuantos enseñan a los americanos el camino de España, y a ésta la vía que conduce al Nuevo Continente.
J. Francos Rodríguez