Azorín
Francia
Germanofilia, germanomanía
Hace algunos días leímos en El Universo un artículo de fondo que nos prometimos comentar. Debemos a nuestro querido colega numerosas atenciones; por lo tanto, no queremos que vea en estas líneas ni el menor asomo de hostilidad. Charláremos amigablemente, y nada más. ¿Debemos exponer sinceramente el resultado de una observación nuestra respecto al dicho estimado colega? En los editoriales de El Universo encontramos una notable desigualdad; unas veces son equilibrados, reflexivos y razonadores; otras... El artículo que deseamos comentar pertenece a esta última categoría. Su autor debe ser pariente espiritual de D. Antonio de Capmany, que, allá en 1808, escribió el Centinela contra franceses. ¡Qué aversión a Francia, querido compañero! Y ¡qué amor a Germania! En esto de las aficiones a una y otra nación hay, entre los españoles, muchos matices. Germanófilos, germanómanos; francófilos, francómanos... Respetamos las filias; pero no las manías. Las manías no dejan razonar. Las manías hacen que no se vea cosa buena fuera del pueblo que se admira. Germanófilos, bien; germanómanos, mal. El autor del artículo a que nos referimos, ¿es un germanómano? Su punto de vista es principalmente literario. Los alemanes nos han descubierto nuestro teatro clásico, que aquí teníamos desconocido. Todos aquellos escritores españoles del siglo XVIII que adoraban a Molière y detestaban a Calderón eran como ahora Pío Baroja y Azorín, que hablan mal de nuestros clásicos. Tiene razón el articulista en este último extremo. ¡Fuego en Pío Baroja y en Azorín! Pío Baroja, el pobre, el desdichado, no hace más que escribir algunos libros que, con el tiempo –¡horror!–, serán ellos clásicos a su vez. En cuanto a Azorín… ¿Qué vamos a decir de Azorín? Mayor enemigo de los clásicos no lo hay; ha escrito cosas espantables de los clásicos; seguramente que el cuitado (¡qué clásico es esto de cuitado!) no ha leído a esos clásicos de los que abomina.
Los alemanes románticos, querido compañero de El Universo, hicieron, es verdad, que se fijara la atención en los dramáticos españoles del siglo XVII. Pero los románticos franceses ¿no hicieron nada por nuestra literatura clásica? Hernani y Ruy Blas, de Hugo, mucho hicieron por el pasado literario de España. No caigamos en el error vulgar de juzgar estos dramas por sus errores históricos. En estos dramas se respira un españolismo «no adquirido, sino espontáneo e ingénito, como el de Calderón, como el de Góngora o como el de Lucano, y derivado lo mismo que en ellos de exceso o intemperancia de fuerza, y de una mezcla de grandiosidad y de sutileza». ¿Se puede hacer mayor elogio del españolismo de Víctor Hugo? En la época en que se resucitaba nuestro teatro clásico en Alemania, ¿cuántos Hugo hubo allí que hicieran eso? Hugo no ha habido más que uno. Y ese españolismo bien vale, por lo menos, tanto –a nuestro entender– como las simpatías, muy de agradecer, de los románticos alemanes. Las palabras que hemos citado arriba son de Menéndez Pelayo en su Historia de las ideas estéticas, volumen V, página 378 (Madrid, 1891). Pero los románticos franceses no hicieron sólo eso por España. Nosotros no cambiamos todas las páginas de cualquier romántico alemán sobre España por el Viaje, de Gautier. ¡Cuánto y cuánto ha hecho por España este bello, sugeridor libro! ¿Hay alguno, aún en castellano, que le supere? Respetemos, admiremos la labor de los románticos alemanes; pero no olvidemos la labor de los románticos franceses.
Como este caso del teatro clásico dice el articulista de El Universo que hay ciento. No serán tantos. Pero no queremos pasar adelante sin hacer otra observación referente al asunto. Los románticos alemanes han resucitado nuestro teatro. Ocurrió esto en el siglo XIX. Pero antes, ¿no había Francia, la propia Francia, admirado hondamente ese teatro, en la persona, por ejemplo, de Molière y de Corneille? ¿Qué vale más: resucitar una vieja obra española, o encontrar en ella materia para una nueva obra de arte, haciéndola vivir de otro modo, insuperable y magnífico? ¿Qué es preferible: las páginas de Schlegel sobre nuestro teatro clásico, o el Don Juan, de Molière, o el Cid, de Corneille? Sigamos. «¿Quién nos ha descubierto en nuestro siglo el mérito extraordinario que ahora se halla en las obras del P. Gracián? Un alemán.» Alude el articulista a Schopenhauer. Mucho ha hecho Schopenhauer por Gracián. Pero mucho antes que en Alemania fue traducido y comentado Gracián en Francia. Los comentaristas de Francia son los que realmente han extendido la fama de Gracián por Europa. Y ¿quién ha escrito el mejor libro sobre Gracián, libro admirable, minucioso, hondo? Un francés: Adolphe Coster. ¿No conoce este libro el querido compañero? Lo ha publicado la Revue Hispanique en el pasado año de 1914.
Continua el articulista: ¿Quién ha sido más entusiasta de nuestra literatura y de nuestra Patria que el insigne hispanófilo de Colonia que llegó a instituir un premio anual para nuestros poetas, que otorga la Academia Española?» Bien está esa fundación; mejor estaría si el dicho premio (que no es sólo para los poetas), en vez de otorgarse a obras anodinas y ramplonas, se concediese a libros de verdadero mérito. Pero ¿no recuerda el articulista que, a mediados del siglo XVIII, ha habido un hombre a quien bendicen todos los cervantistas, los amantes del inmortal Miguel; un hombre que puede ser considerado como el iniciador del moderno, del actual gran amor a Cervantes? Este hombre hizo a sus expensas una magnífica edición del Quijote, y encargó a un erudito español –Mayans– el que escribiera una vida de Cervantes: la primera biografía de Cervantes. Este hombre no era alemán; es verdad que tampoco era francés; pero... era aliado. Había nacido en Inglaterra y se llamaba Carteret.
¿Para qué seguir? El articulista habla de una magnífica publicación alemana referente a arqueología española. Pero ahí están también las soberbias obras francesas referentes a prehistoria de nuestra Patria, singularmente las que tratan de las famosas cuevas de Altamira, y los trabajos sobre el cerro de los Santos, de Pierre Paris. «En cuanto a traducciones de libros españoles, ¿dónde se han hecho más que en Alemania?» No, no. Desde el siglo XVII a la fecha, es incalculable el número de libros españoles traducidos al francés. Desde luego, sea el que sea, es superior al de los traducidos al alemán.
Basta con esto. No vea el estimado compañero de El Universo intenciones de molestarle en estas líneas. Un poco de imparcialidad es lo que deseamos ver en estas alegaciones en favor de tal o cual nación extranjera.
Azorín