Filosofía en español 
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Francisco Rodríguez Adrados

Violencia que no es de género

La Academia Española ha decidido condenar la expresión «violencia de género» y recomendar «violencia doméstica» o «violencia de sexo» («sexual», diría yo). Puedo aplaudirlo, puesto que no intervine: estaba fuera ese día. Me adherí el jueves siguiente. Ya se ha hecho público, ya rueda por los medios de comunicación.

Es el comienzo, sin duda, de una ofensiva contra el anglicismo a veces crudo, a veces solapado que nos invade. Pienso que el público culto está esperando decisiones como ésta. Voy a explicarla con un poco de detención.

Violencia de género viene del inglés gender violence: es un anglicismo, como tantos. En principio, gender y género se corresponden, tienen un origen común en latín genus (el gender inglés, a través del francés genre), que absorbió sentidos del griego genos. Un genos o genus o genre o gender o género es un grupo o clase o tipo dentro de un conjunto más amplio. El género es anterior a la especie, según Aristóteles. Se habla del género humano, de los géneros literarios, de «tal género de cosas».

Pero, además del sentido general, estas palabras tomaron a veces sentidos especializados. El problema es: ¿a qué clase o grupo especial se refieren estas palabras en cada lengua? Aparte del uso genérico, entiéndase.

Pues bien, a partir de Dionisio Tracio, el primer gramático griego, genos se especializó para el «género gramatical»; e igual latín genus, español género, francés genre, &c. y otras palabras equivalentes en alemán, ruso, &c. Esta es la primera especialización. Pero en inglés hay una segunda: puesto que esta lengua perdió el género gramatical, gender quedó libre de ese uso y pasó a significar «sexo», palabra que el puritanismo británico tendía a proscribir. El Diccionario Inglés-Español de Oxford lo deja bien claro.

O sea: el sentido general es el mismo en inglés y en las demás lenguas, pero el específico no. En inglés, gender es «sexo»; en español y muchas lenguas más, género es «género gramatical».

Traduciendo el gender sexual por género no es ya que atribuyamos a nuestra palabra un significado que no tiene, sino que introducimos una grave confusión. «Masculino» y «femenino», los dos géneros, no se refieren de por sí, ni mucho menos, al hombre o la mujer, el macho o la hembra. Son clasificaciones gramaticales muy complejas.

Y la violencia la ejercen las personas y no entidades gramaticales como estas. Ciertamente, el género masculino y el femenino pueden indicar sexo: el niño y la niña, por ejemplo. Pero nada tienen que ver con el sexo la silla y el banco, la sandía y el melón. Y otras veces el género simplemente falta en muchas palabras, se marca con ayuda de la concordancia: hay el estudiante y la estudiante. O ni así: el ratón, el bebé, el lince, masculinos gramaticalmente, tienen en realidad género común, desconocemos o no nos interesa su sexo.

Y hay casos notorios de ambigüedad: el hombre es masculino, pero, según el contexto, puede significar el varón frente a la hembra o, contrariamente, subsumir a ambos: decimos los hombres, los derechos del hombre, el origen del hombre, el hombre es un ser racional, refiriéndonos a hombres y mujeres. Los niños abarca a niños y niñas, igual el niño junto a el hombre, el viejo. Hay el uso neutro del masculino: algo no sólo heredado, sino económico, nos evita estar diciendo constantemente los viejos y las viejas, los funcionarios y las funcionarias. Y decimos la vecina ha tenido un niño. ¿Niño o niña? No lo sabemos o no nos interesa.

Y adjetivos como débil o joven pueden concordar con artículos o nombres masculinos o femeninos, que comportan o no la idea de sexo: una niña o un muchacho o un vino son jóvenes, un sonido es débil. Y los pronombres yo y unifican géneros y sexos, mientras que los distinguen vosotros y vosotras.

En definitiva: género no implica, de por sí, sexo. No corresponde al gender «sexo» inglés.

Esta es la complicada situación, en español y en otras lenguas que han conservado los géneros gramaticales que se crearon en una cierta fase de las lenguas indoeuropeas. Creo que es mejor no meterse en este avispero, complicarlo más aún con un género = sexo sacado del inglés, que ha perdido, ya digo, el género gramatical. Este es algo muy complejo: sólo el contexto aclara a qué sexo o no sexo o conjunto de sexos se refiere.

Es verdad que ciertos sectores de nuestro léxico, por ejemplo, el de las profesiones, se sexualizan cada vez más por causa de fenómenos sociales: la presencia de la mujer en nuevos ámbitos. Tenemos ministras y presidentas, por ejemplo. Pero aun aquí hay límites y dudas. Jueza y poetisa no logran desplazar a juez y poeta, que sirven para los dos géneros. Y el uso neutro, formalmente masculino pero válido para ambos sexos, sigue siendo normal en nuestra lengua, ya dije. Así, sexo y género siguen coincidiendo sólo muy parcialmente.

Gender, libre del uso gramatical, sirve para indicar toda clase de grupos o tipos. También los sexuales. No es este el caso del género español: indica una categoría gramatical. El sexo se dice sexo.

Por cierto, lo mismo gender que sexo se refieren a hombres y mujeres, a ambas violencias. Y también doméstico. Debería quedar esto bien claro; para el que conozca nuestras lenguas, lo es. Después de todo, también Agamenón fue asesinado.

Género en violencia de género es, pues, un anglicismo insidioso. El género que primero se nos viene a la cabeza es el género gramatical. Y resulta que éste es una mera clasificación que, en muchísimos casos, nada tiene que ver con hombres y mujeres. Los géneros gramaticales, por supuesto, no ejercen violencia el uno frente al otro. Sólo las personas. Dígase, pues, violencia sexual, que en español no es impresentable. O violencia doméstica, si se quiere. Como en lenguas estrechamente emparentadas con la nuestra, que tienen el mismo problema.

Gender y género son lo que los lingüistas denominan «falsos amigos»: palabras de sentido en parte común, pero en parte muy diferente y cuya traducción, la de la una por la otra, aparentemente normal y evidente, causa errores.

Conviene evitar este uso anómalo, ambiguo y contradictorio de género antes de que se difunda definitivamente. Los errores de traducción del inglés son, a partir de un momento, imposibles de eliminar.

La traducción de las palabras o frases que incorporamos a nuestro idioma, simplemente porque se refieren a cosas o conceptos que sólo ahora se introducen, entra dentro de un procedimiento usual en el trasvase de léxico de una lengua a otra. No en nuestro caso ni en otros semejantes. Si podemos decir las cinco menos diez, debemos evitar un diez para las cinco, puro inglés, que el otro día oí en televisión. Si podemos decir una grave crisis, evitemos una crisis severa.

A veces hemos llegado tarde. Ciencia ficción se refiere a algo que no es Ciencia y no se ve el papel que ficción desempeña en el grupo: desde luego, nada que vaya de acuerdo con cómo en español funcionan los nombres. La traducción correcta de Science fiction sería ficción científica. Pero resulta imposible, a estas alturas, corregir errores como éste. Es como cuando el médico llega tarde a casa del enfermo, acaba de morir. Aquí llegamos a tiempo: violencia de género tiene difusión, pero lucha con otras traducciones más exactas. Todavía se puede intervenir con éxito.

Francisco Rodríguez Adrados
de las Reales Academias Española y de la Historia