Filosofía en español 
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[ Ángel Ruiz Ayúcar ]

Diario de un ingenuo · 20 Julio 1974

Desnacionalización

La Asociación Católica Nacional de Propagandistas, en su última Asamblea General (que nada tiene que ver con la de los obispos) ha acordado modificar su nombre, quitando el calificativo “nacional”, porque entiende que el adjetivo “católica” supone un concepto de supranacionalidad.

Una desnacionalización llena de lógica, que no se comprende cómo a los hombres que fundaron la Asociación se les pudo pasar por alto. Siguiendo este orden de ideas, esperamos que no se vuelva a hablar de la Iglesia católica española o de la Iglesia católica francesa, ya que, de acuerdo con la lógica de los propagandistas ex nacionales, existe contradicción entre el adjetivo “católica”, equivalente en la terminología posconciliar a “supranacional” (antes se decía “universal”, que, se mire por donde se mire, es distinto) y el nacional de cada país. Si ello lleva consigo la desitalianización de la Iglesia, todos tan contentos. Porque, aquí, ciertas modas italianas han dado en los últimos tiempos malas resultas.

Conferencia episcopal (catalana)

Tras largas meditaciones y trabajos, los prelados pertenecientes a la Conferencia Episcopal de Cataluña han dado a luz un documento sobre “Misterio pascual y acción liberadora”, del que no puede decirse que sea el parto de los montes, aunque sí un redescubrimiento del Mediterráneo, cuyas aguas hace siglos que mecen la sede arzobispal de Tarragona. En el citado documento, los señores obispos condenan, a estas alturas de 1974, el capitalismo liberal y el marxismo.

Exactamente igual que hizo José Antonio en un memorable discurso pronunciado en Madrid, en 1933, en el acto fundacional de Falange Española. La Iglesia (al menos la catalana) es lenta pero segura.

Conferencia episcopal (española)

Pocos días después de ponerse en línea doctrinal con José Antonio (dentro de lo que cabe) la Conferencia Episcopal catalana, se reunió en Madrid la Asamblea Plenaria de la Española, en la que los señores obispos aprovecharon la ocasión para sacarse la espina de los reproches de que se sentían objeto, con motivo de los errores doctrinales contenidos en diversos textos de religión, que se suponen vigilados por su celo pastoral. En su día, cuando se suscitó públicamente el tema, se habló de acusaciones injustificadas, y hasta se citó la palabra “calumnia”. Pero se nombró una comisión para estudiar los libros incriminados. Agua llevaba el río, cuando sonaba.

Los señores obispos, en su comunicado colectivo, se muestran bastante más mesurados que cuando sus acólitos echaban las piernas por alto. Tras la tranquilizadora afirmación de que “la mayoría de los textos” merecen fiabilidad, pese a “objeciones que podrían hacerse a algunos de ellos, desde diversos aspectos” (fíjense que se refieren a los “buenos”), reconocen que “existe, sin embargo, otro grupo minoritario de textos que merecen objeciones de mayor relieve, pero que corresponden, en buena parte, a obras no destinadas a los nuevos planes de estudio”.

Es decir, que aparte la mayoría “buena”, a la que los señores obispos reconocen que pueden hacerse reparos, existe otro grupo que merece objeciones de mayor relieve, sin que la circunstancia de que “buena parte” de ellos no esté destinada a los nuevos planes de estudio las invalide.

¿Quién, pues, tenía razón? ¿Quienes denunciaban los errores doctrinales de ciertos textos de religión o los que rechazaban airados la acusación? La propia Conferencia Episcopal ha dado una respuesta, no por benévola menos clara.

¿De quién es la culpa?

Durante años, un clero progresista, desotanado y a vuelta de muchas cosas, se ha burlado de las “obsesiones moralistas” de los curas viejos, sosteniendo que las antiguas normas de moral sexual están en revisión y que, en cualquier caso, el pecado que importa es el colectivo de una sociedad que no cumple los deberes de justicia. Estas teorías han permitido a algunos eclesiásticos afiliarse a las células comunistas y echarse novia al mismo tiempo. Las consecuencias en los hábitos morales de un pueblo como el español, acostumbrado a hacer caso a los curas en tales cuestiones, no se han hecho esperar. Ahora es fácil cargar el muerto a cierta prensa o a la televisión. Pero si hay curas que se lucen junto a chicas medio desnudas, defienden el divorcio, muestran comprensión hacia las relaciones prematrimoniales y consideran la castidad mito añejo, ¿quiere alguien decirme por qué un obispo puede esperar más recato del director de una revista o de un programa de televisión?

Pero como hay pastores preocupados por la moralidad del pueblo que la Iglesia les ha confiado, y del que un día habrán de dar cuenta a Dios, en la Conferencia Episcopal se ha expresado la “preocupación sobre el deterioro de la moralidad pública en muchos aspectos que viene observándose de un tiempo a esta parte”.

En la nota episcopal no se dice desde “qué tiempo”. Pero no hay que estudiar mucho para comprobar que la apertura o el “destape“ en moral coincide con el predominio en la Iglesia de la línea progresista. “Por sus frutos los conoceréis.” Ese, la inmoralidad, es uno, y no el único ni el mayor. Pero ciñámonos a él. Los obispos han coincidido, dice el comunicado, “en que cada fiel debe sentir urgida su conciencia ante este fenómeno, evitando colaborar, indirecta o directamente, a cuanto pueda ser ocasión de pecado para el prójimo”.

De acuerdo. Los fieles, pese a campañas en contra, conservamos bastante vivo el sentido del pecado. ¿Pero y los curas? ¿Es que los curas no tienen ningún papel que desempeñar en esta lucha por la moral que propugnan los obispos? ¿Por qué no se les cita, ni se les estimula, ni se les impulsa?

Los obispos recuerdan la gravedad del pecado de escándalo, pero ¿hay mayor escándalo que el producido por un eclesiástico? Sin embargo, por ahí andan algunos escandalizando, con doctrinas o con hechos, y todavía no hemos visto a muchos obispos ejercer su autoridad en defensa de sus ovejas. La severidad se reserva para los otros, para el que un día quema un panfleto o suelta una castaña a un provocador.

Juan Nuevo