La filosofía del futuro es solidaria del socialismo
(Entrevista a Gustavo Bueno)
Filosofía y Universidad
—Dada la organización de la cultura existente en el país, la filosofía se identifica normalmente con la organización académica de la filosofía. En ella tú has alcanzado la cátedra, puesto que consideramos la cumbre, e incluso la finalidad, del aparato académico. A este respecto nos gustaría conocer qué piensas sobre las siguientes cuestiones: ¿Cuál es la función y cuáles los límites de una cátedra de Filosofía en la Universidad española hoy?
Una cátedra de Filosofía es, me parece, uno de los pocos lugares en los que sistemáticamente se puede, en principio, ejercitar “cooperativamente” la reflexión filosófica. Los límites de una cátedra de Filosofía vienen impuestos, tanto como por la censura oficial, por la presión de las otras cátedras y de los mismos estudiantes, sometidos, como todo el mundo, a los condicionamientos generales del país.
—¿Es posible hacer algún tipo de Filosofía en la Universidad o sólo es factible enseñar Historia de la Filosofía, quizá con otros nombres, pero al fin y al cabo Historia de la Filosofía?
La pregunta me parece que gana en fuerza si se la redobla con esta otra: “¿Es posible hacer algún tipo de filosofía fuera de la Universidad?” No digo que no. Pero temo que se sustantive de tal modo la oposición entre “recintos universitarios” y “recintos no universitarios” que lleguen a olvidarse las mil líneas que atraviesan sus fronteras.
En la Universidad se puede enseñar Historia de la Filosofía, tanto en su sentido filológico (que no es ciertamente Filosofía, aunque sea un instrumento indispensable) como en su sentido filosófico, y se puede enseñar Filosofía si, entre otras, se da la condición necesaria: que haya algo que enseñar. Este algo es lo que más falta en nuestro país, que suele contentarse con traducciones o adaptaciones de pensamientos foráneos. Si falta libertad es, ante todo, porque falta sustancia –pero no porque esta sustancia se encuentre determinada fuera de la Universidad.
—¿Es posible desvincular el sistema de acceso a las cátedras –las oposiciones– de la estructura académica y de la Filosofía que se enseña? ¿Es posible elaborar una alternativa a esta situación dentro de los límites de la sociedad española actual?
Es muy difícil. Es una cuestión de política universitaria concreta, en la que cada caso particular es una batalla generalmente perdida. En la Enseñanza Media la situación es mucho más alarmante.
—La enseñanza de la Filosofía se apoya fundamentalmente sobre la lección magistral. Sin embargo, algunos Departamentos de Filosofía parecen intentar algo diferente articulando equipos de trabajo que sólo tienen sentido en un tipo de enseñanza muy distinta. ¿Hasta qué punto es esto compatible con la estructura autoritaria de la cátedra?
La “lección magistral” es una expresión que resulta pomposa, pero que, en principio, sólo se refiere a la “exposición que hace el maestro” en un oficio. En este sentido, “lección magistral” no tiene por qué conllevar los estigmas que conlleva el concepto de “autoritarismo” (dogmatismo, coacción, &c.). Siempre que hay maestro, puede haber lección magistral –y, generalmente, cuando no la hay es porque quien habla ex cathedra no tiene nada que decir y disimula su vacuidad con procedimientos demagógicos. Por otra parte, la lección magistral en Filosofía pide internamente la participación del público, el debate, el seminario. En Oviedo hemos hecho interesantes experiencias en este sentido, que culminaron en la práctica de unos “tribunales populares” (como los llamaban los estudiantes). Otra vez, los límites de estas prácticas venían dados desde el contorno de los otros Departamentos, de los cursos sobrecargados para los estudiantes, de la falta general de rigor, &c.
—¿No debería ser sustituida la tradicional reivindicación de libertad de cátedra por un conjunto de reivindicaciones más amplio y englobante: gestión democrática de los Departamentos y de la Universidad, gestión democrática de los planes de estudio, &c.?
Enteramente de acuerdo. “Libertad de cátedra” es un concepto vacío cuando se entiende como libertad subjetiva, y sólo tiene sentido cuando va acompañada de la doctrina cuya exposición se postula. De otra suerte, “libertad de cátedra” podría significar lo que significa para muchos: libertad para enseñar y defender el sistema de Ptolomeo, libertad para enseñar las “Ciencias parapsicológicas”…, es decir, escepticismo.
El filósofo y el funcionario
—¿Es posible compaginar la enseñanza en general, y la de la Filosofía en particular, con la condición de funcionario del Estado que el profesor adquiere –y tiene como meta– en la Universidad española? ¿No debería ser precisamente el profesor de Filosofía todo lo contrario de un funcionario? ¿No se inscribe este problema en el ámbito más amplio de que el enseñante sea un profesional de la enseñanza y no un funcionario?
Que la Filosofía pase a ser ocupación de funcionarios significa, históricamente, que se ha institucionalizado –en el mismo sentido que se ha institucionalizado la Música, las Matemáticas y la Religión–. Institucionalización que no significa “encerrar a Dios en el Templo” sino “a los fieles en él”. El concepto de “filósofo funcionario” que a algunos suena a ridículo, no lo es –basta pensar en Kant o en Hegel, que fueron funcionarios sin dejar por ello de ser los máximos filósofos de la época moderna–. La “institucionalización” de la Filosofía forma parte de una dialéctica muy compleja, llena de contradicciones, pero en modo alguno creo que puede pensarse que se ha agotado esa dialéctica quedándose en las paradojas, artificiosamente construidas, que contraponen la “absoluta libertad” (atribuida a la Filosofía) y la “absoluta disciplina” (atribuida al funcionario). Estas paradojas son puro infantilismo.
—Durante los últimos treinta y cinco años la Escolástica, en su sentido amplio, ha cumplido una función social, ideológica (y en tal sentido política), en su papel de Filosofía dominante. ¿Cabe hablar de Filosofías de “oposición” que cumplan un papel positivo independientemente de su contenido? ¿Qué corriente filosófica cumpliría actualmente ese papel en España?
La Filosofía Escolástica, estoy de acuerdo, lejos de ser una Filosofía jubilada y parásita, ha cumplido una misión importante en los treinta años de referencia (tanto directamente como a través de las secciones de Pedagogía). Como “Filosofía de oposición” juega un papel importante, todavía hoy, el Positivismo y la Filosofía “Analítica”.
La Filosofía como tratamiento metódico de las ideas
—¿Cuál debería ser la función específica de la Filosofía? ¿Hasta qué punto esas filosofías de oposición, y por supuesto las corrientes filosóficas más poderosas, cumplen esa función o se limitan a legitimar lo establecido?
La función específica de la Filosofía acaso pudiera definirse como un “tratamiento metódico de las Ideas”, en tanto las Ideas se realizan en el propio proceso productivo del Mundo. Las Ideas no subsisten por sí, en ningún transmundo. En este sentido, la Filosofía carece de un campo material específico –su campo es el conjunto de los demás campos categoriales, científicos, tecnológicos, &c.–. Pero esto no significa que carezca de contenido (de “sustancia”). ¿Acaso puede decirse de una ciencia particular que carezca de contenido porque solo ante el material empírico que le es dado puede construir? La Filosofía es reflexiva en este sentido –reflexión objetiva–, sobre otros saberes en proceso. Pero no parece suficiente caracterizada la reflexión filosófica como “crítica”, si no se precisa la naturaleza de esta crítica (¿Acaso el calvinista no critica también al ateo?). Sin referencia a las Ideas no me parece posible fijar las funciones críticas de la Filosofía (a la manera como parece imposible fijar las funciones estéticas de la Música sin referencia a los sonidos, discutiendo solamente sobre las partituras). La cuestión de fondo, cuando se habla de este asunto, creo que es ésta: “¿Hay o no hay Ideas en el propio proceso del mundo?” Es decir: el mundo en el que se desenvuelve la praxis, ¿es una polvareda de sucesos, o una yuxtaposición de categorías cerradas en sí mismas, o además está organizado según Ideas que atraviesan dialécticamente esas categorías y aquellos sucesos, entre los que pueden contarse nuestras propias existencias empíricas?
—Profesor Bueno, ¿en base a qué criterios se organiza y qué fines pretende cumplir la labor filosófica del Departamento de Oviedo que usted dirige?
Principalmente (y dado que no cabe hacer otras cosas) trato de hacer posible la realidad de un grupo, lo más amplio imaginable, de profesores y estudiantes, cuya formación sea muy rigurosa. Por supuesto, este propósito es vacío si no existe una doctrina, una metodología, unas tareas abiertas, en principio inagotables.
—Miguel Ángel Quintanilla ha hecho notar (Sistema n.° 5) el relativo silencio con que son acogidos sus libros. Quintanilla sugiere la posibilidad de que la misma radicalidad de su análisis le conduzca a enfrentarse con un objeto que no reconocen como propio los especialistas en ciencias particulares ni los filósofos. ¿Considera justa esta sugerencia o cree que existen otras razones?
Creo que, en efecto, Quintanilla tiene razón. La derecha bastante tiene con ocuparse de sus cosas. La “izquierda” anda muchas veces aturdida mirando para Francia, para Inglaterra...
Materialismo académico y división del trabajo
—¿Hasta qué punto un materialismo académico, en cuanto que acepta la división del trabajo, no se inscribe e incluso legitima el orden capitalista existente? ¿Su concepto del filósofo como pensador profesional no es una aceptación de esta división capitalista del trabajo?
En las condiciones actuales –incluyendo el “socialismo” soviético y chino– la división del trabajo parece una condición tan esencial al propio trabajo como pueda serlo la división en nacionalidades a la condición personal o de clase. Así como no hay campesinos u obreros universales (sino campesinos u obreros rusos, franceses o españoles), así tampoco hay trabajadores universales (como Hippias), sino trabajadores especializados. Esto será contradictorio con la idea del “filósofo universal y democrático” –pero otra vez me parece que la contradicción no se resuelve, en todo caso, ignorándola, dando por eliminado el profesionalismo de matemáticos, caldereros o sacerdotes (“especialistas religiosos”), sino desarrollando ese profesionalismo, asumiéndolo.
—¿Cuál es, en su opinión, la función del filósofo en relación con la elaboración del intelectual orgánico de la clase ascendente?
Si presuponemos que el proletariado es la clase ascendente de nuestro tiempo –en cuanto clase que lleva en sí el germen de la eliminación de las clases–, el filósofo tiene funciones muy precisas en el proceso revolucionario. Sin embargo, me parece que sus principales funciones están reservadas no a la víspera de la revolución, sino al momento que la revolución esté ya en marcha. La Filosofía del futuro es solidaria del socialismo, y en él comienza su verdadera posibilidad de acción. Es puro “reduccionismo activista” medir la significación de la Filosofía por su capacidad de derribar un Gobierno determinado, justificando la filosofía solamente por la medida en que coopera a este fin (por ejemplo, mediante las firmas que los profesionales de la Filosofía puedan poner en los escritos de protesta). Ahora bien: mi tesis de que la Filosofía del futuro es solidaria del socialismo no significa que, en el socialismo, el filósofo sea algo así como un funcionario del pueblo que enseña una doctrina oficial, una ideología. Es esta una visión muy estrecha del tema. Más bien nos aproximaríamos a sus posibles funciones por analogía a las que correspondía desempeñar al clero en la época feudal –al clero como “Poder espiritual”–. El tema de la significación de la Filosofía en el socialismo me parece indisociable del tema del “Poder espiritual”, en el contexto de la dialéctica de la Base y la Supraestructura. Contexto dialéctico él mismo, en el que se generarán nuevas oposiciones, si es verdad que el socialismo no es él el “estado estacionario”, si es verdad que el socialismo no es el fin escatológico, sino el principio de la Historia.
En todo caso, el dilema con el que forzosamente tiene que enfrentarse todo profesor de Filosofía es el siguiente: O concibe su profesión como una especialidad minoritaria, en la que puede alcanzarse un elevado grado de virtuosismo (y que la Universidad debe acoger por razones similares a como acoge los estudios sobre el paleoarameo) o concibe su profesión como orientada esencialmente (sin perjuicio del rigor) a influir sobre grandes públicos –y entonces no es posible dejar de percibir la conexión (enteramente tradicional, por lo demás) entre Filosofía y “Poder espiritual”. ¿Tienen conciencia de este dilema todos los que proyectan reformas de los planes de estudios, todos quienes prefieren secciones de Filosofía “pura”, no contaminada por la compañía de otras especialidades capaces de empañar esa hipotética pureza?
El concepto gramsciano de “intelectual orgánico” genera precisamente en este contexto una situación fecunda y poco explorada: “Intelectual orgánico” dice referencia a una clase social. Pero cuando la clase social es aquella que se dirige a destruir toda clase social, reducirá el concepto de “intelectual orgánico” a una situación límite, que en cierto modo incluye la negación del propio intelectual orgánico. Este “intelectual” que ya no es intelectual podría ser identificado con el filósofo.