Filosofía en español 
Filosofía en español


Ramón García de Castro

Perspectivas de Fernando Vela

Intermedio trágico

La guerra civil tiene que afectar necesariamente a este intelectual de claro talante liberal. La contienda le morderá vivamente. Le coge en Madrid, y por insinuación de Marañón, a la vista del tono de alguna publicación extremista, se refugia en una embajada, donde un compañero de cautiverio, el artista don Ángel Cepa, le recuerda jugando largas partidas de ajedrez. Jugando una de éstas le sorprenderá la muerte en el llanisco Café Pinín, a fines del verano del 66.

Vela realiza lo que cuenta Unamuno en su novelita Don Sandalio, jugador de ajedrez. En el Círculo de Bellas Artes contendía algunas tarde con el pintor vasco y sordomudo Ramón de Zubiaurre, “para el cual soy un desconocido, porque ante el tablero nadie pregunta nombre ni profesión del contrario y se juega con él como con el ajedrecista autómata”.

El ambiente de las embajadas en dicha época aparece en la abundante literatura bélica. De Una isla en el Mar Rojo, de Wenceslao Fernández Flórez, entresaco las siguientes líneas:

“Los únicos momentos de calma que aún recuerdo fueron los de una tarde en que alguien encontró, entre los ruidos de la radio, un concierto de Beethoven, emitido por una estación alemana. Cerradas todas las puertas del 'hall' para aislarnos de los rumores de la casa, seis o siete personas sensibles al placer de la música permanecíamos en la media luz del salón donde funcionaba el aparato. Seis o siete hombres lívidos que no disfrutaban de la caricia del sol ni del aire libre, desde mucho tiempo atrás, extenuados por la falta de alimentos, acobardados por la imposibilidad de luchar, envueltos en gabanes raídos por su roce constante con los asientos”.

Entre ellos veo a Vela, biógrafo de Mozart, gustador de buena música, crítico musical en el lejano Noroeste de Gijón.

Y tanto por lo desconocidos, como por lo significativos que son, nos complacemos en reproducir los Versos para decir en voz baja en el dormitorio de una embajada, y dedicados

A mi lecho, en el santo suelo

Al acostarme, todas las noches beso el lecho,
compañero callado de soledad y penas,
el único regazo que para el lloro tengo
y me calienta el frío de las tristes ausencias.

A su través me hiere la dureza del suelo,
si fuera en cruz sería leño de mi calvario,
pero Cristo en el suyo, en su agonía y duelo,
apasionadamente, su cruz, ¿no habrá besado?

Pues las cruces en donde los rencores nos clava
terminan siendo amadas y ser la parte suma
de nuestra vida y ella, más piadosas, acaban
por tener suavidades y tibiezas de pluma.

Divulgador y traductor

Azorín se quejaba de la falta de buenos divulgadores culturales en España, al contrario de lo que pasa, por ejemplo, en Francia. Azorín no reparó en Vela, pues es éste un aspecto de su personalidad que no podemos menospreciar. Durante décadas, asiduamente, y en múltiples diarios y revistas, Vela fue condensado, y digiriendo para una amplia masa de lectores que quisieran enriquecerse, cientos y cientos de libros, teorías y descubrimientos de toda índole. Su proyección fue, como la del poeta, hacia una inmensa minoría cultural.

Hay en Vela una capacidad de síntesis, como se demuestra en las abreviaturas, que realiza para la Editorial Revista de Occidente, de algunas obras claves del pensamiento occidental: los Principios de Psicología y los Principios de Sociología de Spencer; Investigaciones lógicas, de E. Husserl, y El espíritu del Derecho Romano, de R. von Ihering; La evolución creadora, de Henry Bergson.

Estas abreviaturas fueron criticadas demasiado duramente por un intelectual en exceso sofisticado, que hablaba de desvirtuación y de remediavagos. Pero atengámonos a la realidad: para los no especialistas no es fácil encontrar tiempo y humor para meterse entre pecho y espalda todas esas voluminosas obras. También en la cultura son útiles, a veces, las dosificaciones inteligentes.

La Historia fue también una de las disciplinas que cultivó más en sentido divulgador. Se ve que la razón vital, que es razón histórica, le impulsaba a ello, produciéndole una intensa fruición. En el suplemento semanal del España, de Tánger, llevó una página desde la fundación hasta su muerte, que luego continuaría su hija Mary con el pseudónimo de “Yolanda” y que al fallecer ésta continuó una nieta, hasta la desaparición del semanario.

El aspecto divulgador se continúa en la gran capacidad traductora. Nuestro hombre es uno de los traductores más considerables de nuestro siglo, tanto en calidad como en cantidad. Junto con Morente, Pérez Bances, Imaz, Wenceslao Roces... Fue un puntal del equipo de la revista de Occidente que ha sido calificada por algunos, de segunda Escuela de Traductores de Toledo.

Cuando Marías hace la semblanza de García Morente señala que junto a la parvedad de su obra escrita, hay que añadir su muy valiosa obra traductora. Así también nosotros, con Vela.

Vela tradujo abundantemente de los tres idiomas cultos –francés, inglés y alemán– y de toda clase de temas, aunque con predominio de la Filosofía y la Historia.

Del francés tradujo la Historia de la civilización europea, de Guizot; Los cuentos del lunes, de Daudet; Los chuanes, de Balzac; Idealismo y positivismo inglés, de Taine; Tres milenios de Europa, de Rougemont; parte del teatro de Montharlant...

Del inglés, La formación de la Edad Media, de Southern; La biografía de la Física, de Gamow, que no en vano es un modelo de divulgación, y las obras del Scientific American sobre la nueva astronomía, energía atómica y control automático...

Del alemán es su mayor aportación, pues evidente el carácter germánico que ha tenido la Revista de Occidente. A él le debemos las versiones de La Física del núcleo atómico, de Heisenberg; La mujer, de Buytendijk; La teoría de la relatividad, de Lammel; El mundo del hombre primitivo, de Graebner; Lo santo, de Otto; El espíritu del Derecho inglés, de Radbruch...

De la filosofía teutona le debemos la Filosofía de la existencia, de Bolnow; Problemas fundamentales de la Filosofía, de Simmel; el Rousseau y el Kierkegaard –éste precedido de un notable ensayo sobre la descendencia del pensador danés– de Hoffding; El sistema de estética, de Meumann; Origen y meta de la Historia, Balance y perspectiva, de Jaspers. Su última gran empresa traductora fue precisamente la versión de este pensador, con destino a la Biblioteca básica de la Universidad de Puerto Rico, en colaboración con la Revista de Occidente. Durante meses se impuso el deber de traducir varias páginas todas las noches antes de acostarse.

Como éste es un trabajo periodístico no deseo cansar al lector, al que solo he pretendido mostrar un aspecto, lo más variado posible, de su labor. Pero considero interesante que en un estudio más reposado sobre nuestro autor se ficharán todas sus traducciones.

Divulgador, traductor, hoy diríamos también que espléndido recensionador. Muchos de sus artículos son recensiones de libros de la actualidad intelectual. Así, por ejemplo, la que dedica a “Genserico, rey de los vándalos”, o la información del debate literario sobre la poesía pura entre Paul Valery y el abate Bremond, que recoge en “El grano de pimienta”, al igual que “Los fantasmas de París”, y “La muy francesa historia del coñac” y “Mapa real de las fuerzas francesas”, muy jugosos comentarios a la actualidad literaria, gastronómica y militar en el país vecino.

Terminaremos esta rica vertiente de su personalidad señalando su calidad como expositor filosófico, en la que destaca la claridad, denominador común de bastantes de los más destacados discípulos de Ortega. Aquello tan citado, pero no siempre cumplido, de que “la claridad es la cortesía del filósofo” (Vauvenargues) se ha hecho realidad en Morente, Marías, Gaos, Granell... y también en Fernando Vela, que hubiera sido un gran profesor de Filosofía, como podemos atisbar por sus ensayos cortos pero sustanciosos, que nos ha dejado: “Orientaciones de la filosofía actual”, “Antropología filosófica”, estudios sobre Ortega...

Ramón García de Castro