Filosofía en español 
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Cine

Luis Javier Álvarez

¿Un nuevo frente crítico español?

Desde la extinción de las conspicuas revistas de los años sesenta –sobre todo Nuestro Cine y Film Ideal que fueron las que más polarizaron las actitudes críticas– los comentaristas de cine, escritores sobre cine, críticos, o como se les llame, vivían en una especie de magma indiferenciado, publicando ocasionalmente en las revistas más o menos culturales, colaborando cachondamente, con el desparpajo debido, en Nuevo Fotogramas –cuyo contenido podrá ser hedonista pero cuya significación es altamente comercial, inficcionada de intereses que salpican incluso a Belvedere y a Sadko–, o escribiendo folletos para “Anagrama” y similares.

Así las cosas, el pastel de la crítica nacional parece que se lo reparten ahora mismo tres grupos: los progres, los carcas y los francotiradores. Los críticos permanecen unidos dentro de su grupo, no por un programa común o unos intereses que defender en el sector de la producción cinematográfica –excepto excepciones– sino por unas ciertas ideas comunes respecto a lo que es crítica y a lo que es buen cine y a lo que representa el cine ese en la sociedad, y cosas así de vagas.

Con las revistas antedichas, más Cinestudio del inefable y cursilón Pérez Lozano, pasaba algo muy distinto: al ser órganos apoyados implícitamente desde la Administración que mantuvo a García Escudero como director general del ramo, podían permitirse el lujo de aglutinar en cada redacción la gente que tenía esperanza de que su línea, la que cada cual consideraba más beneficiosa, santa y justa para el cine español, triunfara en las altas esferas. En una palabra, cada grupo –socializantes o estetas o católicos– aspiraba a ser admitido en los pasillos del Ministerio como mentor, guru o padre espiritual. Es posible que algunos de esos escribafílmicos pensaran también en atraerse al público –o como dice Marta Hernández, “espectaculotariado”– a sus filas, lo cual hubiera sido una pretensión excesiva por su parte. En el país, los mecanismos de información e influencia difícilmente se pueden canalizar a través de revistas, cuando la gente no lee –y sobre todo no leía– ni Film Ideal ni ninguna otra cosa. Por lo tanto todo quedaba en la gran familia cinéfila.

Ese estado de cosas, cuyo germen fue sin duda el llamado espíritu de Salamanca, según las famosas y politizadas conversaciones del año 1955, quedó barrido definitivamente en el año 1969. En el desarrollo consiguiente del cine español, caprichoso pero no por eso libre, la reorganización de las fuerzas críticas se parece mucho a la de los años cuarenta, cuando Muñoz Suay, el propio García Escudero o Juan Cobos empezaron a escribir de cine en periódicos y nuevas revistas: Índice, Arriba, Ateneo... Mientras no cristalicen nuevas revistas especializadas, hoy, en 1974, viviremos en la dispersión de la crítica por las publicaciones genéricamente culturizantes, Triunfo, Destino, Tele-Expres, Gentlemen, Reseña, Gaceta Ilustrada, &c., o de características originales, como es el caso de esta misma revista, “A. S.”

Lo cual tiene como consecuencia beneficiosa la multiplicación de las cátedras cinélogas, lo que daría pie a tratar con asiduidad y ubicuidad de un tema de tanta importancia política como es el cinematógrafo cuando se piensa que el ocio de la gente es sistemáticamente comprado por las salas oscuras en todos los países industrializados. El cine aparece así como una rama industrial estructuralmente concebida para cubrir y controlar el ocio del trabajador. Y en ese contexto toma su máximo sentido el mote de fábrica de los sueños.

Pero la dispersión de las cátedras ha causado la dispersión de los críticos y esa dispersión, esa falta de referencias comunes –vendrán a decirnos los integrantes del nuevo frente crítico–, colaboran en la vacuidad de la crítica del momento... ¿Cuál es en concreto la composición real o división de fuerzas en la crítica española estos últimos años, digamos desde 1969?

Según la drástica división que habíamos adoptado al principio, críticos carcas serían del tipo Lorenzo López Sancho (el que tuvo el “despiste” de anunciar que El discreto encanto de la burguesía trataba de “un ministro de Francia que se ve obligado a proteger a un embajador, que trafica en drogas, por motivos políticos”). En esta categoría suelen entrar gran parte de los que J. L. Guarner llama pluriempleados, porque ejercen la crítica de cine como relleno o complemento de otras tareas periodísticas, sea Pedro Rodrigo del desaparecido “Madrid” y censor, el propio Pascual Cebollada, etcétera.

Entre los francotiradores hay un batiburrillo en el que podríamos distinguir los críticos del sentido común, al frente de los cuales pondríamos a Alfonso Sánchez; personajes que mantienen unos criterios muy personales, es el caso de Julián Marías; hasta los antiguos redactores de revistas desaparecidas que de vez en cuando retoman los trastos de criticar, como los Vicente Molina-Foix, Augusto M. Torres, García-Dueñas, el concienzudo Miguel Marías y otros que aunando más amplios intereses que los puramente cinematográficos con una metodología desusadamente rigurosa no forman ni grupo, ni “escuela”. En ese apartado entrarían Enrique Braso, Juanjo Cueto, y quizás algunos jesuitas de “Reseña”.

Por fin –y dejando aparte el plantel de eruditos o mitómanos, viejas glorias de Lamet y Martialay, nuevos niños terribles como el Terenci Moix o ese muchacho de criterio seguro y “sana doctrina” que es J. L. Guarner, más los autores de libros Villegas López, Antonio del Amo, Miguel Porter, Gasca, Gubern y varios más de aportaciones desiguales, están los “progres”, que son los que ahora nos interesan porque contra ellos se dirigen principalmente los ataques del que hemos llamado nuevo frente crítico (NFC).

Son los santones de Triunfo, oráculos del lector medio interesado en cine, Fernando Lara y Diego Galán, son Miguel Rubio de “Nuevo Diario”, César Santos Fontela, que multiplica sus colaboraciones y aún tienen tiempo de escribir sobre el musical americano, Jaime Picas, otro tanto y titular en “N. F.” con José María Carreño...

Para Marta Hernández y los hermanos Carlos y David Pérez Merinero, autores de un largo informe en Cambio 16 (n° 113, “Tolerado para censores”) y de todo un folleto en colaboración con Cuadernos para el diálogo (Los Suplementos: “Algunos materiales por derribo”) respectivamente, esa crítica progre, o de la progresía, es el principal culpable, tanto en su versión periódica como especializada, porque “Ambas son intermediarias de un público al que contribuyen a despojar de su instrumental crítico, manteniéndolo en un maniqueísmo cualificado y de incómodo rastreo, y dentro de un estatus bien definido, aunque preferentemente amplio a fin de favorecer la diversificación de la demanda y el crecimiento económico consiguiente”. Grave acusación.

¿Qué otras características presenta el N. F. C.? ¿Pretenderá atraerse a sectores amplios de la crítica francotiradora?

Luis Javier Álvarez