Crónica de cine
San Sebastián 70
por Alfonso Sánchez
El festival de San Sebastián cumple ahora su decimoctava edición. ¡Cuándo uno piensa en tantos filmes por los que se ha batido y ya nadie recuerda! Sucede que en estos diez años últimos abundaron las obras de frontera, importantes sobre todo por lo que avanzaban en su momento el arte cinematográfico. Pero algo queda, porque el cine se beneficia de sus hallazgos. Entramos en una etapa marcada por el nuevo clasicismo. Ningún arte puede eternizarse en la experimentación. El anticonformismo se reducía ya a una etiqueta y había originado su propio conformismo. Los recientes festivales acusaron la fatiga de un cine que se mordía la cola, encerrado en un círculo sin interés. Hasta Glauber Rocha y sus colegas del nuevo cine brasileño se limitan a afinar sus ideas y su estética, como queriendo perfilar del todo los esquemas en que se inserte el cinema del tercer mundo. Es éste el cinema más abierto al futuro, pero todavía se halla más en estado de promesa que de realidades. Los festivales se pelotean los cuatro o cinco títulos que marcan con claridad sus líneas. Fuera de Moustapha Alesadine, Ousmane Sembéne y alguno más sus realizadores aún se hallan en el prólogo de lo que será su cinema futuro.
Se han clausurado los demás movimientos conocidos. El nuevo cine alemán, uno de los más recientes y prometedores, parece haber perdido su fuerza inicial, que ni siquiera el magnífico Alexander Kluge recupera. Lo veíamos en las escasas películas que enviaron a la Quincena de los Realizadores, en Cannes. Los realizadores de los cinemas del Este acusan demasiado los bandazos políticos que sufren sus países. En Cannes veíamos como hasta Vera Chytilova debe encerrarse en la ambigüedad, sin evolucionar tampoco su estética. Los jóvenes franceses, italianos e ingleses han dejado de ser jóvenes. El “free cinema” es tan sólo un recuerdo, sin la menor huella en el presente. Los italianos, lanzados sin pudor por la aventura de lo obsceno, se vieron en la pasada Mostra veneciana negados por todos, desde la crítica hasta la propia dirección del certamen. Los “nuevos” son otra vez Passolini, Visconti y Antonioni. Porque no se ha tardado en descubrir que la “vanguardia” de Carmelo Bene tiene muchos años encima. Y los jóvenes franceses entran por la vía de Lelouch, tan censurado.
En cine, como en todas las artes, la experimentación pasa con rapidez, pues siempre es preciso hacer algo más difícil todavía. La novedad ahora está en el nuevo cinema norteamericano. En la Informativa de San Sebastián –no hay títulos en cantidad suficiente para atender a la competición– se exhibirán MASH, Alice's restaurant y Woodstock, buenas pruebas para conocer este cine y también para comprobar que sus enseñanzas no son exportables. Porque es un cine oportunista, basado en ese mito de la juventud que con tanto fervor siente Norteamérica. En el programa oficial están La balada de Cable Hogue, de Sam Peckinpah, uno de los hombres en mejor forma del actual cinema norteamericano; Too late the hero, de un Robert Aldrich que ha recuperado su antiguo brío, y They shoot horses, don't they?, de Sidney Pollak, películas que eluden el oportunismo, pero muestran el “punch” de un vigoroso cine de autor.
Creo que el programa de San Sebastián representa bien el actual momento cinematográfico. Habrá, sin duda, algunas películas mejores que las elegidas, pero la libertad de selección está condicionada por la competencia de otros festivales –son varios los que se apiñan en las mismas fechas– o porque su estreno en países distintos al suyo las hace incompatibles con el reglamento. Ya en Cannes algunas películas –entre ellas Tristana– fueron eliminadas del concurso. Ha sucedido en San Sebastián con La balada de Cable Hogue, estrenada en París cuando ya había sido seleccionada, sin tiempo para ser sustituida. El certamen de Berlín será clausurado con Borsalino, que es película ya en explotación comercial. Son tiempos difíciles para los festivales, que se limitan a reflejar la situación del momento.
Con esos realizadores norteamericanos están presentes en la competición el húngaro Revesz, el checo Papousek, el francés Claude Chabrol, los italianos Damiano Damiani y Nelo Risi, el brasileño Glauber Rocha, el portugués Antonio da Cunha –revelado en la Semana de la Crítica de Cannes–, Joseph Losey. Vuelve el cine japonés clásico con Hideo Gosha. El soviético está representado por Igor Talankin, un realizador al que recortaron pronto su vocación de originalidad para obligarle al “arte oficial”, que realiza apoyado en “la calidad” con su biografía de Tchaikowsky. Las dudas sobre varias películas francesas de casi idéntico significado se han resuelto con el deseo de dar entrada a la novedad que representa Sex power, del crítico Henry Charpier.
No oculto, por si alguien la ignora, mi condición de miembro del comité de selección. Esta nota no pretende ser una excusa para los errores que sin duda habremos cometido. Pero justo esa condición nos ha hecho ver títulos y más títulos. Y la verdad es que el programa refleja con bastante aproximación el panorama del cine actual. Aunque existen títulos que podrían suplir con ventaja a algunos de los elegidos, eso en poco modificaría la noticia sobre el estado del cine hoy, que por otra parte se ha procurado completar en la Informativa. Si se examina la cartelera de Londres, París, Roma y Nueva York, se verá que el cine, poco más o menos, está así ahora. Y Cannes lo confirmaba.
Ciertamente, hay otros tipos de festival a montar con interés para el profesional y el estudioso del cine. Ya existen. Y por desgracia para el cine sus últimas ediciones no aportaron esas ansiadas soluciones que se ilusionan. ¿Soluciones? Las ofrecen en San Sebastián Sam Peckinpah, Sidney Pollack, Claude Chabrol o Joseph Losey: buen cine. Nunca se inventó una fórmula mejor.