Filosofía en español 
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[ Rodolfo Gil Torres ]

España y el mundo árabe


La frase «mundo árabe» es una de las fórmulas, consignas o lemas geopolíticos nuevos que la guerra ha puesto de moda. Apareció de pronto el nombre del citado mundo en las columnas de la Prensa, cuando pocos sabían el significado de esas palabras recién estrenadas. Y a fuerza de emplearlas, apresuradamente se van convirtiendo en una especie de conjuro o abracadabra. En una mágica combinación de letras, que unas veces equivale al «ábrete, sésamo» del cuento, y otras veces es como una inscripción cuyo alfabeto se ha perdido. Urge separar lo árabe de sus leyendas. Mostrarle en la realidad diaria y viviente. No confundirlo ni identificarlo con otras cosas. Evitar el error de creer que es lo mismo el arabismo y el Islam. Ser árabe significa pertenecer a un pueblo o grupo de pueblos que son o se creen de la misma sangre, y están establecidos en unos territorios bien delimitados en el mapa. En cambio, ser musulmán representa afiliarse a una religión llamada musulmana, que es universalista y no reconoce fronteras. Árabe se nace; musulmán se llega a ser. El arabismo reposa en el sentimiento de una comunidad de tierra, raza y lengua, que son cosas sensibles y materiales. El islamismo tiene por base una metafísica, una moral, un culto ritual y un sentimiento trascendente de la vida. Pueden a veces coincidir en una misma persona las dos cualidades de árabe y musulmán, pero siempre seguirán esas dos cualidades siendo totalmente diferentes en su esencia.

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No por ser lo árabe una cosa material y heredada es también aceptación pasiva. Porque los pueblos no son solamente por el hecho de existir, sino por percibirse a sí mismos como unidad de acción. Los definidores de la idea arábiga dicen que ésta no se caracteriza por lo que ellos han hecho ya en el mundo, sino por lo que tienen que hacer juntos. Creen que su unidad de destino está determinada por la fe que en ella se tenga, y que una convicción previa es garantía de éxito. Piensan que la patria se construye cada día no durmiéndose en la centinela, y que la creencia en la verdad asegura el triunfo de la verdad misma. Están firmemente convencidos de que la existencia de un común espíritu árabe se logrará por la fuerza de su creencia en él. Este espíritu uniforme tiene tres procedimientos políticos de formación. El primero es la «arabidad», que ellos llaman urubah, y consiste en una identificación de sentimientos, deseos y gustos. El segundo es el «arabismo», o solidaridad árabe que, bajo el nombre de gamiat al arabiyyah, expresa el deseo de que la anterior identificación de sentimientos conduzca a una cooperación y ayuda mutua. El tercero, y más lejano, es un afán de llegar algún día a una alianza política; es el vajda al arabiyyah, o sea «panarabismo».

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El mundo árabe va del Atlántico al Índico.  Abarca los países donde la lengua árabe predomina: Marruecos, con 7.444.000 en la zona francesa y unos 850.000 entre los territorios españoles de protección y soberanía; Argelia, 6.247.000; Túnez, 2.335.623; Libia, 745.000; Sahara central, 824.000. En estos países las cifras se refieren sólo a autóctonos, y están excluidos los extranjeros, judíos, &c. Vienen luego Egipto, con unos 15.904.525, y Sudán, con 6.186.529. En la cifra egipcia se incluían sus 189.446 extranjeros; pero como la población aumenta en 150.000 personas por año, y el censo último es de 1937, no es imposible que su población en 1942 sea próxima a los 16.450.000. Los países del lado asiático son: Palestina, con 1.031.000 árabes; Líbano, con 1.119.680; Transjordania, con 430.000; Arabia seudita, con 5.200.000; Siria, con 2.543.209 sedentarios y un número indefinido de nómadas, que algunos calculan en 600.000; Irak, con 3.000.000 de sedentarios y acaso 500.000 nómadas; Yemen, con 2.000.000, y una serie de pequeños principados dispersos por el Sur, y que cálculos dudosos, pero muy usados, hacen subir a 3.500.000. Hay además, en América, un enorme núcleo de emigrados siriolibanenses, que asciende a 1.500.000. Otro núcleo, igualmente numeroso, disperso por el África negra y el Océano Índico. Varias minorías árabes en países ajenos, como Turquía, Persia y la India central. Núcleos de lenguas árabes que viven totalmente separados de la arabidad, como los 258.400 malteses. Y otros núcleos de raza árabe que han perdido la lengua, como los 1.554.000 de Malabar y los 251.938 de Ceylán.

Todos esos árabes lo son siempre de espíritu y casi siempre de lengua, pero su raza no es en todas partes igualmente pura. Muchos de ellos son restos de razas morenas y hamíticas semejantes a la árabe, pero lentamente integradas en ella por una larga y difícil asimilación cultural. Sin embargo, se consideran árabes, alegando las mismas razones y el mismo derecho que incluye indios, negros e hijos de emigrantes de todas clases en la Hispanidad americana. Cada país de la Arabidad cuenta con ejemplares de los distintos modos de ser árabe, que son los siguientes: 1.º «Árabe árabe» (sic), arab ariba, o beduino de raza pura. 2.º «Arabe arabizado», arab mustariba, o residente en ciudades y campos cultivados, donde es posible que haya perdido algunas virtudes del desierto y se haya enlazado por matrimonios con gentes de sangre mezclada. 3.º El «árabe mezclado», arab mujtalat, que es ya francamente mestizo de árabe y turco, árabe y europeo, árabe e indio, &c. 4.º El perteneciente a raza hermana o semejante de la árabe, que vive entre árabes sin serlo, aunque esté unido con ellos y hable su lengua. Tales son el bereber norteafricano, el chi-ita de Irak, el copto egipcio y el negro sudanés, y el caldeo de Alta Siria.

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Ejemplo claro y evidente de que estas gentes, numerosas y variadas, no están trabadas y enlazadas por el musulmanismo es la presencia del numeroso arabismo cristiano. Entre Egipto, Palestina, Líbano, Siria y la emigración americana viven aproximadamente tres millones de cristianos, y de ellos son católicos un treinta por ciento. Y no son recientes convertidos por predicaciones misioneras, sino precisamente el núcleo más antiguo de la cristiandad del mundo. Comenzando con los apóstoles y sus familias y todo el pueblo nazareno. Continuando luego por una enorme masa de fieles que durante varios siglos dio santos al Cielo y grandes nombres a la Iglesia. Debiendo citar entre los primeros a los siete varones apostólicos que evangelizaron el Sur español. Y entre los segundos a los cinco Sumos Pontífices árabes Juan V, Sergio, Sisinius, Constantino y Gregorio III. El Islam hizo disminuir, pero no desaparecer, esta milenaria Iglesia árabe, que subsiste hoy en doble forma, católica y cismática. Componiéndose la católica de los cuatro ritos Maronita, Melkita, Siriaco unido y Latino. Los dos primeros están dirigidos por dos patriarcas, de cada uno de los cuales dependen doce obispos. El tercero tiene al frente un cardenal que es monseñor Tabuni. Y el cuarto está espiritualmente formado por las enseñanzas de la Universidad San José que tienen los jesuitas en Beyrut. Universidad con muchos padres árabes que se han hecho célebres por sus virtudes y sabiduría. Gomo el P. Cheijo, el P. Maaluf, el P. Harfux, el P. Bustani y tantos más.

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Con católicos y musulmanes, con árabes del lado asiático y del lado africano, con arab ariba de filtrada alcurnia y otros de revuelto origen se integra la compleja unidad de la urubah. Y es entre esos núcleos el más curioso, rico, inquieto, culto, dinámico y viviente el de los árabes que residen en América. Especialmente en Argentina, Chile, Cuba, Méjico, Uruguay, Colombia, Honduras, Panamá, Venezuela, Brasil y Estados Unidos. Ellos han sido los que mayor esfuerzo han realizado para sustituir el antiguo y difuso ideal de simpatía religiosa entre los pueblos musulmanes por el ideal más concreto y realista de raza árabe, lengua literal y panarabismo. Ellos son también los que han definido el programa de su mutua cooperación dándole las mismas formas y contenido que el ideal hispanoamericano. Porque están firmemente convencidos de que las naciones de lengua árabe y las de lengua española tienen los mismos problemas que deben resolver de idéntico modo. Y por eso no viven allí como pasivos emigrantes, ajenos a la vida criolla, sino que la ayudan y apoyan la causa española como si de cosa propia se tratase. Utilizando para ello su abundante prensa, que cuenta con noventa publicaciones en árabe y español; llamando siempre a España Madre Patria y proclamándose unidos a los hispanoamericanos gracias a la común tradición árabe y criolla que nace a orillas del Guadalquivir sevillano.

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El ejemplo de los árabes americanos unidos en un solo bloque, que tiene su oficina central en Buenos Aires, es una continua instigación a la unión de los árabes que no emigraron y se quedaron en su viejo solar. Pero no es la principal causa de unidad. Hay muchas superiores, y entre ellas escojo las dos más visibles en cuerpo y espíritu, o sea territorio e idioma. El primero es la coincidencia de los paisajes desde Marruecos a Omán. Por estar todos los países árabes alargados de Oeste a Este, en una serie de paralelos que repiten idénticos campos esteparios, bajo, iguales cielos luminosos, parece lo mismo el mundo que a izquierda y derecha limitan Tánger y Mascate: montañas, estepas y zonas de huertos parecidos se repiten a varios miles de kilómetros de distancia. En todas partes predominan el secano y aparecen los mismos horizontes diáfanos. De vez en cuando interrumpen el predominio del matorral casuales zonas de pedregosas sierras o espléndidas huertas amontonadas y acumuladas: al borde del agua de manantiales y ríos. Este contraste de exuberancia y vacío, de luz violenta en campo pelado y sombra recogida bajo frondas artificiales es lo más característico de todo país árabe, y eso ayuda a que el hombre de la arabidad se encuentre siempre en su casa al vagar de uno a otro extremo de la alargada zona que habita al Sur y al Este del Mediterráneo.

El paisaje crea el sentimiento de lo uniforme, pero el idioma es el instrumento de su Imperio sin cuerpo ni frontera. Los movimientos de masas en zona árabe reposan siempre sobre la base del orgullo por su lengua. Lógico reposo, dadas las altas cualidades del árabe literal, que figura en sitio de honor entre las lenguas clásicas y es generalmente célebre por su sonoridad y riqueza; pero, además de clásico, es viviente, nuevo y usual. No está parado e inerte, agarrado a una bella literatura o conservado por costumbre: ni es ritual y erudito como latín o griego, sino lengua casi de vanguardia por su inquieto movimiento. Hace unos veinte años ha entrado el literal en un período de doble acción, renovadora y expansiva, creciendo en sentido temporal y en sentido espacial. Lo del tiempo o crecimiento profundo es hacer del árabe lengua de único uso, sin que en su zona haga falta otro idioma. Lo del espacio o crecimiento desplegado es que la lengua árabe ocupe y rellene todo el territorio de la arabidad, sin dejar sitio para otra cosa. Para este doble plan se ha añadido al viejo tesoro de palabras una abundante profusión de neologismos para nuevos inventos y nuevas ideas. No adoptan términos grecolatinos, como hacen otros idiomas al incorporarse términos como «autarquía», «geopsiquía», «hidroplano», sino que injertan antiguas raíces en usos nuevos, derivando palabras como tayara (avión), del viejo tairun (pájaro, ave).

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España tiene con este mundo un doble contacto interior y exterior. El primero es de tipo eminentemente cultural. Todos saben que en nuestro país es donde el arabismo literario, filosófico, arquitectónico y artesano ha producido sus mayores maravillas. Y, sin embargo, España no es, ni ha sido nunca, esencialmente árabe. Los estudios de los sabios arabistas españoles demuestran claramente que jamás ha habido en la Península invasión árabe ni emigraciones en masa. El período musulmán que llena nuestra Edad Media produce un falso espejismo de arabismo puro al Sur: pero hoy se sabe que fue la España mora una adopción en masa de la religión musulmana por millones y millones de españoles. Como esa religión la predicaban árabes, se originó la confusión corriente. Ahora es axioma que monumentos esenciales como la Mezquita de Córdoba y la Giralda sevillana se debieron al genio español y a la mano de artífices españoles. Sin embargo, existe la paradoja de que esos edificios árabes hechos por españoles resulten los más árabes de los edificios, y que un viaje por Andalucía resulte equivalente a un viaje por el Líbano y Siria, encontrando prodigiosas coincidencias que no pueden explicarse por el Islam, sino por más viejos contactos, desde el neolítico con esos milenarios fenicios de los que hoy se ha encontrado el origen árabe puro y que constituyen un núcleo selecto del arabismo cristiano actual.

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La relación exterior de España y los árabes es difícil de separar y aislar, dejándola a un lado de la interna. España es el único sitio en que lo árabe está siempre vecino a lo largo de una frontera enorme y flexible que, moviendo sus perfiles y perspectivas, aparece unas veces por África mora, otras por Oriente y muchas –muchísimas– dentro de nosotros mismos, palpitando en nuestros propios pulsos. Solo frases cortas de telegrama permite el espacio para aludir a la expansión española a través de la Arabidad. La primera, una afirmación enérgica de que es Marruecos el museo vivo donde se guardan las formas y aspectos que tuvo la España mora: un último reino de taifas. Por eso exige su esencia nacional de unidad marroquí una absoluta coincidencia de destinos con España. Segunda afirmación es la de que España ya no limita al Sur con el Estrecho, ni aun con ese Marruecos hermano, sino con un bloque espiritual árabe que es medio Mediterráneo. Tercera, la urgente necesidad de incorporar a nuestra vida diaria el gran esfuerzo de los árabes de América, que ven a España como puente entre lo árabe y lo criollo,, como sublime Patria madre de continentes.

Rodolfo Gil Benumeya