Filosofía en español 
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El Archivo General de Indias de Sevilla, Sagrario de la Hispanidad

Fernando Bruner Prieto
C. de la Real Academia de la Historia

El Español

Natural es que cada hombre, cada cosa y cada historia lleve el sello individual de su progenitor, de su autor o de su creador. El arca enorme de las glorias milenarias de España así nos lo confirma en todo linaje de empresas, de hechos y de gestas, dentro y fuera de sus contornos geográficos. ¡Todo tallado en piedra de epopeya! Pero de todas sus glorias pretéritas, ninguna como la efemérides universal del Descubrimiento.

Al Descubrimiento sucedió la conquista de todo un Continente; luego, la colonización, población y evangelización del mismo, Después vino la fundación de ciudades, y con ella la división política, administrativa, eclesiástica y notarial de tan extensos territorios. Al caminar de los años –lentos para otras colonizaciones, pero febriles, vertiginosos para España–, el Consejo Real de las Indias, que residía cerca del Rey, ejercía la suprema jurisdicción, el gobierno temporal y gran parte de lo espiritual en todas las Indias; se crearon dos Reinos o Virreinos, nueve Audiencias-Chancillerías y veintinueve Gobernaciones. Para el gobierno eclesiástico había cuatro Arzobispados, veinticuatro Obispados y una Abadía.

En esa parte del mundo que hoy llamamos América, es decir, en todo lo que se había descubierto y poblado hasta 1574, se habían fundado ya doscientos pueblos de españoles, ciudades y villas, con algunos asientos de minas en forma de pueblos. Con ellos y ciertas granjerías se contaban cerca de treinta y dos mil casas de españoles, de los que unos cuatro mil eran encomenderos y el resto mineros, labradores y soldados. Ocho a nueve mil eran las poblaciones o parcialidades de indios, con un total de millón y medio de tributarios, sin contar sus hijos y mujeres, viejos y solteros, ni los pacificados, ni los que se escondían para no tributar, que de todo había. Ese millón y medio de indios se hallaban distribuidos en unos tres mil setecientos repartimientos del Rey y de particulares. Y aún habría que agregar unos cuarenta mil negros esclavos y gran número de mestizos y mulatos.

Esto era, a grandes rasgos, el movimiento humano que el genio de España regía, administraba y civilizaba, como única rectora, en las Indias Occidentales, en aquellos enormes dominios de Castilla, mucho antes de cumplirse el siglo de su descubrimiento.

Si a esta formidable máquina le añadimos la constitución de Gremios, creación de Universidades y Colegios Mayores, fundación de Ordenes religiosas, incremento comercial, agrícola y de artesanía, movimiento de funcionarios, creación de servicios públicos y nuevos y constantes contingentes de viajeros que a Indias pasaban, nos formaremos una idea, sólo aproximada, del acervo de expedientes, documentos, bulas, papeles y cartas de toda índole que forman la Historia retrospectiva de España en América.

Pues bien: este tesoro inapreciable se guarda y se conserva incólume en el Archivo General de Indias, de Sevilla, árbol genealógico del Nuevo Mundo, depósito único, que ha sido posible para España, pero imposible para ningún otro país.

Él constituye la historia gloriosa de los descubrimientos hispanos, de sus atrevidas empresas y de todos aquellos preciosos antecedentes y datos fidedignos acerca de la vida de relación histórica, espiritual, política y administrativa de la metrópoli con esas pujantes naciones que hoy ocupan la enorme superficie geográfica de América.

No cabría en los escasos límites de este artículo historiar el Archivo General de Indias, de Sevilla, en el complicado y heterogéneo contenido de sus fondos, organización, catalogación, distribución por estantes y anaqueles y manejo de los mismos; como tampoco la reglamentación y severísima disciplina de la casa y la fabrica del clásico edificio.

Don Cristóbal Bermúdez Plata, actual director del Archivo, ha publicado –bajo los auspicios del Consejo de la Hispanidad– una erudita y documentada monografía intitulada La Casa de la Contratación, la Casa Lonja y el Archivo General de Indias, que ha venido a rectificar errores e inexactitudes debidos a falta de mejores fuentes históricas, y en la que él fija el fin, relaciones y diferencias de esos “tres famosos Centros que tan eficazmente influyeron en el pasado glorioso de Sevilla”. El Sr. Bermúdez Plata, con su máxima autoridad, describe sintéticamente el famoso Archivo de Indias, que él rige con acierto singular; nos enseña el origen vario de los fondos que lo nutren y los tesoros artísticos, manuscritos y bibliográficos que alberga, todo esto avalado por numerosos datos históricos y bibliografía de autores que del mismo Archivo se han ocupado.

Sin embargo, aunque someramente sea, diremos algo sobre el origen de los manuscritos que en él se custodian y cómo pasó a ser Sevilla –denominadora común de la Hispanidad– la guardadora de tan trascendente contenido histórico.

Disposiciones del césar Carlos V, por Real cédula de 1544, y de Felipe II, después, nos hacen ver el afán de los monarcas para que los papeles de Indias pasen al Archivo de Simancas, como así los de la Secretaría de Gabriel de Zayas. Porque, excepción hecha de los de la Casa de Contratación de Cádiz y del Consulado de Sevilla y algunos más, puede decirse que la tosca y famosa Fortaleza se fue nutriendo de papeles de Indias con remesas sucesivas, que continuaron entre los años de 1582 a 1718.

En 1778 se determina la ordenación de todos los documentos indianos allí existentes, y se comisiona para este fin a D. Juan Echeverría y a D. Francisco Solórzano, auxiliados por D. Manuel de Ayala y Rosales, archivero de Simancas (descendiente de ese gran Diego de Ayala, secretario de Estado), para el mejor y más seguro éxito de la ordenación e importancia del servicio.

Fue a Carlos III, el monarca de las grandes empresas nacionales y ultramarinas, a quien se debe la portentosa idea de formar con los legajos de Indias que había en Simancas y en otros Centros un Archivo General, en edificio separado, suntuoso y adecuado, y nombró a D. Fernando Martínez Huete, docto y competente, para que, trasladándose a Sevilla y Cádiz, inspeccionase los archivos y establecimientos públicos con el fin de tomar noticias de cuantos documentos existiesen pertenecientes a América, con el expreso encargo de ver si la Casa Lonja de Sevilla, a la sazón sin uso alguno importante, reunía condiciones para establecer en ella un Archivo General de Indias.

Dificultades varias remitieron un tiempo la resolución real, que luego quedó plasmada en un decreto de Floridablanca, de noviembre de 1781, dando las precisas instrucciones para trasladar desde Simancas a la Casa Lonja de Sevilla todos los papeles de Indias que allí se custodiaban y que estaban reconocidos e inventariados como tales.

Las vicisitudes naturales ocurridas desde entonces, hasta avanzado el siglo XIX, fueron muchas para la adaptación del grandioso palacio herreriano: construcción de la monumental escalera principal, de mármol policromo, obra del arquitecto Cintora, ordenada por Carlos III; solerías y zócalos de mármol blanca, azul y rojo, traídos de las canteras de Málaga; instalación de maravillosas estanterías talladas con maderas de cedro y de caoba, venidas exprofeso de Cuba, &c.

Después, durante los siglos XIX y XX, el Archivo ha ido enriqueciéndose con nuevos fondos procedentes de diversos Centros del Estado, más los venidos de La Habana en 1889, y, por último, en 1930, la aportación valiosísima del archivo del Duque de Veragua, adquirido por el Estado en un millón doscientas mil pesetas.

Más tarde, en época reciente, el Archivo ha ido modernizándose con nuevas obras e instalaciones de estanterías metálicas, artísticas carpetas que guardan unos treinta mil legajos, vitrinas-estantes y muebles especiales para la colocación de mapas y planos, calefacción, &c., que hacen del Archivo de Indias, de Sevilla, el más suntuoso y rico de los establecimientos de esta índole del mundo.

Los 35.797 legajos, que suponen unos cuatro millones de documentos, agrupados en catorce secciones, son la mejor protesta, la más fuerte defensa y poderosa ofensiva contra esa mal cacareada e injuriosa “leyenda negra”, que pasó para no volver. Y también el más formidable alegato en favor de España, porque el Archivo General de Indias es más que un rico depósito de documentos históricos: es el sagrario de la Hispanidad, adonde todos, españoles e hispanoamericanos, debiéramos ir en comunión espiritual y material para aportar nuestro grano de semilla ubérrima y ayudar a la rectificación de la historia de España en América.

Complemento del Archivo es su rica Biblioteca especializada, que pasa de los cinco mil volúmenes, todos catalogados, y que constituye un valioso instrumento de consulta histórica y bibliográfica para los estudiosos e investigadores.

Como nota de arte, entre otras, evoquemos el famoso retablo de “La Virgen de los Mareantes”, bellísima pintura de Alejo Fernández, que perteneció a la Casa de la Contratación y que preside el Archivo desde el despacho del director. La Madre de Dios –que siempre se nos antojó en esta tabla el simbolismo de la madre España– cobija amorosamente bajo su manto a un grupo de indios, y entre otros personajes, al Rey Católico, Colón, D. Juan Fonseca y algunos pilotos. Así, amorosamente, la gran madre educadora y cristianizadora de América, de nuestra gran familia de naciones, dio ejemplo de protección y de sublime amor humano, sin sombra de odios étnicos, sin la codicia exterminadora de que tan feroces ejemplos han dado otros pueblos que pretendieron superarla en cultura o en caridad cristiana.

Más cosas cabría decir de este riquísimo depósito que abarca la inmensidad de nuestro pasado americano, de esa magna epopeya que duró tres siglos,

Pero nada habríamos dicho si nos limitáramos a contar de su edificio, de renombre mundial, o a reseñar, con cifras que al profano le parecerán exageradas, los cientos de miles de documentos allí archivados, o bien a transcribir la bula de Alejandro VI promulgada para delimitar geográficamente las zonas portuguesa y española en la ruta de las Indias, que allí se guarda, o la carta del Almirante a su hijo Diego… Porque el Archivo de Indias, de Sevilla, no es sólo un arsenal de papeles para ser contemplados como curiosidad de museo, ni su personal de archiveros meros guardianes o custodios de los mismos.

El Archivo de Indias tiene una finalidad que cumplir, científica y práctica a la vez, y la cumple ambiciosamente, prácticamente. Para que esa pléyade de sabios y estudiosos de ambos mundos que por allí pasaron hayan podido cumplir su misión investigatoria y publicado sus obras, han ido antes de avanzada los funcionarios del Archivo en una labor ingente, ardua, continua y ordenada.

El actual director, Sr. Bermúdez Plata, es el primer investigador, el primer estudioso. Eficazmente secundado por los celosos archiveros Sres. De la Peña, Cámara, Jiménez Placer, Srtas. Herráez y Carmen Villanueva y D. Antonio Matilla, ha dado ya a la publicidad el primer volumen del “Catálogo de Pasajeros a Indias”, con copiosos índices onomásticos, geográficos y de maestres de naos, que va de los años 1509 a 1534. Dentro de breves días aparecerá el volumen segundo, que abarca los años de 1535 a 1538, inclusive. Esta obra monumental, que podrá constar de setenta o más volúmenes, se publica bajo los auspicios económicos del Instituto “Gonzalo Fernández de Oviedo” del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y es una de las vehementes aspiraciones del director del Archivo.

Otras actividades de utilidad pública realiza el personal del Archivo: la catalogación de los artículos de su valiosa colección de revistas y su colaboración asidua en los Anales de la Universidad, publicando las papeletas de los documentos que forman la Sección 9ª (Papeles del Estado), avaladas con índices que vienen a ser nuevos catálogos.

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En este ambiente austero y silencioso del Archivo de Indias es donde se requiere la presencia de las juventudes estudiosas de España e Hispanoamérica, para que, a través de sus viejos legajos –siempre jóvenes–, haga una trascendente tarea de hispanidad. Vivimos una hora decisiva, “siéntense sordos ímpetus en la entraña del mundo”, dijo el vaticinio profético de Rubén. Apretémonos, pues; unámonos todos los que formamos esa cadena, de simpatías conmovedora que nos unen en haz de sensibilidad única a ciento veinte millones de hombres que nos entendemos en un mismo verbo y rezamos a un mismo Dios. Ningún medio más eficaz que la mano de la Historia para rectificarla, al lado de la verdad, que está allí, diáfana y serena, en el Archivo de Indias, árbol genealógico del Nuevo Mundo, sagrario de la Hispanidad.