Filosofía en español 
Filosofía en español


Aventura del Pensamiento

El espejo de Husserl{1}

Por Alfonso Reyes

—Yo –me dijo– soy filosofófilo, porque amo la filosofía. El conocimiento en sí no me interesa: ya superé esa infancia de la abstracción. Sólo me conmueve lo que sobre el conocimiento se piensa. ¿Entiende usted? Estoy en el secreto, estoy ya detrás del telón, entre bambalinas. Todo eso que se representa está bien para los que pagan por entrar. No para mí que, amén de entrar gratis por la puerta de los artistas, tampoco tengo obligación de comparecer ante el público disfrazado de mis propios recursos, y ni engaño a los espectadores ni a mí mismo.

—¿Nueva Paradoja del Comediante?

—Del comediante de La comedia de los errores. El artista es uno con los errores que crea. Yo, como no los comparto, soy aparte y puedo amar los errores. Son mi deleite y yo soy su enamorado perdido. No les pido cuentas y he descubierto que se amalgaman solos con esa otra representación que llaman verdad.

—Filofilosófico estáis. Eso me parece muy profundo.

—Al contrario: superficialidad pura, apariencia a la que no se le piden impúdicas confesiones. Respeto sumo al mandamiento que dicta lavar en casa la ropa sucia. Allá se las arregle, de puertas adentro y de escaleras abajo, la cosa en sí. Yo me quedo con el fenómeno. Superficie: fenomenología.

—En fin: otra manera de entusiasmo, una mística de los ojos.

—¿Entusiasmo? –me replicó Teodoro Malio con visible conmiseración–. ¿Y quién dijo que la fenomenología no me parece también ridícula? Digo que me caso con ella, pero no que creo en ella.

—Entonces, oh fenomenófilo ¿a qué se atiene usted?

—Pero, hombre de mis pecados ¿quién dijo que para vivir hace falta tomarse en serio? Tomarse en serio es ya un síntoma de fatiga nerviosa, de “surmenage”. ¡Al campo con ello, al sol y al aire! Amo la fenomenología, pero me burlo de ella en el fondo, o mejor en la superficie, lo único que ella me descubre. La fenomenología, amigo mío, no es más que la filosofía del remilgo, y está toda en estos dos versos de Espronceda:

Y si, lector, dijeres ser comento,
como me lo contaron te lo cuento.

Nace del temor de comprometerse o de cogerse los dedos en la puerta, como suele decirse. Nace del miedo de presentar a la realidad cargos concretos, de hacerle acusaciones definidas. Husserl se vuelve todo aspavientos y exclama constantemente: –“Cuidado, que yo en esto no entro ni salgo. Atención, que yo no he dicho cosa que luego me echen a la cara. Cautela, que yo no afirmo ni niego la existencia. Como que la pongo entre paréntesis para mejor ocasión. Digo que aparece, no que sea; y cómo aparece, no cómo sea. Yo no quiero discusiones con Dios”.

—Nuevo Condenado por desconfiado

—Bien está: llámenme como quieran. Péguenme y páguenme. jViva el fenómeno y abajo todo lo que existe!

Traten otros de la esencia
del mundo y sus aporías,
mientras esencian mis días
fenómeno y apariencia.

Y yo:

—Me importa tener paciencia,
si hasta de mí desconfías:
tus fenomenologías
me roban, en su inclemencia,
el mendrugo de conciencia
que me pegaba al vivir.
Si mi “cogito” ha de ir
al rincón de la basura,
tú eres zenit en hartura,
yo no soy más que nadir.

No soy nadie, filósofo energúmeno.
Sólo tú existes en tu solipsismo,
puesto que a mí no me niegas el noúmeno
para hacerme apariencia de ti mismo.

—Bien rimado, pero mal pensado –observó Teodoro–, porque yo no le niego a usted nada, así como tampoco afirmo nada de usted, en cuanto a su noúmeno. Yo digo que es usted una aparición de la que nada puedo saber en profundidad, y cuya superficie me ofrece planos convenientes para que reboten mis ideas. Además que, si creo a Husserl, no estoy solo entre los engaños y cabe la comunicación de las almas.

La mónada es el secreto
para esta comunión.
—¿Y aquí hay mónadas en reto?
—No: en dulce conversación.

Y esta conversación, esto que se llama el cambio de ideas, permite a Husserl aliviarme de mi solipsismo. ¿Ahora entiende usted por qué paso aquí mis veladas?

Y sin hacer caso del gruñido con que le contesté, siguió diciendo, ya como si hablara para su solipsismo:

—Mi maestro dice: “Así como el yo reducido (o desengañado) no es un trozo del mundo (por lo cual yo no me cojo los dedos en la puerta), de igual manera, ni el mundo (la comedia de los errores), ni ningún objeto del mundo (o sea usted) es un trozo de mi yo”. De la comedia yo sólo conozco la “representación”. iQué buena palabra de los filósofos! De usted yo sólo sé que lo veo. Porque el positivista decía: “Aquí hay un hombre”. El psicólogo: “Veo un hombre donde hay algo”. Y mi maestro y yo nos limitamos a decir: “Veo un hombre”. Lo que usted sea, amigo mío, eso es Res inter alios acta que a mí no me liga por contrato. Detrás de la cógnita de Kant había una incógnita, que luego resultó ser la razón práctica. Detrás de la representación o ejecución teatral de Schopenhauer, andaba la voluntad, director de escena, haciendo de las suyas. Comte pagó su asiento, vio la comedia y se quedó convencido de que había asistido a la realidad. Por cierto que le gustó mucho. Mi maestro y yo…

—Entendido: entre la trascendencia de signo menos y la trascendencia de signo más, su maestro y usted se quedan en la neutralidad del cero inmanente.

—¡Por favor! Nada de símiles matemáticos, que por ahí empezó el pleito con Descartes.

—¿Y no teme usted que el diablo los engañe y que, de tanto amarla, la apariencia se les vuelva a ustedes la única realidad, llevándolos hasta el idealismo absoluto definido por el poeta Díaz Mirón?

—¿Definido por quién?

—Por Díaz Mirón, Teodoro. A mí no me cita usted más nombres alemanes. Díaz Mirón dice en su Epístola jocoseria:

Pese a ti, lo real no anda fuera,
sino en sellos del alma…

Y a mí esta fórmula me basta y me sirve más que un tartamudeo en tres volúmenes. Pero conteste usted a mi pregunta.

Teodoro Malio reflexionó:

—Mire usted. Mi maestro y yo no hemos acabado nuestra obra. No queremos aún decidir nada. Los idealistas absolutos, si se empeñan, que se autoricen de nosotros. Mi maestro y yo, por lo pronto...

Y yo, que empezaba ya a fatigarme, le interrumpí entonces:

—Voy a ofrecerle otro símil. Vuélvase usted hacia ese espejo. Contémplelo atentamente. ¿Qué ve usted?

—Veo –me contestó– una sala, una puerta, una ventana, unos muebles, unos libros, un señor de aspecto insignificante que suele habitar esta sala…

—¿Está usted seguro de que ve todo eso? –pregunté con voz intencionada.

—Tiene usted razón: ya sé a dónde quiere llevarme –repuso con reproche–. Pero a mi maestro y a mí no se nos pesca desprevenidos. No veo todo eso, no. Veo la imagen, el reflejo de todo eso, nada más.

—¿Y reconoce usted que ese reflejo es reflejo de algo?

—Ni afirmo, ni niego. Bien puede ser, bien puede no ser. ¿Cómo puedo saberlo, si estoy de cara al espejo y, por hipótesis, no puedo volverme?

—Es inútil –dije con despecho–. Los fenomenólogos estáis avezados a sacarle el bulto a los cuernos de la realidad.

—Ha querido usted darme un símil, y lo he aceptado. Creo que, con la parábola del hombre clavado frente al espejo, hemos definido entre los dos mejor que nadie la filosofía del remilgo.

—Pues noramala váyase usted, que ya son las dos de la mañana.

Pero contra lo que yo esperaba, se fue por la puerta y no, como Alicia, por el espejo.

Alfonso Reyes

——

{1} Edmundo Husserl. Meditaciones cartesianas. Prólogo y traducción de José Gaos. El Colegio de México. 1942.