Nuestro Tiempo
La Conferencia de Río de Janeiro
Boceto preliminar
Por Manuel J. Sierra
La Conferencia de Río, la batalla de Río, marca por múltiples razones una época en la historia del Panamericanismo.
Es la primera Conferencia que se efectúa encontrándose un Estado miembro de la Unión Panamericana en guerra con una potencia no americana; se adoptan, en consecuencia, por primera vez, medidas de carácter bélico de inmediata aplicación y se pone a prueba ante un hecho positivo la eficacia de los principios de unión y solidaridad continental leitmotiv del espíritu americano desde que nuestras Repúblicas surgieron a la vida independiente.
Después del Congreso de Panamá que acordó para la defensa continental la formación de una doble flota, al mando el escuadrón del Atlántico de una comisión compuesta de tres miembros, la retórica de los oficiantes del Panamericanismo se había confinado a enredar sus tropicales guías en las columnas que sostienen el templo de la paz y quemado su incienso al Dios de la Justicia; místico recogimiento que no volvieron ya a perturbar las preocupaciones de orden bélico.
La Quinta Conferencia Panamericana que debió haberse celebrado el año de 1914, fue aplazada por la guerra europea hasta el año de 1923 y en ella ignorando la gran y reciente catástrofe se volvió a reanudar el himno a la paz y a la justicia como si nada hubiera acaecido.
En realidad fue un mexicano, González Roa, quien propuso una resolución que fue aprobada condenando la guerra de agresión como un crimen de lesa humanidad, persuadido tal vez de que el Tratado de Versalles no era propiamente sino un armisticio que mantendría una situación precaria y que el combate tendría que reanudarse con más furia una vez cicatrizadas las heridas, reparadas las fuerzas y perfeccionados los sistemas de destrucción y muerte.
En la Octava Conferencia de Lima se resolvió crear un instrumento: la consulta para atacar en los casos de emergencia los problemas relacionados con la seguridad del Continente, evitando así las dilaciones del funcionamiento de la complicada maquinaria de las Conferencias Panamericanas.
Se imaginan muy profundas y graves las preocupaciones de los Estados Unidos en el orden internacional, para decidirlos a apartarse por primera vez de su actitud secular de aislamiento y admitir y aun solicitar la colaboración del resto del Continente, celebrando convenios de cooperación militar.
Cuán diferentes fueron sin duda las instrucciones de que era portador Summer Welles al emprender el vuelo hacia Río de Janeiro, de las aprobadas por el Senado Americano el año de 1825 y comunicadas a los ciudadanos Sargeant y Anderson, cuando en un bergantín que recortaba su graciosa silueta sobre el azul Caribe, se dirigían lentamente al Congreso de Panamá, debiendo obedecer la consigna categórica de no intervenir durante la memorable Junta en los asuntos de carácter político o militar que llegaran a ser abordados.
En la cima de la Conferencia de Río de Janeiro aparece la moción de México, Colombia y Venezuela, proponiendo la ruptura de relaciones diplomáticas con los países del Eje por parte de aquellos que no lo habían hecho aún. La medida requería la adhesión de Brasil, Argentina, Chile, Perú, Bolivia y Paraguay y provoco una lucha que duró toda la Conferencia. Las noticias de Río sobre este palpitante asunto disputaban a las de la guerra misma los grandes encabezados de los periódicos. Toda clase de medios fueron empleados por la mayoría para quebrantar la resistencia y conquistar el apoyo de los más recalcitrantes Argentina y Chile, logrando a la postre solamente un compromiso ad referéndum que los dejaba en libertad de romper sus relaciones con los países del Eje. Brasil, al fin fiel a su tradicional política de amistad hacia los Estados Unidos en la sesión de clausura anuncio la ruptura y Chile con motivo del cambio de Gobierno prometió hacerlo, quedando sola e inconmovible la República Argentina. La actitud de la Argentina tiene numerosos antecedentes que remontan hasta el Congreso de Panamá, pues la idea de Bolívar de formar una Confederación Continental no sólo no tiene eco sino que es recibida en la Argentina con verdadera hostilidad.
El espíritu que animó a la Conferencia fue no solo el de buscar los medios mas expeditos para la defensa del Continente, sino para coadyuvar al triunfo de la causa que los Estados Unidos defienden. Una serie de medidas de carácter político fueron recomendadas con el fin de contrarrestar y suprimir la labor de ayuda ostensible o clandestina, esta ultima principalmente (espionaje, sabotaje, &c.), en favor de los países en guerra contra Estados Unidos, estableciendo procedimientos de coordinación para buscar una eficaz vigilancia por parte de los Gobiernos de América cerca de tales actividades.
La labor menos aparente aunque de resultados más trascendentales, fue la desarrollada por la Comisión de Asuntos Económicos presidida por el Secretario de Relaciones de México. Esta Comisión se enfrentó por medio de una serie de recomendaciones con los problemas de incremento de la producción y absorción de los excedentes, con el esencial del que depende la paz orgánica del Continente de mantener altos salarios en América protegiendo a nuestros trabajadores contra la competencia de los bajos salarios coloniales. La movilización de materias primas y productos industriales para su distribución equitativa y conveniente entre las naciones del Continente, y asentar sobre bases sólidas la economía de las repúblicas americanas.
Aprovechando las lecciones de la experiencia, se sugieren todo género de medidas para aligerar las transacciones comerciales estranguladas en la actualidad por un conjunto casi caótico de reglas, registros, restricciones, &c.
Como un complemento necesario, la Conferencia se refirió a facilidades de crédito y comunicaciones, así como para evitar el desplazamiento de los productos naturales por sustitutos sintéticos y por último, como una medida de guerra efectiva, a la interrupción de todo intercambio comercial y financiero con los países del Eje.
En el orden militar, por obvias razones, se aprobó solamente una reunión de técnicos militares y navales en Washington para estudiar y decidir sobre las medidas de defensa común en el Continente.
De manera incidental se trato en la Conferencia sobre el estudio de los problemas jurídicos creados por la guerra y el desarrollo y coordinación del Derecho Internacional cuya aplicación –por no decir que todos sus principios han sido violados– se encuentra en este momento en suspenso.
Los puntos tratados en la Conferencia de Río, según la relación anterior, merecen por su posible repercusión un análisis profundo. En realidad no se hizo sino señalar el camino a seguir. Su éxito dependerá esencialmente de la forma en que se dé oportuno y rápido cumplimiento a las diferentes recomendaciones aprobadas. Una serie de convenios y arreglos deberán concertarse tanto en el orden militar como en el económico y político; obra principalmente de técnicos que dentro de un conocimiento real de las condiciones de cada país, haga viables dichas resoluciones para que puedan obtenerse los resultados que de las mismas se esperan.
Constituyó la espina de la Conferencia la actitud de la Argentina a quien no le fue dable sacrificar sus imprecisas inclinaciones políticas a la gran causa de la solidaridad continental como lo había realizado en Conferencias anteriores. No es posible negar que algunos países sudamericanos –y Argentina es uno de ellos– sufren influencias de atracción muy poderosas hacia determinados países europeos, por razones de orden económico y espiritual y por el volumen de su inmigración que en forma decisiva ha contribuido al progreso del país; intereses que a pesar de su magnitud no debían imperar, sin embargo, sobre el más alto propósito de unión y ayuda recíprocas entre todas las Repúblicas Americanas.
Queda, por tanto, pendiente una fraternal, noble y levantada tarea de persuasión hacia ese gran país cuya importancia material y espiritual en el concierto americano nadie puede desconocer. La partida no debe ser abandonada, tanto más cuanto que el pensamiento argentino, según se manifestó en la Octava Conferencia celebrada en Lima, fue expresado por su Secretario de Relaciones, en esta inequívoca y brillante manera:
La solidaridad americana, señores, es un hecho que nadie pone ni puede poner en duda. Todos y cada uno de nosotros estamos dispuestos a sostener y aprobar esa solidaridad frente a cualquier peligro que, venga de donde viniere, amenazara la independencia o la soberana de cualquier Estado de esta parte del mundo. No necesitamos para ello de pactos especiales. El pacto está ya en nuestra historia. Actuaríamos con un solo e idéntico impulso, borradas las fronteras y con una sola bandera para todos, la de la libertad y la justicia.
“No es solamente el pedazo de tierra el que, llegado el caso, defenderíamos en sagrada unión todos nosotros. Estamos resueltos a rechazar con el mismo tesón, ya por medio de medidas concordantes, de carácter preventivo, ya por una acción directa combinada, todo lo que implique una amenaza para el orden americano, toda intromisión de hombres o de ideas que reflejen y tiendan a implantar en nuestro suelo y en nuestros espíritus conceptos ajenos a nuestra idiosincrasia, ideales en pugna con los nuestros, regímenes atentatorios de nuestras libertades, teorías disolventes de la paz social y moral de nuestros pueblos, fanatismos o fetichismos políticos que no pueden prosperar bajo el cielo de América. Como representante de una patria que, con ser liberal y hospitalaria, no ha dejado nunca de ser argentina, tengo el derecho de hacer estas afirmaciones y las hago con más fuerza que nunca en estos tiempos en que la idea de justicia aparece como la idea litigiosa por excelencia.”