Alférez
Madrid, enero de 1949
Año II, números 23 y 24
[página 8]

América tal como la vemos

Acaso estemos equivocados nosotros, hombres del viejo Mundo; pero América, tal como la vemos, no es nada sencillo. Y casi es más difícil decir lo que no es que lo que es.

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América es el Indio. Pero América no es sólo el Indio. Y, además, el Indio es cosa muy complicada.

La raza. ¡Ah! ¿Pero hay una raza? ¿No son más bien muchas –10 ó 12– y sobre cuya procedencia y relaciones mutuas aún queda mucho por decir? La raza es ya de por sí, y antes que nada, un puñado de dificultades. Cierto que en los últimos años se ha adelantado, y cada día se adelanta más, en su conocimiento. Pero cada día nos damos también más cuenta del tamaño y variedad de los problemas. Bien el «Indio» –aun antes de todo mestizaje– es ya una selva confusa de problemas en cuanto raza o razas. ¿Y en cuanto a cultura? En cuanto a cultura, más aún. La prueba es que no hay ningún terreno –digo ninguno– en que para explicar los hechos se acuda con tanta frecuencia a hipótesis audaces y a veces –muchas, ¡ay!– a la pura fantasía o al vil camelo. No, tampoco es nada fácil saber, en serio, lo que el Indio, aun antes de toda hispanización, anglización, europeización o «yanquización», pueda ser. También esto es problema.

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América es el Blanco. Pero América no es sólo el Blanco. Y además el Blanco de América es mucho más complicado aún –aunque a veces se diga otra cosa– que el de Europa y Asia anterior (porque ya no es sólo el de Europa, porque ahí están árabes, «turcos», o como queramos, todos esos otros). Pues, en efecto, ya la primera oleada de Blancos –prescindamos de los inoperantes y problemáticos Vikingos– fue algo muy compuesto. Las naciones europeas de entonces –la España-Portugal que fue a casi todo el Continente y a las Islas, la Francia que fue luego al Canadá, a la Luisiana, a las Antillas y Guayana, la breve Holanda que fundó Nuevo Amsterdam y tomó tierra en Curaçao, la Inglaterra-Escocia-Irlanda que fundó los 13 Estados iniciales, &c.– eran ya algo muy compuesto. Baste para España pensar en los factores mudéjares, por no complicar más las cosas. Esto en cuanto a Cultura, porque en cuanto a raza la cosa es peor aún.

Y luego hubo la segunda oleada. La emigración del XIX con sus desplazamientos del centro de gravedad racial y cultural (el andaluz-extremeño por el gallego-vasco, por ejemplo, la italianización en masa del Río de la Plata, &c.) y más tarde el judío y el eslavo, y al final el «turco». Por no hablar de la modificación sufrida por el Blanco –aún sin mestizaje– en el nuevo espacio. Si el Blanco de América no es más sencillo que el Indio, en raza, tampoco –a ver las cosas con detalle– en Cultura. Ni siquiera en su raíz –aunque luego se hayan simplificado, estandarizado o sincretizado bastante las cosas– en lengua. Salvo en la resultante lingüística, es aún más complicado que el Indio. Y eso, repito, sin hablar aún de mestizaje.

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América es, al menos en parte, el Negro. No hace mucho que se ha empezado a estudiar esto en serio y ya nos estamos asombrando de que tampoco el Negro es tan sencillo. Problemas de no menor complejidad que en cuanto al Indio o al Blanco. Pero además es que el Negro ha dejado huellas en la cultura, donde ya no quedan apenas en la sangre. Y en parte se ha «rebarbarizado» al liberarse y, en parte, se ha indianizado culturalmente (aun fuera de todo cruce de sangre). América no es sólo el Negro. Pero es mucho más el Negro de cuanto podría figurarse y además este Negro es –¡ay!– tan difícil como el Blanco y el Indio.

(Y América es ya también, en ciertas regiones, el Asiático, el Chinojaponés o incluso ¡esa Isla de Trinidad! el Indio oriental. Lo que complica aún más las cosas.)

América es, pues, el archicomplicado Indio y el supercomplicado Blanco y el ultra complicado Negro. Y pinceladas asiáticas. Pero no es sólo eso. ¿Qué es, pues, América? Tampoco, sin más, el cruce de todo eso. El «mestizo» que además, claro, multiplica la complicación –en raza, lengua, cultura– hasta lo imposible.

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Ahí vienen los optimistas y dicen: Es la tierra del Porvenir. La forjadora de la Raza Cósmica, &c., &c.

Ahí vienen los pesimistas y dicen: Razas y culturas tan dispares no pueden fundirse sin engendrar monstruos. O acaso sólo pueden convivir a base de oprimirse, vigilarse, explotarse, recelar unas de otras. América será sólo un eco rezagado y ampliado de Eurasia o será el caos.

Frente a todo esto, nosotros, demasiado viejos para ser, sin más optimistas (sobre todo dada la necia vaciedad de muchas de las razones del bobo optimismo oficial de ahora. Parece como si una victoria militar sobre cierta especie de racismo –no sólo sobre «cierta especie»– disminuyese en lo más mínimo la gravedad real de los problemas raciales) y demasiado animosos para ser, sin más, pesimistas, daremos esta sencilla y no menos animosa respuesta: América, ante todo, aun en los países que hoy parecen más «logrados», es algo que hay que hacer. Es, pues, un quehacer. Y ¿qué sino el quehacer justifica la vida humana? América es, por de pronto, el quehacer que los grupos históricamente activos y despiertos (que son siempre y más aún en un mundo joven MINORÍAS) tiene ante sí. Un gigantesco quehacer que, como todo lo humano, puede salir mal, o bien. Pero que justifica el esfuerzo heroico de esas minorías y la secuacidad entusiasta o disciplinada (y mejor entusiasta y disciplinada) de esas masas. Minorías que pueden salir de todas partes –del Indio, del Blanco, del Negro y de todos los cruces posibles entre ellos–, pero no de todas igual ni por igual. Y masas que han de ser todos: el Indio, el Blanco, el Negro y todos sus cruces posibles.

Carlos Alonso del Real


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