Alférez
Madrid, enero de 1949
Año II, números 23 y 24
[páginas 2-3]

Milicia universitaria

La Milicia Universitaria es ya una experiencia colectiva de la actual juventud española. Por eso va llegando la hora de traducir en juicio común las diversas opiniones que sobre ella tienen los millares de españoles afectados de uno u otro modo por este singular sistema que los universitarios, tenemos de cumplir nuestros deberes militares para con la Patria. En el camino hacia la elaboración de este juicio voy a tratar de exponer algunas opiniones sobre lo que creo significa para nosotros este trance y sobre la postura que ante él debernos adoptar, dejando para nuestros superiores militares el correspondiente juicio desde el punto de vista militar.

La absurda renuncia a la guerra explicitada en la Constitución de la segunda República era el eco de un estado de ánimo común a las promociones universitarias españolas de la Monarquía liberal. Aquella frase presuponía una amarga y cansada renuncia al cuartel. Nunca fue el temperamento español muy apto para la sujeción a una disciplina rigurosa, y en aquellos momentos mucho menos, pues que tal disciplina carecía de sentido a los ojos de los estudiantes, en parte por defecto del sujeto observante, y en parte por la carencia de altura histórica de una etapa borrosa y cansada. El expediente de los soldados de cuota era una irritante prueba de injusticia social reflejada en el recinto de la vida castrense que exasperaba a los más generosos por su manifiesto desequilibrio, y proporcionaba a los demás la posibilidad de caer en simonía nacional a cuenta de los caudales paternos. Es evidente que la política republicana no hizo en este terreno sino afianzar tal proceso de descomposición, destruir en lo posible el Ejército, desnacionalizar el espíritu de la tropa y desbaratar los cuadros de mando mediante la separación de quienes tenían un limpio sentido español del servicio. Por eso, jamás se dio en España una hostilidad tan aguda como la del antimilitarismo universitario inmediatamente anterior a la Cruzada.

Sin embargo, la brusca sacudida del Movimiento despertó en un esfuerzo último las energías minadas. Y el «señorito», español demostró aquellas condiciones para la lucha, con las que talló la gesta de los alféreces provisionales. Al menos, si no había amado la vida del Ejército en la paz, se abrazaba con pasión a un Ejército en pie de guerra. Y ello porque la fuerza del Alzamiento limpió su alma de vendas liberales y mostró ante su mirada la esperanza de una nueva ilusión histórica. Terminada la guerra, sólo quedaba estudiar la adaptación de los nuevos universitarios –hermanos de aquellos lanceros que fueron centauros...– a la vida militar de la paz, para que en la laxitud de la postguerra no se rompiesen las ligaduras que mantenían enhiesta la tensión nacional. Así fue creada esta Milicia Universitaria, por la que creemos haber encontrado nuestro puesto exacto en los cuarteles.

Esto es, ante todo, lo que en primer lugar representa para nosotros la Milicia Universitaria. Comprobado ya por la práctica continua de años, está lo que se postuló como intuición acertada: en el inferior grado entre los oficiales; pero con todas las atribuciones que otorga la estrella de seis puntas, llenamos el hueco mismo que nos hacía falta, y adquirimos, sobre todo, el sentido de saber mandar y de saber obedecer.

Esta misma armonía está patente en la distribución del tiempo que totalizamos dentro del Ejército en servicio activo. La mitad primera –seis meses– sobre la seca tierra de los Campamentos, sometidos a estricta disciplina de aprendizaje. La segunda mitad como oficiales en las unidades permanentes, como maestros de los soldados y como discípulos de quienes sirven profesionalmente en filas. Esto es, ante todo, lo que ahora tenemos: el orgullo de servir en un lugar que sabemos –en general– ocupar dignamente, y como consecuencia la satisfacción del servicio que, al ser recordado como una etapa plena de nuestra vida, desvanece aquel rabioso antimilitarismo que hendía con tremenda fisura a la juventud de hace unos lustros.

Y aún hay más: algo más que nosotros ya damos en alguna medida al Ejército, y que podríamos dar en mayor escala todavía, en mi opinión. Podemos dar aquello que tenemos los universitarios españoles de hoy, y que constituye un riesgo de narcisismo al mantener nuestro aislamiento ante los no universitarios. Podemos dar nuestra fe, nuestro afán de justicia, nuestro consciente orgullo de españolidad. Si no damos esto, entonces habrá derecho a pensar en que no lo tenemos, por más que nos empeñemos en proclamarlo. Se dice une la no convivencia en los cuarteles, en un mismo plano, con soldados de procedencia agraria e industrial, nos quita perspectiva de los problemas nacionales y nos induce a egoísmo de clase. Sólo enmendaremos esto si sabemos aprovechar en beneficio del soldado nuestra excepcional situación cerca de él, ni demasiado próximo –lo que nos quitaría autoridad– ni demasiado lejos, lo que nos impediría sentir humanamente sus reacciones, su modo de ser. Digámoslo de una vez: además de cumplir nuestras obligaciones militares, nosotros, hombres civiles por vocación fundamental, tenemos que cumplir cerca de los soldados determinadas misiones civiles. A las órdenes de nuestros jefes, nosotros, alféreces de la Milicia Universitaria, podemos hacer mucho, muchísimo, para elevar el nivel del soldado español, que es tanto como elevar el nivel nacional. Una religiosidad viril, un conocimiento del ser actual, de la gloria pasada y del porvenir deseable de España, un afán de superación individual y colectivo, he aquí lo que podemos insuflar a esos hombres que vienen de páramos y valles, de tajos y mares españoles, y que algún día, al volver a su vida civil, tienen derecho a conservar de su servicio militar el buen recuerdo que a nosotros nos queda. Mil formas concretas hay para que esto sea cumplido. Lo que importa es insuflar en ellas el espíritu de servicio y la convicción de que es urgente, ineludible quehacer histórico de quienes albergamos un afán español y pasamos como alféreces de complemento por nuestro Ejército, no desaprovechar esta incomparable ocasión de mejorar el modo de ser de los hombres de España.

Carlos Robles Piquer.


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