Alférez
Madrid, enero de 1949
Año II, números 23 y 24
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Recapitulación

Con este número que en tus manos tienes, lector, se cumple la primera etapa de la revista Alférez. Razones técnicas han ido aplazando su aparición dando la apariencia de que nos costaba, a cuantos lo hemos hecho, decir adiós. Atrás quedan veinticuatro meses de vida, en los que se ha intentado llenar el propósito que nos animó a sacar a la luz española esta revista. Nos interesa menos saber en qué medida se ha alcanzado triunfo que recordar la intención y entusiasmo con que hemos recorrido cada hito. Desde las páginas primeras nos animaba el pregón inicial: «Alférez quisiera tener en su orden aquellas virtudes que distinguen a San Miguel Arcángel, bajo cuyo patrocinio se pone. En San Miguel coexisten simbólicamente, fundidos al calor de la naturaleza angélica, los grandes principios constitutivos de la vida: la milicia y la lógica, la fuerza y la inteligencia.»

Y después una teoría de aspiraciones: intentamos prestar una pequeña colaboración en esa gran tarea de construir un orden intelectual cristiano, esto es, universal. Aspiramos a combatir esos tristes divorcios entre los grandes valores humanos que hoy rigen por doquiera. Aspiramos a traer a nuestro seno la cultura católica extranjera y hacerla florecer entre nosotros. Aspiramos a servir en la empresa hispánica.

Queríamos, también, revisar nuestras armas políticas. No importa sólo, que el cañón sea potente. Interesa, además, que esté limpio y apto para ser disparado en el momento preciso. Nuestras excelentes armas políticas requerían, también, ser sometidas a limpieza y revisión. La pereza mental, el conformismo cuando no la propaganda tópica las podían llenar de orín y herrumbre. A evitarlo, en la modestia de nuestro esfuerzo, nos lanzamos con aquel «ánimo de adivinación» de que hablaba José Antonio. (José Antonio que ha sido para cuantos hemos hecho Alférez maestro de doctrina viva. En él hemos contemplado siempre dos virtudes: su rigor e intransigencia dialéctica para lo intelectual, y para la vida de acción su decidida gallardía. Sin apoyar los cimientos en José Antonio no se podrá levantar en España ningún edificio de aliento político que quiera calar en nuestra mejor juventud.)

«Ánimo de adivinación», porque el tiempo que nos ha tocado vivir es variable y hay que estar dispuestos a intervenir en él con voz propia y entonada. Pedíamos una política española y actual teniendo en cuenta que nuestra circunstancia no nos alcanza en un intemporal séptimo cielo, sino en el siglo XX y entre Europa y América.

Si alguien se ha escandalizado o alterado por nuestra crítica, atribúyalo a miopía o reconozca su mala intención, pues por nuestra parte cualquier juicio crítico ha sido formulado con un decidido espíritu de colaboración. Siempre entendimos que uno de los modos de prestar el hombro para la tarea total era hacer reflexionar, era criticar las actitudes. Pero en ningún caso lo hicimos por simple afán de herir innecesariamente a nadie, o contribuir al menosprecio de tal o cual persona o institución.

En nuestra indiscutible fidelidad al Caudillo Franco hemos procurado no incidir en beatería y permanecer siempre en servicio y lealtad. Para nosotros Franco ha sido el gobernante con una obra espléndida en su conjunto y cuyo nombre –diana de flechas de rencor y hostilidad a muerte– es palabra que resume el decoro de España.

Lo que no hemos pretendido en ningún caso es fijar o lanzar programas de política concreta o inmediata. Universitarios con vocación de claridad intelectual, todos nuestros intentos no han tenido otro objetivo que ser fieles a esta cualidad nuestra. De ahí que todo deseo de vernos adscritos a este o aquel grupo o capilla haya poseído buena dosis de torcida intención. Por lo demás, tampoco nos ha sorprendido demasiado este afán por colocarnos etiquetas molestas pues sabemos de sobra que es esto más fácil que leer lo que en estas páginas se ha escrito y sobre todo meditar sobre ello.

Ahora, en trance de despedida temporal, quisiéramos recordar que más que un grupo, Alférez ha querido ser una actitud; una actitud exigente ante las cosas de nuestra España. Hemos tenido, lo seguimos teniendo, y en servicio de esta creencia emprenderemos nuestra segunda época, el convencimiento de que en estos años está pasando ante nosotros la gran ocasión de crear una generación española que sea a la vez equilibrada y extremosa. Que nuestras palabras finales sean de alerta a la mejor juventud española para que, con exigencia y realismo, sepa aprovecharla. En esta empresa quizá esté la clave de nuestro quehacer histórico.

Alférez.


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