Alférez
Madrid, mayo de 1948
Año II, número 16
[página 8]

Estados Unidos de Europa

En plena marcha de sangre, cuando las instituciones inglesas parecían derrumbarse en medio de la confusión revolucionaria, Cromwell fue preguntado por un grupo de amigos: «Y adónde se va?» A esto el dictador contestó, según la afirmación de Voltaire, lo siguiente: «Se va verdaderamente lejos cuando no se sabe dónde se va.»

Winston Churchill, cuyos impulsos temperamentales le han empujado siempre a lanzarse por caminos atrevidos, podría adoptar aquella contestación del famoso Lord Protector, como lema para la empresa que está capitaneando, en el momento quizás menos propicio para realizaciones positivas en la política europea: la empresa de la «unión» o «federalización» de Europa.

En la infinita serie de hechos arbitrarios de nuestra época hay que inscribir también la particularidad de que en ella los problemas de mayor interés y de más dramáticas consecuencias y proporciones se plantean con una frivolidad intelectual y con una mezquindad de instrumentos verdaderamente asombrosas. Jamás la quiebra de las instituciones político-jurídicas continentales había alcanzado dimensiones tan espectaculares. El Continente ha conocido –¿quién lo podría negar impunemente?– períodos de orden y de estabilidad política, de aceptación de un criterio profundo de convivencia entre los pueblos. Ahora bien, en aquellos períodos, a las minorías intelectuales y políticas europeas, no se les había ocurrido que la unión dentro de la esfera de la convivencia internacional sería un hecho realizable a través de una adhesión plena e íntima a un sistema único de gobierno continental. Además, toda vez que se ha planteado, no importa en qué forma, el problema de la unión europea en un solo cuerpo político se ha intentado recurrir, para su realización, a instrumentos esenciales, con finalidades esenciales. Toda época de crisis se caracteriza primeramente, por la dislocación de las minorías históricamente responsables. Cuando a estas minorías se les arrebata o cuando ellas pierden simplemente la capacidad de decisión sobre hechos sustanciales, se atraviesa lo que comúnmente se denomina una «crisis».

La cuestión de la refundición de los diversos fragmentos políticos europeos en un cuerpo único tropieza, desde el principio, con dos dificultades fundamentales. Primero, su planteamiento actual coincide con la más seria subversión de los valores políticos europeos. Segundo, este planteamiento, al menos en su aspecto objetivo y «propagandístico», pertenece a factores históricamente irrelevantes.

No es extraño, desde este punto de vista, el fracaso de las últimas reuniones de La Haya, dirigidas por Winston Churchill, donde se han celebrado discusiones sobre la posibilidad de una «federación» europea siguiendo los modelos realizados, en este sentido, en otros continentes. Es obvio constatar que el mundo tiende a dividirse en grandes unidades o bloques políticos. Durante la pasada contienda fue, precisamente en el campo aliado, es decir, en el pensamiento político norteamericano, donde surgió la idea de las «comunidades» rectoras o de las «zonas de influencia», cuyas consecuencias en la política mundial de estos últimos años han sido fatales. Esta doctrina, a cuyos postulados la política rusa se adhirió con gran entusiasmo pero al mismo tiempo con criterios de interpretación muy propios, implicaba de hecho la división de Europa en dos sectores distribuidos caprichosamente entre los futuros contendientes. De esta división –cuyos resultados en el porvenir de la política mundial y europea no pueden ser ignorados–, parecen haber prescindido los paladines de los Estados Unidos de Europa, reunidos recientemente en la capital holandesa. Esta ignorancia deliberada sería ciertamente justificada, si los «mil estadistas» del cónclave de La Haya hubieran tenido la capacidad de situarse dentro de las perspectivas históricas del problema sometido a su ponderado examen. El tono objetivo y conciliatorio empleado allí por Winston Churchill, capitán de la nueva empresa, tan diferente de sus arrebatos antirrusos de Fulton y de Zurich, podrían a primera vista implicar la existencia de aquellas perspectivas. Pero el tono empleado no deja de encubrir una empresa contingente y el problema de los «Estados Unidos de Europa», presente en todo momento europeo culminante, en forma orgánica, aunque pocas veces expresado en una mecánica política concreta, se ha quedado en La Haya insatisfecho, en espera de una aventura espiritual más afortunada. El fracaso del Congreso no justifica de por sí el fracaso de la idea como tal. Primeramente, porque en su versión actual, la idea no presenta ningún atisbo de originalidad. En segundo lugar porque Europa, a diferencia de casi todas las unidades políticas que han existido en el mundo, y que representaban realidades mecánicas, descansa en una unidad espiritual innegable. Los motivos de la actual descomposición de las instituciones políticas europeas son en gran parte, externos y casuales. Pero su influencia sobre la evolución de la vida continental es incontrovertible. Por ello toda discusión en torno a la posibilidad de forjar una nueva comunidad política continental, que prescinda de la subordinación de esta comunidad a las grandes fuerzas mundiales rectoras, es pura labor académica. Y con más razón cuando, además de esto, se prescinde incluso de los factores esenciales en la vida europea y se intenta resucitar fórmulas caducadas o realidades condenadas inexorablemente a morir. ¿Se podrá hablar acaso eficazmente de paneuropeísmo, mientras millones de europeos viven en la esclavitud? ¿Podrá acaso realizar el Continente su máxima aspiración como cuerpo político, precisamente en un momento en que sus formas tradicionales se han sumergido en el caos, se ensanchan los ríos de los odios nacionales, el hombre se lanza contra el hombre y el cumplimiento, de la nivelación hacia abajo se realiza con la inexorabilidad de los movimientos astrales? ¿O es que los profetas de las futuras realidades políticas europeas identifican en este caos, el mar originario, generador de una nueva vida?

Lástima grande que el Congreso de La Haya se haya desarrollado bajo el signo de una empresa contingente en un ambiente de función de viejos actores retirados. Porque si hubiera prestado a un examen mucho más serio y más dramático sobre las verdaderas posibilidades de creación de una comunidad política europea auténtica.

George Uscatescu


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