Alférez
Madrid, 30 de abril de 1948
Año II, números 14 y 15
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Berdiaeff

Hace aún pocos días se ha extendido por el mundo la noticia del fallecimiento del gran pensador ruso Nicolás Berdiaeff. Una de las voces que con mayor hondura y energía han sonado en el ámbito de la meditación europea ha enmudecido bruscamente, cuando todavía se encontraba en plena actividad creadora.

El pensamiento católico debe reconocer la aportación indudable que para el mismo ha sido gran parte de la obra y el cristianismo del pensador eslavo, a pesar de sus innegables errores. En este sentido se impone la distinción, indicada por Maritain, sobre el diferente valor de la labor especulativa de Berdiaeff en los dos horizontes que alcanza. En el terreno de la problemática filosófica más rigurosa, fundamentalmente en la metafísica, ha llegado el filósofo ruso a formular una concepción personal, íntimamente entroncada, por otra parte, con las intuiciones y sentido cósmico más genuinos del alma rusa. Concepción resentida de falta de rigor conceptual y superabundancia imaginativa que estimamos equivocada, aunque no se le puede negar su carácter impresionante y profundo.

La genialidad del pensador eslavo es, sin duda, superior ante la temática histórica y social. En este campo ha dejado la enérgica personalidad de Berdiaeff una huella indeleble. Es extraordinario el acierto con que, incorporándose al curso de la storia, ha vaticinado el hundimiento de las fórmulas del mundo moderno, a cuyo fatal desplome, a pesar de todos los artificiales esfuerzos de apuntalamiento, en estos momentos asistimos. Ha percibido con lúcida intuición, al mismo tiempo, el sino trágico de nuestra época y las radicales exigencias revolucionarias que nuestra hora de ruptura lleva aparejadas. Y, sobre todo, ha clamado en todo momento ansiosamente por aquel cristianismo de plena autenticidad y pureza, único salvador posible de nuestra historia angustiosa. Nosotros, que comulgamos con Berdiaeff en el anhelo y la esperanza de este florecimiento de la santidad cristiana, que, por nuestra fe, sabemos habrá de tener en la Iglesia Católica su enclave, debemos rendir homenaje al áspero profeta ruso, tantas veces hermano y maestro nuestro.

Carlos París


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