Alférez
Madrid, 30 de abril de 1948
Año II, números 14 y 15
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Notas ingenuas

Un M. P. en el Ateneo – El 30 de marzo pasado dio una conferencia en el Ateneo el Major Guy Lloyd, miembro conservador de la Cámara de los Comunes británica. Es el segundo «mayor» diputado que nos visita: el primero fue el Major Clement Attlee, hace unos diez años. Major Guy Lloyd fue presentado en correcto español por el falstaffiano Mr. Starkie. Fue una presentación simpática, y todos sentimos no tener voto en el distrito electoral más populoso de las Islas Británicas –que es el del Major– para acrecentar el triunfo de tan simpático caballero.

En cuanto al Major Guy Lloyd, adelantaremos que gustó. Una señorita amiga mía lo encontró parecido a Mr. Eden –aunque un poco más gordo– y con aire de un perfecto comandante de película de guerra. Cuando se levantó y se retiró fue calurosamente aplaudido, y algunas veces, durante el discurso, cuando sonaba la palabra «Spain»; lo que coincidía, naturalmente, con un elogio. (Esto de que los españoles aplaudamos cuando se nos elogia podría ser motivo de una entretenida y hasta profunda meditación que me reservo por el momento.

La dirección del Ateneo, dulcemente escéptica en cuanto al poliglotismo de los asistentes, nos repartió una hoja con el resumen de lo que iba a decir el Major. Con más o menos disimulo todos la leímos, excepto los frindendorfs, que nos miraban compasivamente, y los alumnos de la Escuela Diplomática, que también allí estaban. «¿Puede salvarse Europa?», preguntaba el Major. ¿Puede salvarse Europa? No había más que verlo a él para contestar «sí». Con sonrisa optimista y gesto seguro afirmó que si nos unimos a tiempo y actuamos con eficiencia contra el comunismo venceremos el peligro. Y, por si los espíritus flacos todavía dudaban, afirmó que el poder destructor de una bomba atómica es de cien millas cuadradas, es decir, recalcó, ayudándose con el gesto, «diez millas por aquí –desde las cuartillas leídas al vaso de agua–, diez millas por aquí –desde el vaso de agua al borde de la mesa–, diez millas por aquí –a lo largo del borde– y diez millas por aquí» –del borde al fajo de cuartillas otra vez–. «Y aún parece que las hay más poderosas», aclaró con sincera alegría.

J.R.J. y Dámaso Alonso – Hace algún tiempo publicó Insula, casi con dos años de retraso, la Carta a Carmen Laforet, de Juan Ramón Jiménez; ahora publica Finisterre, otro –¿otro qué: artículo, ensayo, estudio...?– encantador de Dámaso Alonso sobre Una generación poética (1920-1936).

¿Por qué traigo a colación –unidos– estos dos artículos? Porque ambos son magníficos ejemplos de crítica literaria. Magníficos en el fondo y en la forma. En medio de tanto ensayo, tanta nota, tanto estudio, tanto artículo plúmbeo en donde no hay sitio para meter los ojos, ¡qué sensación de oasis dejar correr los ojos sin tropiezo por estas líneas llenas de jugosidad, personalidad, sencillez y calor humano? Leer con alegría, sin excitar artificialmente el interés, sinceramente entretenido. Leer no especulaciones huecas, donde nada se dice ni nada se compromete, sino afirmaciones concretas, dichas con gracia y hasta con desgarro que nos aclaran completamente el ideal estético del escritor. Y, sobre todo, aclarar las cosas. Sí, señor; definitivamente: Fulano y Zutano son grandes escritores, y Mengano y Perengano, no lo son.

Tal vez la rareza contribuya a valorar estos artículos. ¿Por qué tan pocos escriben hoy así en España? ¿Esta despersonalización tan espantosa es rigor ascético a impotencia? ¿Por qué esa manía de escribir siempre con ese ánfasis interno, como si nuestras palabras fuesen a ser grabadas en mármoles perennes y tuviesen que tener un valor pedantemente intemporal? ¿Por qué no escribir ceñidos al momento, con graciosa humildad? ¡Qué horrible ausencia de salero y de humor! Con el pretexto más nimio se nos encaja toda una borrosa y pesada teoría general del arte o de la vida, y hasta nociones de Teología a medio digerir. ¿Se trata, como a veces se pretende, de que el sentido de la responsabilidad es tan fuerte hoy entre los escritores españoles de la nueva generación que los hace cautos como a la diplomacia vaticana? ¿Pero no resulta ridícula en algunas cosas tanta cautela? Y, además, ¿qué tiene que ver cautela con la pesadez y el aburrimiento? Absolutamente nada. Al revés. Un escritor pesado y aburrido, por mucha cautela que tenga, no podrá ocultar lo que más le interesaría: que es un mediocre y que no tiene nada o casi nada que decir.

J. A.


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