Alférez
Madrid, 31 de julio de 1947
Año I, número 6
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Acotación al 98 musical

Ahora, si algo faltaba, ya no puede excusarse ningún escritor ajeno a la música de reconocer a Falla {(1) Escritos, de Manuel de Falla; introducción y notas de Federico Sopeña: edición de la Comisaría General de Música; Madrid, 1947.} su carácter de perfecto noventayochista; quizá el más típico «del 98», junto con Unamuno, pues si éste lo es como ninguno en genio y figura. Falla resulta más claro arquetipo de la especial función histórica de esta generación, por lo menos tal como repercute en nosotros sus nietos y herederos. Tuvieron, en efecto, los del 98 algo de Anteos que vuelven a tocar tierra y a echar raíz, como condición primera para alzarse a vientos y cielos: y tan bien lo lograron, que nos imponen la obligación testamentaria de no imitarles, sino de continuarles, de ser un poco menos «oriundos», y un poco más universales. A nosotros nos tiene que sonar algo raro lo que en principio dice fogosamente Falla, que los valores raciales, –reflejos del espíritu autónomo de cada pueblo– tendían a uniformarse y confundirse en algo como fórmula universal, y la música no era el arte que menos sufría de este lamentable estado de cosas».

Pero sin este momento de aborigenismo, con mas o menos caprichosa presunción de africanidad u orientalidad –véase el folleto El cante jondo–, nada se hubiera hecho. La melodía de la más antonomásica y occidentalista Europa había entrado en unos pastos difíciles y le era menester que, por ley de contrapunto histórico, viniera a acompañarla otra melodía, y ésta fue la española. Claro que no era la única; Rusia también había iniciado la suya, de signo agorero y siniestro.

...Sin embargo, esto no es más que una de las muchas cuestiones que plantea este libro, que si por los magistrales textos de Falla ya rebosa sugestión, estética e histórica, por las largas notas deliciosas y profundas, de Federico Sopeña, eleva su fecundidad más allá de todo límite, como una esponja inagotable, que a cada apretón da una nueva y mayor jugosidad. Es preciso que por lo menos nosotros acabemos de entender lo que Falla significa, además de lo que «es». Y digo «por lo menos», porque ya se sabe que sus compañeros de generación –desconocidos y ajenos compañeros– o bien vivían al margen de la música de su tiempo, o –así Unamuno– eran, no ya duros de oído, sino explícitamente rebeldes, o se iban –Juan Ramón Jiménez– por los pianos románticos. Y después, nunca nos sacaremos la espina del europeísta Ortega escribiendo, como se duele Sopeña, su «Musicalia» igual que si no se hubieran estrenado ya por entonces las principales obras del músico, que de Goya acá, era «el hombre español más universal».

V.


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