Alférez
Madrid, 31 de julio de 1947
Año I, número 6
[página 3]

El clasicismo astronómico y J.R.J.

Wie das Gestirn,
ohne Hast,
aber ohne Rast...
GOETHE
(Como el astro,
sin apresuramiento,
pero sin descanso...
LEMA DE J.R.J.)

Con el retraso propio del fulgor de tan importante estrella, ha llegado a las manos que esto redactan una muestra –«Espacio. Fragmento 10»– de la más reciente producción de Juan Ramón Jiménez, tal vez desde Miami o desde Washington. No es nuestro designio incurrir en la majadería de calificar su altura poética; basta saber de quién son. Pero un poema, además de lo que dice directamente, implica una atmósfera de alma, una actitud humana ante la cual se impone de modo automático la simpatía o el desacuerdo. Y de esto trataremos de decir algo.

* * *

Entre las infinitas clasificaciones que pueden hacerse de los poetas, no es la menos significativa la que los distribuye en poetas de «cantidad continua» y de «cantidad discreta», utilizando unos términos del argot de la cosmología escolástica, que caen muy en gracia a d’Ors por el equívoco entre discreta = dividida en partes y discreta = inteligente. Juan Ramón pertenece claramente a los primeros. En éstos la poesía mana a caño libre, como fuente de plaza, y los objetos son sólo pretextos para esa ininterrumpida expresión del alma. Lo que en ellos interesa al lector resulta, pues, solamente el clima, la luz, el ámbito. En cambio, los poetas de «cantidad discreta» sólo rompen el silencio cuando una cosa, un objeto, se les presenta imperativamente como tema, exigiendo ser expresada. Lo primordial en ellos es, por tanto, no «expresar su Yo», sino «expresar su visión del cosmos». Ciertamente pudiera decirse que ambas cosas son lo mismo, pero el acento está puesto en distinta sílaba; lo que, entre otras cosas, trae como significado una mayor humildad en los «discretos» y un mayor orgullo en los «continuos».

* * *

Nunca, ni aun en el «Diario de un poeta recién casado», por ejemplo, había sido J. R. J. tan continuo como en este reciente fragmento. Ya nada se elimina: todo ha de tener interés, idéntico interés, por formar parte del alma del poeta, y allá va vertiéndose en bruto el contenido de la conciencia –incluso con citas, entrecomillados, bruscas ocurrencias, imágenes de validez meramente personal– con una fidelidad de laboratorio psicológico que hace recordar la primitiva escritura automática surrealista.

Los dioses no tuvieron más sustancia
de la que tengo yo.

Así comienza, estremecedoramente, el fragmento, que por cierto tiene varias páginas.

* * *

Por haber publicado en estas columnas un artículo sobre el romanticismo como pecado histórico, han podido creerme quizá propagandista del clasicismo algunos de esos espíritus antipoéticos en quienes la dicotomía es una forma mental a priori: «derechas o izquierdas», «pro o contra», «buenos o malos», «Madrid F. C. o Atlético Aviación». Y, en este caso, «romanticismo o clasicismo», como disyuntiva necesaria y absoluta. Sin advertir que el tercero excluido era, simplemente, Dios.

* * *

Cuando Goethe, sumo pontífice del olimpismo, señalaba el astro como modelo de conducta –si conducta puede llamarse a una órbita–, dejaba en claro cuál es el atentado contra la naturaleza humana que con el clasicismo se inicia. Lo que nació para ir derechamente a Dios se revuelve sobre sí mismo, se encarcela voluntariamente en un hortus conclusus, para poder sentirse dueño absoluto de algo. Se huye de la eternidad, el no-tiempo, intentando sustituirla por la repetición interminable de una oscilación periódica, mesurada estoicamente con velocidad uniforme. Ohne Hast. ¡Como si tuviera sentido decir de un astro que va deprisa o despacio!

En suma, artificialidad, castración del infinito, de nuestra nativa otredad, filiación. Querer hacer uno mismo su propio paraíso. Hacerse su propio dios.

Los dioses no tuvieron más sustancia
de la que tengo yo.

José Mª Valverde.


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