Alférez
Madrid, 30 de junio de 1947
Año I, número 5
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Lección de la mujer

Hay que reconocer cuanto antes la gran deuda de gratitud que España entera ha contraído en este último par de lustros hacia sus mujeres. La mujer es el único elemento de la vida nacional del que no cabe la menor duda que, ni aun en su organización política –dando a la palabra «política» el sentido especialísimo que para la mujer debe tener, y, en efecto, ha tenido, gracias a Dios y a la ínclita y silenciosa Pilar Primo de Rivera–, en ningún momento ha dejado de responder a lo que ella es por naturaleza. Se da la paradoja de que la mujer, menos destinada a la actuación histórica, ha sido quien más irreprochablemente ha actuado; tradicionalmente considerada «enemiga de la historia», ha sido su mejor salvadora, tal vez precisamente porque cuando a la historia le da por hacer tonterías, lo que mejor le viene es que se le lleve la contraria.

Por una ocasión ha resplandecido, entre tantas ocasiones ocultas, la perenne sabiduría propia de la mujer, el resto de sabiduría original, que ella conserva con más fidelidad que el varón, sin que se lo lleven los intelectualismos e historicismos. Algún día, en los hogares de los que hoy apenas alcanzan mayoría de edad, tendrá fructificación, en labios enseñadores de madre, todo lo que ellas han salvado, pese a nuestros errores y peleas.

Esto, tan evidente, alcanza ya realidad en muchas cosas, beneficiándonos a los varones, siempre a riesgo de extremosidades y locuras. Por ejemplo, en la cuestión que podríamos llamar del «casticismo». Aun el más lerdo observador de los jóvenes tiene que sospechar hoy una reacción creciente contra el casticismo, contra el llamar mejor a lo nuestro sólo por nuestro, funesta manía, madre siempre fértil de tantos centenarios a bombo y platillo

Bien está tal reacción, pero hay el peligro de que por querer ser a ultranza universales, nos desviemos a un internacionalismo inhumano, desarraigado del suelo alimentador. En este peligro, la mujer nos depara moderación, temple salvador. También hay un buen casticismo, mejor dicho, hay algo de bueno en el casticismo: recordamos, viendo los bailes regionales de la Sección Femenina, o viendo su Artesanía, que, si en manos masculinas –a poco que no sean de campesino– se atrofia en artificialidad de Dirección del Turismo o en comercialismo de «precios artesanía»; en manos de mujer, en cambio, vive de verdad, porque lo femenino tiene de común con lo popular no habitar propiamente la historia, sino el plano de la perennidad subhistórica.

J. M. V.


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