Notas
[ Rodolfo Gil Torres ]
Significado y orientación política de la Unión Árabe
Los países de lengua árabe situados al Este del Mediterráneo se han destacado en 1945 como un nuevo factor activo de la política internacional. Una serie de acontecimientos en los que se han mezclado los problemas del Próximo Oriente con las mayores cuestiones del mundo, han hecho que el arabismo pierda el carácter exclusivamente local que tenía hasta ahora, adquiriendo, en cambio, un significado intercontinental que se explica y justifica por estar los árabes en el cruce de Oriente y Occidente. Entre los más importantes de esos acontecimientos figuraron: la visita del Rey de Egipto al de Arabia, entre el 24 y el 30 de enero; el suelto del Osservatore Romano del 8 de febrero, en el que se afirmaba la simpatía de la Santa Sede hacia los proyectos de Unión Árabe; las entrevistas del Presidente Roosevelt con los Reyes Faruq y Abdelaziz As-Suud el 20 y 21 de febrero; la firma del pacto de la Liga Árabe en El Cairo el 22 de marzo{1}; la concurrencia de los Estados árabes a la Conferencia de San Francisco; la visita del Regente del Iraq, Príncipe Abdulil-lah a Estados Unidos como huésped de honor del Presidente Truman en junio. Además algunos episodios de países sueltos, pero muy significativos, como, por ejemplo, el bombardeo de Damasco, con la posterior intervención anglosajona y evacuación francesa de Siria; los sucesos de Argelia; las teorías sobre conservación del arabismo en Libia; el Congreso Mundial Sionista, convocado en Londres por los judíos de esta tendencia, en fin de julio, para reforzar su acción antiárabe en Palestina; las visitas a París, en julio también, del Sultán de Marruecos y el Bey de Túnez por el deseo francés de compensar así un prestigio disminuido en otras partes.
En todos esos sucesos ha señalado la prensa el significado en relación a los problemas planteados entre las grandes potencias, pero se han olvidado sus valores permanentes y sus problemas internos, unos y otros indispensables para ir deduciendo las posibilidades que los países de lengua árabe pueden tener en el futuro. Esos valores podrán desarrollarse y aprovecharse de diversas maneras, incluso contradictorias, pero siempre tendrán que basarse en la posición geográfica que determina las posibilidades geopolíticas. En la Edad Antigua y Edad Media, el Levante, poblado por árabes, desempeñó el enorme papel de intermediario entre las civilizaciones grecorromana y cristiana del Mediterráneo, por una parte{2}, y las civilizaciones lejanas de India y China, por otra. No había entonces más camino para ir de Este a Oeste y Oeste a Este que el de Arabia y zonas contiguas. Después, los descubrimientos de América, Oceanía y África del Sur abrieron nuevas rutas, a la vez que la creación del Imperio turco otomano cerraba con siete llaves la ruta vieja, y por eso el Oriente arábigo decayó. Hoy, en cambio, las grandes comunicaciones navales y aéreas confluyen hacia Líbano, Iraq y Egipto, que vuelven a desempeñar el papel de centro del mundo. Agregando a esos países del núcleo más genuinamente árabe los arabizados de Berbería, en el lado Sur del Mediterráneo, resulta que las tierras con predominio de esa lengua y su cultura forman una continuidad ininterrumpida desde el Estrecho de Gibraltar al Océano Indico. La cuestión del emplazamiento es la esencial, y ninguna de las derivaciones políticas, religiosas, eruditas, &c., podrán desvirtuar lo fundamental del factor geográfico.
Pero a pesar de que la orilla marina en que el idioma de «al-arabía» impera está enfrente y casi ligada a veces con las costas españolas que van de Cádiz a Alicante, es desconocida la realidad del arabismo moderno, porque se confunde con muchas otras cosas que le son ajenas. Por eso conviene enfocar la cuestión con fría exactitud objetiva y documental. Porque la frase «Mundo Árabe», que es una de las fórmulas, consignas o emblemas que la guerra reciente ha revelado, apareció de pronto en las columnas de la prensa cuando pocos sabían el significado de esas palabras recién estrenadas en Occidente. Y a fuerza de emplearlas apresuradamente se les ha dado una interpretación de cuento infantil, que unas veces es conjuro y abracadabra de «ábrete sésamo» y otras veces es como una inscripción cuyo alfabeto se ha perdido. Urge separar lo árabe de sus leyendas de anillos, odaliscas y alfanjes, mostrándolo en su realidad actual y viviente, sin confundirlo con otras cosas que le son ajenas.
Tres son las falsas ideas que suelen circular en torno a la existencia y la política de los pueblos o núcleos sueltos que tienen como nexo común el uso del idioma árabe. La primera es la de que el panarabismo es una reacción de fanáticos mahometanos, hostiles al cristianismo. La segunda que es una especie de insurrección colonial de unos pueblos de color contra sus dominadores blancos. La tercera pretende hacer de los árabes nada menos que vanguardia de un supuesto avance asiático-oriental contra la civilización grecolatina y europea.
La confusión entre lo musulmán y lo árabe se basa en el prejuicio de que Arabia y sus moradores entraron en la Historia en tiempos de Mahoma, y que, por tanto, la historia de su cultura y su expansión ha coincidido exactamente con la historia de la expansión de esa religión. Esta confusión se descompone a su vez en dos errores: el de que los árabes aparecieron con Mahoma, y el de que islamizarse es lo mismo que arabizarse. No hay aquí sitio para refutar el primero, exponiendo la Historia antes del Islam, que estuvo estrechamente unida a la de todos los países del Este mediterráneo, especialmente Grecia y Roma{3}. Incluso con influencias directas de los árabes sobre los demás, como lo demuestra el que fuesen de origen árabe los dioses Apolo y Hermes de la mitología helena, o el que el arabismo latinizado diese a Roma no solamente un pequeño Emperador como Felipe, sino un jurista tan grande como Papiniano de Homs. Además, el cristianismo naciente tuvo en la «provincia Arabia» del Imperio latino una de sus primeras y más firmes bases, de la que incluso salieron evangelizadores para España (algunos de los Varones Apostólicos que acompañaron al Apóstol Santiago eran árabes). El Islam que apareció luego en La Meca tuvo la forma de un Imperio que extendió su influencia por todo Levante, pero aunque el Islam lo impulsaba, sus grandes organizadores, o sea los califas de Damasco, tuvieron cuidado de darle la forma de Imperio racialmente árabe{4}. Y la cultura damasquina fue esencialmente continuación de la cultura mediterránea helenístico-semita, que los árabes habían desarrollado en las provincias romanas de Arabia y Siria. Solamente cuando a los Omeyas sucedieron los Abbasies de Bagdad el Imperio árabe fue desplazado por un Imperio musulmán universal, en el que también entraban persas, turcas, indios, &c. Y las dos ideas de árabe y musulmán, aunque siguieron siendo paralelas, acentuaron cada vez más sus distinciones.
Hoy el arabismo es el sentimiento de una igual cultura entre los pueblos que hablan árabe y que están concentrados al Sur y Este del Mediterráneo nada más. En cambio, el islamismo, musulmanismo o mahometamismo es una religión universalista que se extiende por muchos países de distintos continentes. Existen trescientos ochenta y dos millones de musulmanes entre los países arábigos: los turcos, la India y países vecinos, China, Malasia, Filipinas e incluso Europa (Albania, Yugoslavia, Polonia) y Estados Unidos. En cambio, dentro del mundo de lengua árabe queda un núcleo de tres millones de cristianos, entre los cuales hay más de un millón de católicos. Al extenderse el islamismo perdió por una parte la identidad con sus orígenes árabes, y por otra parte nunca desaparecieron en el arabismo todos los restos humanos de su primitivo cristianismo. Hoy, para ser árabe, hay que nacer en el seno de un núcleo humano más o menos racialmente árabe; pero, en cambio, para ser musulmán basta creer en el Corán, aunque el creyente sea inglés, alemán o francés. Claro está que hay también árabes de sangre que son a la vez musulmanes de religión, pero en ellos el islamismo orienta su conciencia y vida espiritual, mientras que el arabismo orienta su política de cooperación entre todos los pueblos del idioma. Un español católico puede a la vez preocuparse por el destino político de la Patria, por la acción espiritual de la Santa Sede y por la unión o amistad cultural entre los países de la Hispanidad. Lo mismo le ocurre a un católico de Damasco cuando a la vez siente un deseo nacionalista de independencia para Siria, una fe y obediencia al Vaticano, y un deseo de amistad con Egipto, Iraq o Túnez, porque hablan árabe también.
La segunda equivocación, o sea la colonial, se descompone en dos. Desde el punto de vista étnico es evidente que en los pueblos de lengua árabe, en Marruecos, Argelia y Túnez, predomina marcadamente un tipo español que se explica teniendo en cuenta el fondo común ibérico y las emigraciones posteriores desde la Península (especialmente los moriscos de 1610, que pueblan aún muchas ciudades como Rabat, Túnez, Tremecén, &c.). En los países árabes del Levante predomina sobre la costa un tipo general mediterráneo, mientras los beduinos del desierto mantienen en su pureza el tipo físico aguileño llamado «armenoide». Incluso en Egipto, donde el contacto con el Sudán por el Nilo ha ennegrecido la piel de muchos campesinos, predomina el tipo mediterráneo. Tampoco escasean los rubios en Marruecos, Argelia, Siria, Iraq, Egipto, &c., recordándose que el mismo jalifa Omar fue pelirrojo. En cuanto al asunto del régimen colonial hay que tener en cuenta que el problema político de los pueblos arábigos modernos se planteó durante el pasado siglo XIX, en la misma forma que el de los pueblos de los Balcanes sometidos a Turquía. El esfuerzo común de emancipación de unos y otros comenzó en Egipto en 1805 bajo la dirección de un balcánico de Macedonia, o sea del macedonio de raza albanesa Mohammed Ali, que quiso hacer del arabismo la base de un nuevo Imperio mediterráneo, apoyado a la vez en Egipto, Arabia y el Peloponeso. Luego se derivaron los destinos balcánicos y arábigos, pues mientras helenos, rumanos y eslavos encontraban las protecciones de Rusia, Austria e Inglaterra, a los árabes sólo les quedaban entonces algunas buenas palabras británicas y una amistad francesa algo relativa. Pero no se perdió el paralelismo entre los dos movimientos antiotomanos, hasta el punto de que el triunfo de los balcánicos en 1912 contribuyó eficazmente el tener los turcos que sostener al mismo tiempo una dura guerra contra los árabes del Yemen.
Después, durante la guerra de 1914-1918, los árabes de Levante figuraron en el campo aliado, donde su levantamiento permitió el derrumbamiento del frente otomano, y por eso fueron a la Conferencia de la Paz. Allí se les privó de la independencia adquirida, y por eso ellos expresaron su indignación durante muchos años{5}. Sin embargo, es evidente que si no llegaron a ser libres tampoco fueron coloniales, sino en el caso de mayor sujeción mandatos de la S. de N. (Siria, Líbano, Palestina); en otros casos independientes, con algunas cláusulas restrictivas (Egipto, Iraq), y otras veces independientes del todo (Arabia-Seudía, Yemen). Caso distinto fue él de Marruecos, internacionalizado de hecho por la Conferencia de Algeciras, y sólo dentro de la órbita del Imperio francés después de una serie de desbordamientos sobre lo internacional y sobre los derechos paralelos de Marruecos y España (la defensora antigua del status quo mogrebí). Hay también el caso de Argelia, incorporada en teoría a la Francia continental, y donde el Estatuto de los argelinos presenta jurídicamente el paradójico aspecto de una minoría árabe dentro de Francia (aunque geográficamente no sea ésa la realidad). Cosa semejante a Argelia pasaba en Libia, donde los territorios costeros eran agrupados en cuatro provincias que formaban parte integrante del Reino de Italia. Así ningún país árabe es colonia, y los dos sistemas contrarios de la naturalización (Argelia, Libia), y el reconocimiento de independencia (Egipto, Iraq y hoy Siria) no tiene nada que ver con sistemas coloniales, pues siempre se busca la cooperación de los árabes a fines europeos, sea dentro o fuera de los límites de las grandes potencias. Y cuando los árabes protestan contra las Potencias es precisamente porque éstas no admiten en su seno a una parte de ellos. Protestan porque quieren unirse a lo occidental, no porque quieran separarse de esa civilización.
Esa distinción fundamental sirve para refutar el tercer error, o sea el del asiaticismo y orientalismo de los árabes. Para ello pueden añadirse también los citados textos históricos sobre el papel de los árabes en el mundo grecorromano y además los que demuestran que en la Edad Media, anterior al turquismo del siglo XIII, estuvo el arabismo no solamente vuelto de cara a Occidente, sino constituyendo un elemento indispensable de la nueva cultura europeocristiana que sucedió a la grecolatina{6}. Sería también oportuno recordar que la oposición árabe-persa responde a la misma tendencia de la anterior oposición entre persas y helenos, y que los árabes fueron ya vanguardia del Imperio de Trajano como barrera contra el orientalismo partho. Siempre estuvo el arabismo enlazado con el Oeste, hasta el punto de que en todos los elementos típicos del arabismo pintoresco (casas de patios, encalados, columnatas, vestidos de jaiques que son togas y chilabas que son penulas) se encuentran cosas que ya hubo en Roma y Atenas, pero que siempre fueron ajenas a China y la India. Y no es que el arabismo rechazase las aportaciones que llegaban del Este, sino que las filtraba antes de llegar al Mediterráneo para que perdiesen su violencia. Estando a caballo sobre la derecha y la izquierda, sobre el mundo indochino y el europeo los árabes no desdeñaban a ninguno, y así como en el comercio fueron los eternos caravaneros aportando desde lejos brújula, pólvora y papel, en lo cultural contribuyeron a que lo exótico entrase en Europa como vacuna. Ellos filtraron el panteísmo hindú, la negación nihilista del budismo y el frenesí chi-ita de los persas. Y su resistencia pasiva fue contrapeso a las incursiones de tártaros o mongoles. Servicios que nadie recuerda. Pues incluso se olvida que las Cruzadas fueron provocadas por haber sustituido en Palestina a la tolerancia árabe la dureza de otros pueblos turcos y kurdos. Y la batalla de Lepanto contra los otomanos fue contemporánea a un intento español de ayudar contra Turquía al nacionalismo árabe de Túnez.
Al renacer hoy los árabes buscando formas de unión política mutua, reaparecen también las tendencias de recuperar su doble papel semítico-mediterráneo y de puente entre el Oeste y el Este, añadiendo un nuevo tercer papel de cooperadores en el equilibrio de un mundo que tiene su eje en las proximidades del Canal de Suez. Esta acción puede ejercerse en tres sentidos, y de los tres hay ya comienzos. El primero es el de factor equilibrador, y a eso responden hechos tan significativos como la visita de Roosevelt a Faruq y As-Suud. Aunque las relaciones actuales de Rusia con los países anglosajones sean, o parezcan ser, excelentes, el mismo hecho físico-geográfico del peso de la gran masa territorial rusa hace pensar en que de algún modo convenga conservar algún equilibrio en el que se ha pensado podían desempeñar un papel los árabes junto con Grecia, Turquía, el mundo indio e incluso el Estado chino de Chiang-Kai-Chek. Un segundo deseo de acción árabe es el pacificador que han expresado asistiendo a San Francisco, donde el ministro de Asuntos Exteriores de Egipto, Abdulhamid Badagüi Bacha (que actuaba como una especie de presidente común de todas las delegaciones árabes) dijo que el deseo de esas delegaciones era solicitar el establecimiento de una balanza entre las grandes y pequeñas potencias, en tanto que los países débiles eran aplastados por los grandes bloques.
Ese mismo deseo moderador aparece en los Estatutos de la Liga Árabe, constituida en El Cairo el pasado 22 de marzo. Allí se proclama que la unión entre los Estados firmantes es esencialmente defensiva en lo relativo a política exterior común. Las naciones árabes independientes aspiran a conservar su independencia ayudándose mutuamente, sin que ello signifique hostilidad hacia ninguna potencia. Respecto a los países árabes no independientes, la Liga aspira a intervenir como mediador para suavizar las asperezas que puedan producirse entre ellos y las potencias que las ocupan. A éstas pide la Liga de El Cairo que den a sus súbditos protegidos o influidos árabes el mejor trato posible, pero sin inmiscuirse en el régimen interior. Así en Argelia han solicitado desde El Cairo el indulto de los condenados a muerte, y un trato humano para los argelinos, a los que no se conceden derechos. Y en Siria-Líbano se pide la total evacuación francesa, no sólo porque esos países no los tenía Francia más que comisionada de la S. de N., sino porque al ocuparlos De Gaulle en 1941 prometió que sería a cambio de establecer la independencia. Pero a pesar de esas reclamaciones a Francia no ha cesado Egipto de ser un país abierto a la cultura francesa, que los árabes no odian.
Esa moderación y ese deseo de reclamaciones puramente preservadoras de la existencia del arabismo en todos los países a que se extiende, pero deseando que sea de acuerdo con las demás Potencias, es uno de los factores que hizo al Osservatore Romano decir que el Vaticano ve con simpatía los proyectos de crear una Unión Árabe, y que los círculos responsables vaticanistas están dispuestos a apoyar a esos pueblos en la defensa de sus intereses vitales. El sentido político de la Santa Sede es siempre exacto, y su ejemplo marca siempre una norma. En San Pedro se sabe, mejor que en parte alguna, que los árabes (tanto los católicos como los musulmanes) aspiran hoy a restaurar el principio de la superioridad del alma sobre la materia, y a restaurar el sentido religioso de la vida frente a las nuevas tendencias paganas y ateas. No debe desperdiciarse un concurso tan decidido, y el Vaticano lo tiene en cuenta. Por su parte, los árabes (incluso los musulmanes) consideran que la acción de Su Santidad Pío XII es un elemento esencial para crear un mundo justo.
Nada más puede decirse en lo internacional después de citar la orientación vaticana, que es su más alta expresión. Pero es necesario no dejar de destacar los principales puntos de contacto de España con el problema árabe actual. Su estudio completo está reservado a un libro de la colección España ante el mundo, del Instituto de Estudios Políticos, pero de un modo esquemático podrían apuntarse sus principales coincidencias actuales, que son aproximadamente las siguientes:
Primera. En la declaración ministerial del Gobierno constituido el 21 de julio, se reitera el noble afán del pueblo español de colaborar desde el plano de sus posibilidades en favor de la convivencia espiritual de los pueblos, manteniendo pacíficas relaciones con todos ellos. Los vínculos de cordialidad que también se ratifican con las naciones iberoamericanas y la frase «a la vez que subraya su simpatía y afecto para con el pueblo marroquí» ponen esa declaración ministerial en la línea de las preocupaciones árabes (incluso en la alusión a Iberoamérica, donde viven muchos árabes).
Segunda. Es evidente que en los orígenes del Estado español actual no solamente tuvo una parte principal el haber contado geográficamente con las bases del Estrecho y el suelo marroquí, sino que también fue elemento de interés el concurso de las tropas moras y las simpatías del nacionalismo marroquí con todo el nacionalismo árabe y panárabe que en Fez, Rabat, Argel, Túnez, El Cairo, Damasco, Yedda, Beyrut y los núcleos exteriores de Nueva York, Méjico, Buenos Aires, Chile, &c., demostró un afecto activo. No porque conociesen los problemas interiores de España ni tratasen de inmiscuirse en su régimen, sino porque la frase «España Nacional» les parecía asegurar la fuerza de un nacionalismo español y una nación española que los grupos panárabes quieren fuerte y poderosa.
Tercera. España es la única nación de lengua no árabe que puede mantener libremente con los árabes relaciones de amistad, porque no tiene con ellos ningún motivo de disensión posible. Incluso el hecho de ocupar España en el Norte de Marruecos una Zona de Protectorado no es motivo de recelo para los panarabistas ni se considera que su caso sea el mismo de Francia en el resto de Marruecos, Gran Bretaña en Hadramaut o Italia en Libia. Porque España defendió durante el pasado siglo el Estatuto independiente de Marruecos, y sólo ocupó su zona protegida cuando no tuvo más remedio, para impedir que la ocupase otro, y por razones de seguridad estratégica. Después de instalarse allí no ha sacado dinero con fines de explotación colonial, sino que, al contrario, ha gastado muchos millones. La primera autoridad del país es siempre el Jalifa, en cuyo nombre se dan los decretos, y al cual cumplimenta el Alto Comisario. El Majzén interviene efectivamente en el gobierno de la zona por medio de su Secretario General, visires y jefes de servicios; a los marroquíes están abiertos puestos y carreras; la lengua árabe es la base de la enseñanza, a la par de la española... El protectorado es allí una garantía para los marroquíes contra otras ambiciones, y esto lo sabe el mundo árabe.
Cuarta. También sabe otra cosa que en España se suele olvidar, o sea que Marruecos es sencillamente un museo vivo donde se conservan las formas de vida de España medieval. Ni los trajes, ni los edificios, ni el Derecho, ni la música, ni nada de lo que en Marruecos es diferente de lo español actual resulta exótico, porque todo son modas de una España remota. Incluso el mismo Estado marroquí, con su Sultán y Majzén, resulta una supervivencia española, porque viene a ser el último y mayor de los reinos de taifas formados después de caer el Imperio Almohade. Marruecos no es África (de la que la separa el vacío del desierto), como la Península Ibérica no es completamente Europa, ya que ambos territorios forman un gran puente intercontinental en el que desafortunados azares históricos han impedido la unidad política. Pero a pesar de eso los árabes del Oriente, recordando los orígenes españoles de la cultura marroquí, consideran a España y a Marruecos como un mismo pueblo, cuyos problemas comunes son en cierto modo internos.
Quinta. En esta creencia hay un poco el sentimiento subconsciente de que España es también una gran nación árabe-cristiana, una especie de hermano mayor de los árabes que ha abandonado la casa común, pero sigue siendo hermano, un pariente enriquecido al cual se admira, un posible y deseado abogado de los intereses árabes ante los grandes países o en los congresos internacionales. Este concepto del arabismo español es desde luego exagerado, e incluso falso en muchos aspectos, pero ofrece una excelente base de acción política y cultural exterior que no se debe desaprovechar, sobre todo en las costas del Mediterráneo.
Sexta. Sobre todas las relaciones de España con los árabes pesa el recuerdo de «Alandalus», es decir, de la cultura común que se formó en la Córdoba del Jalifato y desde allí irradió por la Península, especialmente por las ciudades del Sur y Levante. Aquella cultura fue tan intensa y produjo tales tesoros en lengua árabe, que el moderno esfuerzo de Unión Árabe entre los pueblos que hablan ese idioma no puede dejar de contar con ella. En ese sentido los nombres de Córdoba, Sevilla, Granada y Murcia cuentan tanto como los de Medina, El Cairo, Damasco y Bagdad. Porque ya en la Edad Media se observaba una cierta superioridad en el arabismo andaluz sobre el de Oriente{7}. Los místicos de aquí eran más piadosos, los filósofos más ponderados, los jueces más rectos, los arquitectos más artistas, los artesanos más hábiles. No hubo místico superior a Abenarabi, de Murcia; profesor superior a Averroes, de Córdoba; música mejor que la de los «nubas»; edificios mejores que la Aljama cordobesa, Medina-Azzahra y la Alhambra. Y los descendientes de los que hicieron todo eso viven hoy en España o en Marruecos, pero no en Oriente, razón por la cual no se trata de admirar a los orientales, sino que los orientales no olvidan el mérito hispanomarroquí.
No se han agotado con estos puntos los posibles motivos de contacto y acción hispanoárabe. Pues éste rebosa los límites de la nación española. Y en Ultramar establece otro contacto con la Hispanidad americana a través de un millón de árabes de Siria, Líbano y Palestina, que allí residen incorporados al idioma español, en el que tienen periódicos, escuelas, &c. Pero acaso baste con este breve bosquejo para recordar que el problema árabe no es igual para España que para las demás naciones, pues sólo España está espiritualmente dentro de él.
{1} La conferencia para firmar este pacto se había convocado el 14 de febrero en el Palacio Zaafaran. Los países firmantes de la Liga son: Egipto, Iraq, Arabia-Seudía, Yemen, Transjordania, Siria y el Líbano.
{2} Sobre el valor comercial de los árabes es célebre la frase de Strabón: Todos los árabes son corredores y mercaderes.
{3} La abundante bibliografía referente al papel que desempeñaron los árabes dentro de la civilización grecorromana no puede aquí detallarse, pero como referencia general conviene tener en cuenta los trabajos del P. Lammens, S. J., editados por la Universidad Católica de San José (jesuita) en Beyrut; los del profesor Carlo Alfonso Nallino y sus discípulos en los vocablos referentes a árabes en la Enciclopedia italiana, y los cuatro volúmenes de la Encyclopedie de l’Islam, publicada en Holanda por los arabistas. Para una consulta rápida con textos que se encuentran fácilmente en Madrid puede utilizarse la obra de Rostovtzeff, Historia social y económica del Imperio romano, y la de Víctor Chapot, El mundo romano, de la Biblioteca de Síntesis histórica.
{4} Precisamente por esto se titula Der arabische Reich und sein Sturz la historia del jalifato de Damasco, que en 1902 escribió el erudito alemán J. Welhausen.
{5} Sobre la intervención de los árabes en la guerra de 1914, como aliados, y sobre sus quejas de haber sido engañados, además del conocido libro The revolt in the Desert y de Seven pillars of wisdom, ambos de T. E. Lawrence (que defiende la causa árabe ante su propio país inglés), pueden citarse: The Arab Awakening, de G. Antonius (Londres, 1938); La revolte arabe, de E. Jung (París, 1924-1925); L'ultima fase della questione oriéntale 1913-1939, de Amadeo Giannini (Roma, 1939). Sobre la evolución de los países árabes desde 1920 a 1939, las colecciones de las revistas La Nation Arabe (publicada en Ginebra por la delegación sirio-palestinesa ante la S. de N.) y Oriente Moderno, publicada en Roma por el Instituto per l'Oriente.
{6} Sobre la influencia de la cultura árabe sobre la europeocristiana del período románico y del gótico, a los cuales aportó elementos esenciales en arquitectura, poesía, música, filosofía, medicina, &c., la bibliografía es muy extensa. Concretándose a dar algún ejemplo español hay que citar: Historia de la España musulmana y El Califato Occidental, ambas de A. González Palencia (Madrid, 1922); las obras de D. Miguel Asín Palacios (Madrid, Escuela de Estudios Árabes); Las iglesias mozárabes de España, de Gómez Moreno (Madrid, 1919); las obras de E. Male sobre las influencias del arte hispanoárabe en el románico francés (París, 1911-1929); L'art hispano-mauresque des origines au XIII siècle, de Henri Terrasse (París, 1932). Además los estudios de D. Julián Ribera sobre la difusión de la música hispanoárabe en Alemania y Francia.
{7} Sobre esa superioridad de la cultura hispanoárabe hay datos curiosos en los libros: Vidas de santones andaluces, de D. Miguel Asín Palacios (Madrid, Escuela de Estudios Árabes, 1933); La corporación de los poetas en la España musulmana, del P. Alcocer (Instituto General Franco, Tetuán). Sobre Abenarabi, El Islam cristianizado, de Asín Palacios (Madrid, 1931). Sobre la música, el libro del P. Patriconio García, La música hispanomusulmana en Marruecos (Tetuán, 1941, Instituto General Franco).