Filosofía en español 
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[ Rodolfo Gil Torres ]

España y el Líbano


El Líbano, del que nunca se hablaba en la Prensa española, ha adquirido gran actualidad a mediados de noviembre por su protesta contra la actitud del Comité de Argel, que ahora le niega una independencia prometida desde 1936. La relación de la cuestión local libanesa con la gran cuestión internacional ha sido la que sacó al Líbano de su olvido y le trajo hasta nuestras columnas. Importa aprovechar este momento casual de ecos libaneses para destacar la importancia de las relaciones entre ese país y España. Tan intensas, que en muchos sitios son confundidos los libaneses con los españoles del Sur.

El origen del contacto hispano-libanés remonta a los tiempos más remotos y obscuros de nuestra Historia, estando enlazado con el problema de los orígenes iberos y con las primeras tradiciones del Estrecho de Gibraltar. Pero su presencia evidente e indiscutible es del año 1100; bajo el nombre de fenicios colonizaron todo el litoral entre el Guadiana y el Cabo de la Nao. Son los siglos púnicos (recientemente resumidos en un libro del profesor Bellido, de la Universidad de Madrid) que convierten la zona penibética de Andalucía y Murcia en una segunda Fenicia, más amplia y más perfecta. Luego ocuparon el poder los fenicios de Cartago, que estuvieron influidos y asimilados por el país español meridional, hasta el punto de que se ha podido sostener recientemente que el genio militar de Aníbal se debió precisamente a haberse criado en España. Cádiz. Málaga, Huelva, Cartagena y otras muchas ciudades menores son recuerdos vivos de estas colonizaciones fenicias.

Roma no interrumpió los contactos hispano-libaneses que de una manera u otra duraron hasta fin del Imperio. Los investigadores de la Universidad Católica que los PP. Jesuitas tienen en Beirut (capital actual del Líbano que sucedió a Sidón y Tiro) han demostrado que los libaneses conquistaron los mercados desorganizados de España, África e Italia poco después de las invasiones bárbaras, durando sus factorías en España hasta el fin de la ocupación bizantina en nuestro Sur. Y el cristianismo fue un lazo más de unión entre ellos y nosotros, pues los varones apostólicos que lo predicaron y consolidaron después del Apóstol Santiago eran del Líbano y Arabia. Tampoco se interrumpió el contacto durante la primera parte de la España musulmana, o sea durante el Emirato y el Jalifato de Córdoba, porque los árabes que llegaron en aquel período procedían casi todos de comarcas vecinas del Líbano (como Damasco y Palestina) o incluso del Líbano mismo.

El Líbano y España se alejaron definitivamente desde el siglo XIII por los fanáticos movimientos de almorávides y almohades, que rompieron el contacto. Pero en los dominios de la corona de Aragón quedó incluida una isla tan característicamente libanesa que aún lo es hoy en 1943. Se trata de Malta que había sido en la antigüedad un puente o enlace entre el Líbano y sus colonias españolas, Malta, fue España desde 1283 a 1530, y su exceso de población emigraba a Alicante, donde dejó rastro en apellidos libaneses. Malta, católica, morena y pasional, que habla árabe y conserva el estilo de una Andalucía sin nombre perdida en el Mediterráneo.

A fines del pasado siglo XIX sufrió el Líbano la dureza y tiranía de los sultanes otomanos que, persiguiendo a sus hijos, obligaron a huir a la mitad de la población. Casi todos esos fugitivos emigraron a América y, especialmente, a sus naciones de lengua española, donde los libaneses son unos 400.000, constituyendo su mayor núcleo el de la Argentina, donde hay 100.000. Esta residencia de los modernos fenicios en los países de la Hispanidad ha traído grandes consecuencias en la vida del Líbano, donde esos grupos emigrados ejercen positiva influencia. Una de las más interesantes desde nuestro punto de vista es que, gracias a ellos, se ha creado en el idioma árabe un estilo moderno en el que se nota la influencia de las frases construidas a la española. Esto no es extraño si se piensa en que los libaneses han asimilado de tal modo nuestro idioma que publican más de veinte periódicos y revistas en español. Hay literatos que saben nuestra lengua mejor que la suya. Incluso hay algunos que, regresando a su país, sienten de tal modo la nostalgia de América que han llegado a publicar en Beirut alguna revista española.

Yendo y viniendo entre Ultramar y el Líbano, o llegando por caminos literales norteafricanos, algunos libaneses han visitado España en épocas recientes. Todos han demostrado ante ella el entusiasmo de quien se siente en su propia Patria, por lo menos en una segunda Patria desconocida. Los libaneses católicos, llamados maronitas, que son los actuales fenicios, se exaltan ante los recuerdos de Cádiz y Málaga o se estremecen de devoción al poder rezar a las Vírgenes que en Semana Santa andaluza les traen un eco del catolicismo libanés exaltadamente fiel al nombre de María Santísima. Y los libaneses musulmanes, recordando que Córdoba jalifal fue una prolongación de Siria y que en Andalucía se escribieron las mejores páginas del árabe, ponen su emoción en Córdoba, Sevilla y Granada. Pero todos coinciden en hablar de España como si de cosa suya se tratase. Y algunos se han establecido en Canarias, donde el 1938 fundaron una asociación hispanófila. No faltan tampoco libaneses en Guinea, donde ejercen el comercio, ni en el Marruecos español, donde son intérpretes de la Alta Comisaría. Y en todos estos sitios donde están en contacto con lo español, los libaneses se asimilan con alegría como si volviesen a reintegrarse en el seno de algo muy suyo y muy querido.

Rodolfo Gil Benumeya