Ernesto Giménez Caballero
La Espiritualidad Española y Alemania
Esta breve y sintética comunicación se reducirá a contestar una sola pregunta: ¿cuál es la situación actual del espíritu español ante Alemania?
No de la política española. Sino del espíritu o genio de España que es el que determina toda política. Pues la política es, al fin y al cabo, una ejecución de mandatos superiores: es una simple técnica.
Para responder esa pregunta fundamental se me ha de permitir encuadrarla en su puesto. Ya que siendo una pregunta conclusiva, un remate de edificio, es necesario conocer, antes, los basamentos que han de sustentar la respuesta.
España y Alemania estaban dispuestas por Dios sobre la tierra, es decir: en la geografía –para ser amigas y aliadas. Puesto que, entre ellas se cumplía la milenaria sentencia hindú: “¿Quien es tu enemigo? –Mi vecino. ¿Y tus amigos? –Los vecinos de mis vecinos.”
España y Alemania tenían los mismos vecinos sobre la tierra. Por tanto, tenían que ser amigas. Lo fueron. Lo son. Y lo volverán a ser siempre. A pesar de los terribles obstáculos que a veces ponen los vecinos para separarlas.
En esa amistad, unión –o si se quiere, matrimonio– el papel “germánico” ha representado siempre la acción y la empresa. Y “España” el papel materno de la fecundación de esa empresa: de su universalización. Dicho en términos biológicos, Alemania el “ímpetu racista”. España la “virtud raceadora”. Y en términos religiosos: Alemania aportó la afirmación al problema de la vida en este mundo. Y España la solución al más allá de esta vida. [52]
Hay quien dice que por eso un alemán y un español no pueden entenderse, y porque el uno es rubio y el otro moreno.
Pero quien diga eso no sabe donde está el Norte ni donde está el Sur. Está desorientado.
Los arios rubios han necesitado siempre en sus empresas el complemento moreno. El ario inglés –representante del espíritu de “libertad” necesitó de un pueblo moreno que coincidiese con esa idea de destrucción del continente. Y la encontró en el pueblo judío. (No en vano fue un judío –Disraeli– quien fundara el imperio inglés.) En cambio, el ario germánico –representante del espíritu de “unificación continental” buscó siempre un complemento en el Sur que coincidiese en ese afán. Y siempre lo encontró en la idea de Roma. No sólo en la Edad Media y en tiempos modernos de Carlos V. Hoy mismo el Eje Berlín-Roma y la amistad personal del Führer y el Duce es la mejor prueba de lo que digo.
El papel de España –hija de Roma– en el Sur de Europa, ha sido siempre el de representar la idea romana cuando Roma por circunstancias históricas diversas no podía cumplir su eterna misión. Por tanto España ha sido grande en su historia cuando ha logrado complementar el mundo germánico, autoritario e imperial. Y España ha sido desgraciada cuando ha traicionado ese destino, entregándose al espíritu de “libertad”. Espíritu fatídico que la condujo en tiempos de los godos a la invasión musulmana. En tiempos medievales al triunfo francés de Carlomagno y al feudalismo separatista. Y en épocas modernas, a la invasión napoleónica de 1808. Y a la invasión bolchevique de 1936.
Dadas estas bases, esenciales e inconmovibles, es sencillísimo trazar las líneas espirituales del alma española en su relación con el mundo germánico.
España y el mundo germánico –dejando aparte coyunturas prehistóricas– se encontraron por vez primera, históricamente, en el siglo V con la invasión visigótica en la península. El representante del espíritu español en esa época fue Isidoro de Sevilla. El cual afirmó: que Germania era la heredera providencial del [53] Imperio romano. Y que por tanto los españoles –hijos de Roma (imperiales y católicos)– debían fundirse con ese nuevo pueblo de Dios. A Isidoro de Sevilla se debió la primera unificación histórica de España y Germania: la Monarquía hispanogoda, imperial y católica, teniendo como sede la que –desde entonces hasta el General Moscardó– sería la capital tradicional de España: Toledo.
Desgraciadamente el imperio visigodo careció de un Hitler, de un mando único y genial. Lo cual permitió que se fraccionara, feudalmente, el ímpetu germánico. Y que los judíos, al acecho, aprovecharan para desencadenar sobre Europa la revancha semítica, la invasión musulmana de Mahoma.
La Monarquía hispano-goda derrotada cerca del Estrecho de Gibraltar, en el Guadalete (711) se tuvo que refugiar entre las breñas del Norte y empezar la reconquista o liberación de España frente al Oriente invasor. (Del modo como en 1936 ante la invasión oriental bolchevique tuvo que empezar la nueva reconquista desde las mismas tierras de donde partieran los caudillos godos medievales: Asturias, León, Galicia, Castilla.)
El índice espiritual de aquella Reconquista hispano-goda fueron los “Cantares épicos de gesta” y los del “Mester de Clerecía”. Las hazañas del Cid, vencedor de los moros. De Bernardo del Carpio, el héroe legendario que derrota a Carlomagno. De Fernán González que funda Castilla. Junto a esos “cantares de guerra” con su poesía aria, señorial y de casta –hay que poner, mas tardíamente, los “Cancioneros” cortesanos de una lírica exquisita, feudal y aristocrática.
Desgraciadamente, Francia –apoyada en la Orden de Cluny y en Papas favorables a sus designios especiales– derrotó al naciente imperio leonés del siglo XI. Y más tarde, al naciente Imperio castellano del siglo XIII simbolizado en la magna figura de Alfonso X el Sabio, emparentado con la Casa de Suabia. Y el cual, desde su Alcázar de Toledo, estuvo a punto de anticiparse en dos siglos al Emperador Carlos I de España y V de Alemania, haciendo de nuestros dos países un solo pueblo. [54]
Las mismas corrientes adversarias de Francia y de las gentes ánglicas y normandas obstaculizaron durante los siglos XIV y XV el Imperio mediterráneo de la Casa de Aragón. Y todas las pretensiones hegemónicas de Castilla: reflejadas en la lengua y libros del Arcipreste de Hita, del Infante Don Juan Manuel, del Canciller Ayala, de Jorge Manrique, de Juan de Mena, del Marqués de Santillana y de Nebrija.
Los escalones políticos de esa época: en la Idea del Imperio, en la tradición hispano-goda del Imperio –fueron las figuras de Pedro III de Aragón, de Alfonso V el Magnánimo, de Don Álvaro de Luna y de César Borja.
Pero este sueño hispano-germánico del Imperio no se pudo lograr hasta que la genial política de los llamados Reyes Católicos, Isabel y Fernando, concertó las bodas de sus hijos Juan y Juana con arios austríacos de la Casa de Augsburgo. Tales matrimonios fueron para el Imperio hispano-austríaco de Augsburgo tan fundamentales como el descubrimiento de América por Colón y la expulsión de moros y judíos bajo los mismos Reyes. Porque de la unión de Juana de Castilla y Felipe el Hermoso de Augsburgo nacería el César o Führer del gran Imperio universal del Renacimiento: Carlos I de España y V de Alemania. Así como su hijo sucesor Felipe II.
Los índices espirituales que encarnaron este triunfo del Imperio son universales: en la Lírica, un Garcilaso y un Fray Luis de León. En la Mística, un Loyola y una Santa Teresa. En la Épica, un Ercilla y un Hojeda. En la novela, un Cervantes. En el teatro, un Lope de Vega. En los tratados doctrinales, un Guevara y un Valdés. En la Historia, un Mariana. En la pintura, un Greco. En la arquitectura, un Herrera. En las ciudades y monumentos, un Toledo y un Escorial.
Francia fue otra vez la que desde el siglo XVII inició la ofensiva contra este Imperio, auxiliada por piratas ingleses, holandeses y turcos. Así como por Pontífices favorables a sus hegemónicos designios. [55]
La primera guerra civil de tipo moderno nos la promovieron los franceses con la llamada Guerra de Sucesión entre Austríacos y Borbones. La Guerra de los Borbones, para desposeer de sus derechos a la Casa de Austria sobre España. Y a España de todo su Imperio. Entre otras tierras, de Gibraltar.
Un 14 de abril –de 1701– entró el primer Borbón en España: Felipe V. Otro 14 de abril –de 1931– saldría de España el último Borbón, Alfonso XIII.
En esos dos siglos borbónicos –del XVIII al XX– la tragedia española no pudo resolverse ni con las guerras carlistas contra los liberales ni con los “Pronunciamientos” de Caudillos heroicos, el último de los cuales fue Don Miguel Primo de Rivera, muerto en París (probablemente envenenado) momentos antes de irse a refugiar a Alemania en 1930.
Los índices espirituales de toda esta época borbónica reflejaron tal tragedia.
El momento de la agonía de la Casa de Austria, el crepúsculo del Imperio español en el siglo XVII se simbolizó, amargamente, en Quevedo.
El momento de querer España trasladar –vanamente– su sueño imperial a través del absolutismo francés, lo representaron Feijoo y Jovellanos y Cadalso en el siglo XVIII ilustrado y enciclopedista.
El momento de la desilusión absolutista francesa borbónica y napoleónica y el paso al Romantismo de la Libertad prometida por WeIlington y Lord Holland y los masones ingleses y los Constitucionales –lo representaron las angustias españolas de un Quintana, un Larra, un Valera, un Costa, un Unamuno. Pocos “Pronunciamientos” espirituales hubo en España durante el Romanticismo. Y los que hubo se debieron al Romanticismo alemán que iniciaran Böhl de Faber y su hija en Andalucía. Así como el influjo de sabios y artistas como Humboldt, Schlegel y Herder. En la lírica, el espíritu romántico germánico se interpretó por el poeta Bécquer. Y en el pensamiento, por la actitud antifrancesa y antiinglesa de Donoso Cortés. [56]
Ahora bien: el agente fundamental de germanismo en la España contemporánea y moderna ha sido una figura muy superior a la del erudito Humboldt o la del aficionado Böhl de Faber. Ha sido Federico Nietzsche. Nuevo Erasmo del nuevo Renacimiento español. Y padre espiritual de la llamada “Generación del 98”. De esa generación: Joaquín Costa profetizó el “Dictador de hierro”. Menéndez Pidal introdujo el espíritu germánico en el estudio de nuestra épica. Ramiro de Maeztu las ideas gremiales y funcionales. Azorín una filosofía poética de la Voluntad. Benavente el ingenio aforístico en el teatro. Pío Baroja la teoría racista en las novelas.
De ese renacer del 98 se originaron las corrientes denominadas “europeizantes” en la generación posterior: creando instituciones especiales y enviando muchos pensionados a Alemania para el progreso científico, filosófico e industrial de España.
Sin embargo los maestros de tal generación europeizante (Ortega Gasset, Marañón, Pérez de Ayala, Madariaga y otros) no obstante formarse en el orbe germánico se inclinaron políticamente hacia las democracias franco-inglesas. Y algunos hacia el comunismo, como Araquistain y Álvarez del Vayo. Trayendo a España la República liberal del 31, imitada de Francia y de Inglaterra, y que se precipitó en la bolchevización de 1936.
Frente a tal generación, desviada de sus orígenes genuinos, dos voces resonaron de una nueva promoción juvenil. Una, la de un vate que murió joven y loco: Ramón de Basterra. La otra, mucho más modesta, fue la mía –exaltando las figuras y doctrinas de Mussolini y de Hitler. Con lo cual surgió algo nuevo: el primer movimiento nacionalsindicalista de las J.O.N.S. con mi camarada Ledesma Ramos. Y en 1933 la Falange Española de las J.O.N.S. de nuestro grande José Primo de Rivera. Desde esos momentos se preparó la juventud de la Guerra civil, triunfante de demócratas y comunistas en 1939.
En esta generación triunfante pueden distinguirse dos grupos: el tradicionalista y monárquico a la antigua, que quiere volver a la Casa de Borbón, bajo formas, más o menos renovadas, [57] descartando el influjo fascista y sobre todo el nazi de Hitler. Y el grupo espiritual de la Falange que sueña, antes que en nada, con el Imperio, a base de doctrinas totalitarias y, si es preciso, con un renovado entronque hispano-germánico.
Este ansia romántica de toda postguerra triunfante deberá satisfacerse pronto para evitar que gentes más jóvenes, desilusionadas, caigan en manos de masones y mistificadores que corrompan nuestra victoria y precipiten a España en una nueva guerra civil y otra tragedia.
Esperemos que el triunfo total del Eje muestre a España su definitivo camino de resurrección: la vieja y gloriosa tradición que estuvo abandonada por tres siglos.
Y que los esfuerzos de Isidoro de Sevilla, Alfonso el Sabio, Nebrija y todos los creadores de nuestra Edad de Oro no se pierdan junto a los hecho por nosotros en estos años de combate.
La figura magnífica y victoriosa de Franco –nuevo Cisneros quizás de España– es la promesa del sueño que soñamos. Un nuevo Imperio. Una unanimidad entre nuestros pueblos: un mismo destino entre España y Alemania. Un destino que no puedan volver a truncar nuestros vecinos, que ya han dejado de ser vecinos, y por tanto enemigos. Gracias a la gloria militar del Führer.