Blanco y Negro, revista quincenal ilustrada (segunda época) Madrid, junio de 1938 |
año XLVIII, nº 4 (2.352) [página 8] |
Antonio Dorta
España sigue siendo aquel país de lo imprevisto que vio Ricardo Ford en el siglo pasado. Este viajero inglés –un magnífico ejemplar de la serie de ingleses amigos de España, que va desde George Borrow hasta los actualísimos duquesa de Atholl, Attlee y miss Fernanda Jacobsen– nos dejó algunas páginas magníficas sobre España, y esta frase maravillosa: España, país de imprevisto. Las incidencias de nuestra guerra han dado a este juicio nuevas demostraciones de su evidencia, porque, en efecto, España sigue siendo el país donde la paradoja florece cada día y lo imprevisto nos espera a la vuelta de cada esquina, o, en tiempo de guerra civil, a la vuelta de cada zona. Procuraremos ilustrar esta teoría con algunos ejemplos: La sublevación militar se justificó por los interesados como una medida liberadora contra la tiranía de los Sindicatos; como una defensa del catolicismo; como una vuelta a las esencias españolas, encerradas en la tradición; como un movimiento de independencia nacional, frente al propósito, atribuido a los comunistas, de establecer en esta punta de Europa una sucursal, más o menos confortable y surtida, de las normas políticas y sociales de los Soviets. Las ideas motrices eran, pues, en resumen, un poco esquemático: desterrar el desorden y alejar los peligros que amenazaban la existencia de la propiedad privada. Esto –que es para ellos lo único que importa–, casi oculto entre la profusión y el brillo de las palabras catolicismo, honor nacional, grandeza de España, Imperio, uniformes y ruido de espuelas. ¿Qué ha ocurrido desde entonces –desde julio de 1936– en la zona republicana? No se puede negar que durante las primeras semanas parecía que alguien –un ángel protector de los sublevados– estaba decidido a demostrar que decían la verdad y que, en efecto, cuantos peligros denunciaron eran reales y próximos. Pero, por fortuna, ese ángel «rebelde» fracasó en seguida. Lo que latía en el alma española salió pronto a la superficie: esa raíz profunda de libertad y de formalidad –amigo de las formas y de las formalidades, garantía del individuo que da su savia a nuestro pueblo–, no se había secado. Apareció ese respeto de hombre a hombre –como tal hombre y no por sus atributos de sabiduría o riqueza– que es la gloria más alta del tipo humano español, signo de Castilla, según Keyserling y Waldo Frank. A las pocas semanas ya estaba prefigurado en la conciencia de cuantos luchaban en la zona republicana, como motivo de su actuación y como aspiración para el momento del triunfo, el contenido del documento publicado recientemente por el Gobierno: los trece puntos venían siendo ya los fundamentos de la resistencia de la República, que defiende, con ellos, la existencia de lo hispánico, tierra y hombres, pasado y porvenir de España. Es decir, que la República se encuentra combatiendo por aquello que los sublevados se atribuían como motivo de su rebelión. ¡Extraordinaria paradoja de este país de lo imprevisto! Un libro de George Bernanos, católico francés ¿Qué ha ocurrido desde entonces –desde julio de 1936– en la zona de los facciosos? Mil voluntarios se levantan, en nuestro pequeño archivo de recuerdos, a responder a esta pregunta, con su experiencia dolorosa. Arthur Koestler, por ejemplo, nos puede dar detalles. De Koestler –un periodista viajero, enviado a España por el News Chronicle, que quiso, amparado en su condición de informador y de extranjero, presenciar lo que hacían los militares en los días siguientes a la toma de Málaga, y estuvo a punto de ser fusilado, después de unos meses de prisión, en la cárcel de Sevilla–; de Arthur Koestler hemos citado aquí su España ensangrentada. Pero éste es ya un amigo nuestro y su testimonio puede parecer parcial. Nos sirve mucho mejor George Bernanos, el escritor católico francés, de quien hay, por lo menos, traducida al español una excelente novela: Bajo el sol de Satán. Católico exaltado, monárquico, Georges Bernanos pertenece a esa línea de escritores católicos franceses que va desde León Bloy y René Boylesve a René Schoe y Jacques Maritain. Bernanos, antisemita, monárquico indudable, y católico virulento, a lo León Bloy –según lo califica un diario francés–, ha permanecido en Mallorca bastantes meses; allí estaba cuando se produjo el levantamiento militar. Ahora ha publicado un libro, relatando cuanto ha visto, que ha causado enorme sensación en París. Bernanos confiesa que durante largo tiempo estuvo de corazón al lado de los rebeldes, su hijo se alistó en Falange, y hasta vio «con placer» la llegada de los primeros aviones italianos bajo el cielo de Mallorca. Poco a poco su fe decae. Se siente engañado. ¿Por qué? Copiemos paginas de su libro: «Las autoridades blancas no pueden justificarse como réplica a las atrocidades rojas. En toda España, desde febrero a julio de 1936, hubo 135 asesinatos políticos. En Mallorca no ocurrió ni uno solo, y por ello aquí no podía hacerse, sin una depuración preventiva, una exterminación sistemática de los sospechosos.» Pero no fue así. Una noche de agosto de 1936 –Bernanos fue de ello testigo de vista–, doscientos vecinos de un pueblecito balear fueron sacados de sus camas y conducidos al cementerio, donde se les fusiló. Ha visto camiones llenos de campesinos a quienes se «les llevaba a la muerte», que partían para el último viaje con la camisa pegada a las espaldas sudorosas, las manos todavía sucias del trabajo del día; muchos dejaban la comida servida y una mujer que llega demasiado tarde, con el pequeño en brazos, sin tiempo sino para decir: «¡Adiós, recuerdos!» «Usted hace literatura sentimental, me dirán. ¡Dios me libre! Repito simplemente, no me cansaré de repetir, que estos hombres no habían matado a nadie.» En Mallorca, la depuración –seguimos el libro de Bernanos– ha tenido tres fases sucesivas, además de una preparatoria, en que «las ejecuciones se hacían a domicilio, con un carácter de venganzas personales más o menos reprobadas por todos». Este carácter cambió al llegar de Italia el general Rossi, organizador del terror en grande. Desde entonces, cada noche operaban equipos, reclutados por él, en los pueblecitos y en las afueras de Palma. La escena es siempre la misma. Bernanos la describe con una crudeza digna de Goya: «El camión espera en las proximidades de la casa: Esta primera fase duró hasta diciembre, en que comenzó la depuración de las prisiones. Cada noche se sacaba unos cuantos, sobre los cuales no podía recaer condena por no haber absolutamente ningún indicio de culpabilidad. «¿Cuántos muertos? –se pregunta Bernanos–. Las cifras que doy me han sido dadas por uno de los jefes de la represión en Palma. Los cálculos del pueblo son diferentes. No importa. A principios de marzo de 1937, después de siete meses de guerra, se contaban 3.000 asesinatos, es decir, unas quince ejecuciones diarias. No temo ningún mentís. Es muy duro contemplar cómo se va envileciendo ante nuestra vista lo que uno nació para amar.» Este católico francés, monárquico y amigo de corazón de las derechas españolas, se revuelve airado contra ellas y las acusa de falsificar los motivos de su rebelión. «¡Vosotros injuriáis a Cristo, llamándoos cristianos! ¡Y sois enemigos de la Iglesia, al ir unidos a Hitler!» Este libro de Bernanos, editado por Plon, es un estupendo documental de la otra España, que demuestra el poder que todavía tiene en el mundo la verdad. Antonio DORTA |
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