Blanco y Negro, revista quincenal ilustrada (segunda época)
Madrid, mayo de 1938
año XLVIII, nº 2 (2.350)
[páginas 9-10]

José López y López
La xenofobia, signo de decadencia

Blanco y Negro, número 2, Madrid, mayo de 1938
Cubierta, por José Dhoy,
del nº 2 de Blanco y Negro, Madrid 1938

Nuevamente ha vuelto a ser tema preferido de los periódicos reaccionarios franceses, de los diputados antirrepublicanos y de los camelots du roy a las puertas de las iglesias y a la entrada o a la salida de los cabarets o prostíbulos, el odio a los extranjeros, como si éstos, en general, tuvieran la culpa de la situación económica de

Francia, de sus dificultades internas, de la amenaza de guerra que cada día pesa con mayor gravedad sobre la vecina República, debido más que a nada a la complicidad de su gran burguesía con los enemigos de la paz mundial. La ignorancia que ello revela es tan inmensa que no se concibe cómo puede ser motivo de polémica entre franceses la cuestión de los extranjeros que habitan con regularidad o como turistas en dicho país. Si en un momento dado, hoy lo mismo que hace veinte años, abandonaran el territorio francés todos los extranjeros que allí trabajan y producen riqueza, si son obreros, o los capitalistas que desconocen casi en absoluto, por regla general, su país natal, con sus monumentos históricos y artísticos, y los ríos, los valles, las montañas de su Patria, y que en Francia derrochan cuanto sus explotados les ganan en sus pueblos respectivos, sobrevendría para la nación vecina una catástrofe incalculable, y muy especialmente para París y el departamento del Sena, sin contar Vichy, Niza, Biarritz, etcétera, porque si no fuera por el dinero que en la capital francesa, por ejemplo, gastan y tiran los extranjeros disminuirían en más de un setenta por ciento las cifras globales de los negocios que sostienen la industria, el comercio, las modas, los Museos, los espectáculos (tanto los artísticos y morales como... los que no lo son). Además, los franceses imbuidos de xenofobia han olvidado que al comienzo de la guerra de 1914 fueron más de cincuenta mil los extranjeros (y españoles una gran parte de ellos) que voluntaria y espontáneamente acudieron a las filas del Ejército francés para defender la causa de los aliados, por entender que éstos simbolizaban la libertad de Europa.

Y en cuanto a denostar sistemáticamente a los extranjeros –sobre todo si no poseen una bolsa bien repleta–, como suelen hacer muchos franceses de hoy, no deben olvidar que la Revolución de 1789, y después la Commune de 1871, otorgaron el título de francés a bastantes extranjeros que habían luchado en favor de la Revolución. Sería muy fácil citar los nombres de bastantes ciudadanos ilustres nacidos bajo otro cielo que en momentos difíciles para Francia se alistaron bajo sus banderas para defenderla frente a sus enemigos. ¿Han olvidado, entre otros, a Garibaldi?

Mas, abordando el problema desde otro punto de vista, ¿saber, esos franceses xenofobos que han sido extranjeros, o hijos o descendientes de extranjeros, muchos de los hombres que han dado lustre y esplendor a Francia? ¿Lo dudan? Pues ahí va un ramillete de nombres, citados casi al azar y sin que la rapidez con que voy escribiendo estas líneas me permita –aparte el deber de no ocupar demasiado espacio– hacer una biografía detallada de cada uno de ellos.

Entre los políticos y los diplomáticos, ningún francés se atreverá a negar su admiración por Mazarino, primer ministro de Luis XIII, de Ana de Austria y de Luis XIV, nacido en Italia, habiendo estudiado bastante tiempo en Alcalá de Henares y en Salamanca; Juan Law, fundador de la Compañía de Indias, gran hacendista, no era francés, sino escocés; Nécker, ministro de Hacienda bajo Luis XVI, era suizo; Perregaux, primer regente del Banco de Francia, también suizo; Gambetta, el eminente tribuno, era hijo de un tendero italiano; Waddington, presidente del Consejo en 1875, y después embajador francés en Londres, era hijo de un industrial inglés, no habiéndose naturalizado francés hasta los veinticinco años; Bokanowski, dos o tres veces ministro hace pocos años, muerto en accidente de aviación, era de origen ruso; Paléologue, embajador de Francia, académico, era oriundo de Moldavia, y Kloboukowski, embajador francés en Bruselas en 1914, era nieto de un emigrado polonés.

Si repasamos los nombres de los jefes del Ejército, veremos los ha habido también de origen extranjero, aunque les pese a los franceses de hoy y a las gentes de Acción Francesa. Veamos algunos: Gaspar de Schomberg, nacido en Dresde en 1599, muerto en París, fue capitán, y luego ministro; el mariscal Loewendal, nació en Hamburgo, vencedor de la batalla Berg-op-Zoom; el mariscal de Sajonia, polonés, vencedor en Fontenoy; Lally-Tollendal, de origen irlandés, gobernador de las Indias francesas, murió decapitado en París, injustamente acusado de traición.

Bajo el primer Imperio, los mariscales duque de Tarento, escocés, que tomó parte en la invasión de España con Napoleón, y el polonés Poniatowski. Y sobre todos ellos, el propio Napoleón, la mayor gloria militar francesa, era italiano y traidor a su Patria. Por cierto que no faltó mucho para que hoy fuera una gloria turca, de no haber intervenido con habilidad, protegiéndole y ofreciéndole cuanto quisiera, el vizconde Barrás, a raíz de la ruptura del coloso militar con Robespierre. Podría citar bastantes más nombres extranjeros, considerados como prestigios franceses; pero ¿quién se atreve a hacerlo después de haber lanzado el nombre de Bonaparte? Si acaso, acaso, Joffre, catalán, nacido en Rivesaltes, en el Rosellón, hoy Pirineos orientales. El lector sabe que ese territorio perteneció a la Corona de Aragón hasta 1659, en que pasó a ser francés por el Tratado de los Pirineos.

Igualmente en las ciencias abundan en Francia los extranjeros. Bastará con recordar unos pocos nombres ilustres. El fundador del Observatorio de París fue Cassini, italiano; el gran físico Ruhmkorff nació en Hannover; Mauricio Loewy, miembro del Instituto francés, era austríaco; el gran orientalista Julio Oppert, miembro de la Academia Francesa, era alemán; Mechnikoff, subdirector del Instituto Pasteur, ruso; la célebre madame Curie, así como el sabio profesor Babinski, de la Academia de Medicina francesa, poloneses. Y el primer presidente que tuvo la Asociación de Médicos de París, catedrático de la Facultad de Medicina y médico de Luis XVIII, fue, sabedlo bien, Orfila, español.

Entre los escritores, aunque se naturalizaran franceses, fueron extranjeros Juan Jacobo Rousseau y Benjamín Constant, ambos suizos; el gran poeta Andrés Chénier, griego; Murger, el autor de La vida de Bohemia, era de origen austríaco; Víctor Cherbulliez, suizo; entre los académicos franceses fueron extranjeros José María de Heredia (cubano) y Bergson, inglés; el poeta Moreas, cuyo verdadero apellido era Papadiamantopoulos, griego; de raza eslava era, asimismo, Guillermo Apolinnaire, muerto hace unos años a causa de las heridas recibidas en la guerra europea, pues se apellidaba Kostrovecki. El padre de Emilio Zola, que llegó a ser nombrado oficial de la Legión de Honor, no era francés, sino español o italiano. (Hay opiniones discutibles en uno y otro sentido.)

¿Quieren los franceses reaccionarios que se les citen más «glorias» de las que monopolizan como «propias» y no lo son? Recuerden que las hermosas fuentes que decoran la plaza de la Concordia se deben al arquitecto Hittorf, nacido en Colonia; que la decoración del castillo de Fontainebleau es obra de Francesco Primaticcio, italiano; que la joya arquitectónica formada por la fachada y las torres de la iglesia de San Sulpicio, de París, se debe al arquitecto Servandoni, italiano, y que uno de los mejores ilustradores que han tenido las obras de Víctor Hugo ha sido el dibujante Urrabieta Vierge, español, nacido en Madrid.

Las artes y la industria podrían proporcionarme aún infinitos nombres, con lo cual sería interminable este trabajo. Por eso no quiero citar sino algunos bastante significativos. ¿Quiénes han fundado en Francia la industria del piano? Pleyel y Erard, ambos alemanes. ¿Y a quiénes se debe, en gran parte, el desarrollo de la industria del automóvil y de la aviación? A los hermanos Farman, de origen inglés. Y, por último, la belleza del actual París, la reforma y el trazado de sus principales bulevares, ¿no son obra de Haussmann? Aunque éste «pase» por francés, ocupara la Prefectura del Sena y otros cargos importantes, ¿puede sostenerse seriamente que la estructura y el origen del apellido Haussmann sean franceses?

José LOPEZ Y LOPEZ


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