LABOR. Órgano de Falange Española Tradicionalista y de las JONS
Soria, jueves 7 de octubre de 1937
 
año IV, nº 294
página sexta

Pedro Laín Entralgo

Misión cultural del Nacionalsindicalismo

I

Cuatro polos y cuatro dimensiones

Cuando la paz, con su paso alegre, llene de rumor gozosamente inédito el aire ajetreado de la ciudad y el aire sencillo de la aldea, entonces será la segunda etapa gloriosa del Nacionalsindicalismo. Fue la primera al estallar la guerra. Antes de ella los nacionalsindicalistas eran lo que en régimen democrático se llama una minoría insignificante: o «cuatro locos», porque para la democracia y sus hombres es loco el que sabe morir y cuerdo sólo el que «sabe vivir». Pues bien: nuestra guerra –esta segunda más alta ocasión que vieron los siglos– hizo el estupendo portento de convertir a la minoría en legión innumerable y a la camisa azul en única vestidura posible para la gloria de España. La guerra es el modo más tremendo y decisivo de llevar a la pizarra los problemas humanos, y ella ha demostrado que sólo quienes saben morir a tiempo son en verdad capaces de dirigir la vida. Esta dirección de la vida, ganada por haber sabido antes el sentido de la muerte, será justamente la etapa gloriosa del Nacionalsindicalismo. Cuatro locos sin dinero dieron el tono y el ímpetu a la guerra. Cuatro indocumentados sin fichero –así lo creían los hombres serios– darán luego norma a la paz. Por dar norma a esa futura «Pax Hispánica» militamos nosotros en la retaguardia: que cada cual vea si su obra de paz militante está en el nivel de calidad y sacrificio que exige tareas y cuidados muy diversos, desde la poesía más subida hasta la más cotidiana artesanía. Por imperativos de vocación y de coyuntura voy a ocuparme de lo que puede ser norma de nuestra cultura renacida, e incluso intentar alguna precisión en orden a sus dimensiones esenciales. Otros llegaran más hondo que yo en el sentido y en la obra, y entre todos –que esta es tarea de varias generaciones– conseguiremos dar nueva y potentísima vida al dormido espíritu de España. De cuyo despertar ya tenemos la evidencia como decía JOSÉ ANTONIO aquel 29 de Octubre, en la alegría de nuestras entrañas.

El Nacionalsindicalismo, por radicalísima ley de su propia esencia, ha de recrear en España una cultura perdida. Nadie piense que la tarea está en continuar tales o cuales direcciones anteriores al alzamiento, porque entonces la vida de España, y lo mismo su menguada labor cultural, se hallaban dolorosamente partidas: unos se elevaban sus bríos vitales camino del despeñadero comunista y otros miraban la gloria del pasado sin que a su mirada acompañase el calor impetuoso de las empresas jóvenes y eficaces. Hasta cuatro eran los polos que atraían a la gente española, formando grupos distanciados por la incomprensión y el odio. El primero se hallaba constituido por los restos de la gran cultura tradicional española, centralmente defendidos con brío nuevo desde aquel lucentísimo bastión de «Acción Española». Sus hombres, campeones de la Hispanidad cultural durante los años más turbios de España, carecieron sin embargo de una visión revolucionaria –auténticamente revolucionaria, del problema español, y por esto no consiguieron llegar a los senos del pueblo ni arrastrar el brío de la juventud, la cual, con el Ejército, había de ser la única vía de salvación: esa juventud cuyo ímpetu supo recoger –porque tenía cuanto para ello es necesario– el Nacionalsindicalismo. (Verdad es que los mejores de «Acción Española» –un Vegas, un Sainz Rodríguez, por ejemplo– son ahora óptimos camaradas nuestros).

Otro polo de la escisión cultural española tenía por nombre europeísmo y por palenque la «Revista de Occidente». Había en él información copiosa y actualidad formal en lo científico; pero sus gentes no supieron hermanarlas con el ser de España, ante cuyas manifestaciones más excelsas tomaron una criminal actitud hostil, y su intelectualismo carecía de vida y coraje suficientes para llegar a las zonas de lo popular hasta entonces incontaminadas. La brillantez mental y el gusto estético no bastan para conquistar el alma de un pueblo que espera con entraña hambrienta «su» revolución, como era el pueblo de España. El comunismo ortodoxo y leninista era el tercer polo en la vida y en el mosaico cultural de España. Había en el vigor, cierto aire de juventud, promesas de dicha futura. Pero la revolución que postulaba sólo había de calmar –en el mejor de los casos– un hambre de pan, que al fin y al cabo es un hambre parcial; y el materialismo dialéctico es cosa demasiado superficial y burda para la hondura humana de las mentes españolas. Por lo cual solo sujetos tan vulgarmente sectarios como los de «Leviatán» cayeron en la red de la llamada cultura marxista. (Ellos entonces; luego, ¿quién lo creyera?, mentes mucho más finas, porque Dios ciega al que quiere perder). El último de los polos de atracción en lo cultural fue, por extraño que parezca, un anarquismo que podríamos denominar racial o celtibérico. En rigor, el anarquismo faísta es la versión autóctona del comunismo. Y aún cuando la producción literaria del anarquismo no permita hablar sin sacrilegio de una cultura anarquista, es lo cierto que este sentimiento de independencia racial coloreaba a veces, inesperadamente, producciones culturales de más valor subido: por ejemplo, la de Valera, cuando escribió «Antes debemos ser Iberos que Latinos»; la de Gavinet, y más recientemente la de Valle Inclán y, sobre todo, la de Baroja.

El Nacional sindicalismo, que tiene hambre y sed de unidad y de totalidad, ha de superar esa escisión cultural de España creando una cultura a la vez tradicional e inédita: que tome de cada uno de aquellos polos lo mejor o lo único bueno. La más pura catolicidad tradicional de la tradición; la anchura universal del europeísmo; el ansia de pan del comunismo (nosotros no hacemos nuestra Revolución invocando solo el pan, pero sí invocando también el pan); y la vitalidad primera del ímpetu celtibérico. Entonces la Cultura Nacional sindicalista no tendrá cuatro polos, porque será una y universa: tendrá cuatro dimensiones, como San Pablo atribuye al hombre en gracia. Cuatro dimensiones, «quae sit longitudo, et latitudo, et sublimitas, et profundum» ¿Cómo en nuestra España se plasmarán estas dimensiones? Quede la respuesta para día inmediato.

Pedro Laín Entralgo
Colaborador nacional

Imprima esta pagina Informa de esta pagina por correo

www.filosofia.org
Proyecto Filosofía en español
© 2013 filosofia.org
Pedro Laín Entralgo
1930-1939
Hemeroteca