LABOR. Órgano de Falange Española Tradicionalista y de las JONS
Soria, lunes 13 de septiembre de 1937
 
año IV, nº 287
página 1

Pedro Laín Entralgo

Misión bautismal del nacionalsindicalismo

Una de las tareas más entrañablemente propias del Nacionalsindicalismo es la que podríamos llamar, incluso a trueque de incurrir en ciertas iras farisaicas, misión bautismal. Apurando el análisis esencial de ciertos hechos históricos, tal es incluso la más preclara de las misiones españolas. Combatió España al árabe durante la Reconquista, pero también absorbió a los núcleos conquistados y los convirtió primero en mozárabes y luego en andaluces, murcianos o valencianos, esto es: en auténticamente españoles de pensamiento y de sentimiento. Luchó contra el indio en el Yucatán, en la Sonora y en el Plata, pero con la norma romana y española –que sólo con su brazo español alcanzó Roma auténtica realidad ecuménica, como definió don Marcelino y explicó Maeztu– hizo del indio el españolísimo criollo cubano o porteño. España, por geografía y por destino, ha sido siempre finisterre del Ecúmeno: unas veces defendiendo la trabajada nobleza del huerto y de la ciudad contra la invasión huracanada de la selva, como sucedió en Covadonga y en Lepanto; otras sirviendo de muelle de embarque a la misión lejana, que es, cuando completa, espada y latines sabios, evangelio y arado. Porque es ley de los que luchan por la buena causa, no sólo vencer, sino salvar: no sólo sanar, pero también redimir.

¿Como el Nacionalsindicalismo, que aspira a ser la concreción de lo eterno español, –o de lo esencial español, para que los casticistas no nos lleven más allá el Viariato– en un estilo propio acorde con las exigencias del tiempo, iba a dejar incumplida esa misión bautismal a la que tan ardientemente se dieron los españoles óptimos? No es sólo que la haya cumplido. Es que precisamente su cumplimiento resulta ser la definitiva piedra de toque en cuanto se trata de juzgar la auténtica españolidad profunda de cuantos toman parte en la obra inmensa de nuestra Revolución Nacional. Sólo ha recibido verdaderamente el soplo de los destinos hispánicos, quien verdaderamente sabe tener en nuestra coyuntura histórica una visión a la vez revolucionaria y bautismal. Los que hallan contaminados por ciertos prejuicios burgueses del Ochocientos, falsamente incluidos en la vena de una Tradición genuina, tienen remilgos aburguesados y blandos para la admisión bautismal de conceptos, palabras y formas de vida que surgieron por imperativo histórico. Los que se hallan contaminados de afán revolucionario no bautismal –por ejemplo, ciertos rojos neoconversos de nuestras filas– tomarían sin reserva caminos de incierta perspectiva. La nuestra es una Revolución Nacional, una autentica Revolución, y por ello debe tener ímpetu juvenil en la demolición de lo viejo y la edificación de lo nuevo: Revolución, podríamos decir con palabras del camarada boina roja, «cueste lo que cueste». Pero Revolución con arreglo a la eterna e inconmovible metafísica de España que poética y eficazmente invocaba José Antonio. Revolución Nacional, como dicen rotundamente nuestros puntos iniciales.

Esto debe hacer nacional y medularmente española a la Revolución, no es otra cosa, en definitiva, que bautizar esta denostadísima palabra –la Revolución, falsamente combatida en abstracto por los que se llaman contra o antirrevolucionarios– y hacer de ella español instrumento de Justicia y de Imperio. Como lo de llamarla «nacional» o lo de llamar «nacional» sindicalista a nuestro Estado. Porque la Nación nació en Valmy con una revolución más mala que buena y se hizo principio disolvente del Imperio: pero en nuestros labios vale tanto como enlace totalitario de Patria y Estado, y precisamente al servicio del Imperio. Hacemos una Revolución Nacional, así entendido el adjetivo, pero no somos nacionalistas, lo cual como decía José Antonio, es pura sandez. Bautismal es nuestra concepción del Sindicato, en cuanto lo transformamos, de organismo de resistencia y ataque en la lucha de clases, en brazo productor al Servicio de la Comunidad patria. Y no digamos si lo es el sentido de nuestro «camarada», que remonta la episódica y reciente acepción comunista y llega al «camarada» que empleaban –como parecen ignorar ciertas gentes– López y los Tercios Viejos. Revolucionarios y bautizando, derribando los viejos armatostes inservibles de un Estado caduco, creando realidades llenas de savia joven, trayendo a nuestras filas, con españolísimo sentido, todo lo redimible, así servimos los nacionalsindicalistas a esta España de ayer, de mañana, de siempre.

Pedro Laín Entralgo
Colaborador nacional

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Pedro Laín Entralgo
1930-1939
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