Perspectivas
[ César Muñoz Arconada ]
Hacia un cinema proletario
Cada día son más los artistas que van hacia el proletariado, con un certero instinto de augurios. Los artistas tienen algo de ese instinto de lejanía y de fecundidad cálida que muestran las aves migratorias. Ellos se han dado cuenta de que pisan el terreno inseguro de una decadencia, y marchan, huyen, se desplazan hacia el alto horizonte donde apunta un sol de esperanza. Este horizonte es el proletariado.
Pero es conveniente advertir una cosa que no saben algunos de esos artistas: ésta es una emigración que no puede hacerse con los mismos bagajes. No hace mucho nos decía un pintor amigo, desconsolado de su situación precaria, que se había hecho comunista porque la burguesía no comprendía su arte. Y yo le dije: si usted va al proletariado con ese mismo arte, tenga usted la seguridad de que el proletariado tampoco le comprende.
Esto quiere decir que, pasar de la burguesía al proletariado, no es para los artistas un cómodo desplazamiento de viajante que muestra en uno o en otro lado el muestrario de sus mercancías. Es algo más. Es mucho más. Es un traslado hondamente difícil. Y desde luego se fracasará en él si el artista no rompe con todos los principios burgueses que informaban su mundo y toma conciencia proletaria, y se siente solidario de clase, y, además, se apoya doctrinalmente en un conocimiento exacto del marxismo.
Estos consejos elementales van dirigidos a todos esos artistas que, un poco alucinados de cine ruso, ensayan su gesto protestatario contra el burgués y quieren orientarse un poco en las sombras, por el falso camino de la estética y de la pura inteligencia. Es un hecho que se observa más en la actividad del cinema que en otras artes. Y conviene dar una ligera voz de alarma. Conviene decir que para trasladarse al mundo proletario, el arte puede ser, naturalmente, un vehículo. Pero al llegar al final hay que descender de él. Allí no vale caminar sólo, en carroza de estética, como un Oscar Wilde cualquiera, con impertinencia y con orgullo individual y artístico.
Pero, en definitiva, la acusación se reduce a aconsejar a estos críticos jóvenes del cine, menos profesionalismo y encastillamiento y un poco más de preocupación marxista y proletaria. Comprendo, por otra parte, la importancia que tiene su deserción y su actividad protestataria y rebelde. Estoy convencido de que el futuro arte proletario del cine ha de nacer de ellos, de su colaboración, de sus facultades cultivadas en la lucha diaria y continua con el proletariado.
Estos jóvenes artistas no podrán crear arte proletario mientras no desechen esa dualidad externa y obsesionante de cine capitalista –cine ruso–. Cada uno de ellos sueña con realizar en sus países películas parecidas a las rusas. Grave error que demuestra su escasa preparación política, y, sobre todo, su falta de realidad, de objetividad; su falta de juicio crítico sobre cada momento y cada situación de la historia.
Para llegar a lo que hace Rusia tenemos que esperar aún. Ella ha roto todas las contenciones y marcha de prisa. Su ritmo es otro. Esto no quiere decir que nosotros no tengamos el nuestro, el que impongan las circunstancias y la situación política, económica y revolucionaria de cada país.
El cine proletario en una sociedad capitalista debe tener por finalidad única la de destruir esa sociedad para hacer posible la formación de la nueva sociedad proletaria. Esa destrucción se realiza de muchas maneras, en infinitos matices, manejando con sagacidad los recursos del arte. No creo que la sociedad capitalista permita un arte cinematográfico directamente revolucionario. El cine tiene, más que ningún otro arte, un poder enorme de agitación. Pero el artista debe sortear los peligros y saber hasta qué límited puede llegar, utilizando los recursos de su inteligencia.
La sociedad capitalista presenta en el momento actual muchos flancos vulnerables. El artista debe atacarla por ellos. Pero esto no será suficiente para hacer cine proletario. Al mismo tiempo, junto al ataque, será necesario señalar la lucha de clases y una dinámica de progresión y de fecundidad histórica que sirva de contraste entre lo que se niega y lo que se afirma.
En este momento, en los países capitalistas, sólo cabe hacer arte revolucionario.
En literatura ya se hace. Es la única literatura vital que se hace hoy en el mundo burgués. Claro está que la literatura puede, mucho mejor que el cine, desprenderse de la tela de araña capitalista y alzar el vuelo libre y canto rebelde.
Pero yo creo difícil que esto se haga en el cine, como se ha hecho ya, después de todo, en el teatro. Un cine de clase, un cine revolucionario proletario puede surgir de un momento a otro, tal vez con medios pobres, tal vez con elementos escasos.
Lo que importa es la revolución. Es ingenuo creer que, en la crisis, todos los estudios americanos se van a cerrar, que la gente va a dejar de ir al cine burgués, que los directores no van a saber qué asuntos desarrollar. No es eso. Este cine decadente no morirá por ahí con tanta simplicidad. Vivirá mientras viva el régimen. Cualquier tarde, la señorita sentimental irá, como de costumbre, a ver las dulces escenas de amor de la última opereta. Será una larga tarde gozada, sentida, alegre y memorable. Al salir, marchará a casa rápidamente en su automóvil. Una hora más tarde, tal vez antes, acaso en aquel mismo momento, estalla la revolución. Y todo acaba. ¡Era la última opereta del cine!
Con esto quiero decir que no hagamos cuestión de principio que existan o no existan operetas. No tiene importancia. Lo que importa es que esta decadencia infecunda no se prolongue y que la revolución barra pronto este montón podrido de cosas. Entonces, cuando esto suceda, será la hora de edificar la nueva era de justicia y de que el cine y el arte proletario se desarrollen en una unidad plena con la vida.