La política de aproximación esplendorosamente iniciada entre intelectuales catalanes y castellanos, en Madrid y Barcelona, puede resumirse en dos nombres y dos hechos: don Ramón Menéndez Pidal, director de la Real Academia de la Lengua, con sus comprensivas declaraciones en favor de la enseñanza catalana, que recogió y comentó una buena parte de la Prensa española, y don Francisco de Asís Cambó, el líder regionalista, con su nuevo libro acerca del problema catalán y su posible solución «Por la concordia».
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Durante los años de Dictadura, acalladas, por el Poder, todas las voces e imposibilitados todos los actos que no fueran de sumisión a sus designios, pudiera haberse creído –tal lo afirmaba constantemente el dictador como uno de sus títulos de gloria– que el problema catalán, el problema del regionalismo había desaparecido. El dictador había decretado su muerte, y no se prescindió de medio ninguno para conseguirla: multas, encarcelamientos, vejaciones. Se persiguió a los hombres y se persiguió al idioma y al sentimiento catalán, impuesto el silencio, pudo decir el dictador –¡sin que nadie le contradijera!– que no existía ya el problema catalán. Pero ¿se ajustaban a la realidad sus afirmaciones? ¿Había desaparecido realmente el problema catalán?
«Si así fuese –contesta Cambó– habría que convenir en una de estas dos cosas: o que la Dictadura ha tenido una eficacia que nunca tuvo en tiempo ni en país alguno ningún régimen de fuerza, o que durante veinticinco años hubo en Cataluña un grupo de hombres geniales que supieron inventar y sostener la más grande y singular ficción que hayan visto los siglos.»
No. No había desaparecido el problema catalán. Víctima de sí mismo, confundió el dictador el silencio –el forzoso silencio– con la muerte…
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Entre los muchos acontecimientos que vienen a demostrar lo equivocado que era el aserto del General Primo de Rivera, merecen destacarse dos acaecidos acá y allá del Ebro. Fue uno de ellos la fervorosa protesta llevada a cabo por un grupo de intelectuales castellanos contra las vejaciones de que eran objeto, por parte del Gobierno, la Lengua y la espiritualidad catalanas, y que logró cristalizar plenamente en el nuevo libro del señor Cambó Por la concordia. Fruto de ambas son estas magníficas fiestas de confraternidad catalanocastellanas a que antes nos referíamos, y que han de ser, seguramente, el punto de partida de otras nuevas actuaciones más amplias y de mayor eficacia. Los intelectuales castellanos han reconocido, con su sola presencia en Barcelona, el hecho diferencial de Cataluña que venían proclamando los catalanes. Los intelectuales catalanes han demostrado a su vez, por el solo hecho de invitar a los castellanos a un acto de confraternidad, que creían posible la solución, dentro del Estado español, del reconocimiento de su personalidad. La solución era armónica: Variedad dentro de la unidad. Ni asimilismo ni separatismo.
El libro del señor Cambó fue escrito en 1927. La Dictadura, ciega en su afán de ahogar toda manifestación de catalanismo, prohibió su publicación. Los regímenes de fuerza son, sin embargo, impotentes frente a las manifestaciones espirituales. Si logró que no se editase –cosa fácil cuando se usa de poderes dictatoriales–, no pudo impedir, en cambio, que se mecanografiase, y, contra todas las disposiciones gubernativas, se hicieron innumerables copias del libro del señor Cambó. La edición mecanografiada fue circulada por toda Cataluña por unos jóvenes animosos que, desafiando los rigores de la Dictadura, la vendían a los simpatizantes, con objeto de reunir recursos para los perseguidos. ¡Extraña paradoja! ¡No tan sólo se difundió el libro del señor Cambó, sino que, además, se recaudaron recursos para las víctimas de la causa! Y como el libro del señor Cambó era delicado manjar para cuantos sentíanse heridos por la incomprensión dictatorial, y como las máquinas de escribir trabajaron día y noche, durante un buen lapso de tiempo, el libro del señor Cambó, que no logró editarse, fue leído profusamente...
Y en este libro del señor Cambó debe buscarse, en igual medida que en la comprensiva protesta de los intelectuales castellanos, la iniciación de las innumerables fiestas de confraternidad celebradas en Madrid y Barcelona. Porque en dicho libro, después de un sazonado estudio de lo que es el problema catalán y después de una exposición de las equivocaciones sufridas –tanto en Madrid como en Barcelona– al enfocar la solución del problema, expone en un artículo –el VI–, que tiene hoy acentos de profecía, la acción que incumbe a los intelectuales castellanos y catalanes para hacer posible una solución de concordia. Tenía razón el cronista Antonio Dubois al decir que, a pesar de hallarse ausente, era el propio don Francisco Cambó quien presidía el magno banquete con que se selló en Barcelona la confraternidad catalanocastellana.
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¿Será, por fin, llegado el momento de que se encuentre una solución al problema catalán? Recuerda el señor Cambó unas palabras del maestro Ortega y Gasset, que pueden ser un punto de partida.
«Castilla –dice Ortega– tuvo una gran fuerza integradora mientras proclamó grandes ideales en los que podían converger todos los pueblos peninsulares, porque representaban una superación de todos ellos. Cuando estos ideales quedaron realizados, o abandonados o anulados, por el fracaso, comenzó el proceso de desintegración. Los gobernantes castellanos que pretendieron detenerlo, impulsando la castellanización de toda España, no hicieron más que acentuarlo; a la acción de este particularismo castellano respondieron los otros particularismos, y donde no se han manifestado no hay prueba de conformidad y de adhesión, sino de un verdadero nihilismo.»
¿Será, por fin, llegado el momento de que se encuentre una solución del problema catalán?
Los nombres altísimos de los señores Cambó y Menéndez Pidal, y con ellos los de todos los intelectuales catalanes y castellanos, permiten abrigar prometedoras esperanzas.
Antonio Puges